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Rusia comienza a bombardear Kramatorsk como antes Bajmut

En marzo de 2022 caía la primera bomba en Bajmut, en una posición militar de la periferia sur de la ciudad, hoy ya bajo control ruso. Poco a poco fueron incrementando los bombardeos para vaciar la urbe, como se está queriendo hacer ahora en Kramatorsk.

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En el quinto piso, el aire es puro y se cuela algún pájaro curioso. En el tercero, el ambiente ya es más pesado, y en el primero, a cada paso se levanta una pequeña polvareda. El olor es entre azufroso y metálico. Un ambiente cargado, enrarecido. Donde antes hubo vida, ahora hay un vacío que asoma a un parque lleno de deshechos donde la punta de un tobogán asoma entre los escombros. En muchos barrios de Kramatorsk se palpa el silencio. El olor a azufre lo impregna todo.

En la calle, Jarek pasa enfrente de la que fue su casa. Aguanta las lágrimas ante la cámara mientras sus hijos suben a duras penas por unas escaleras ya encorvadas como una espina dorsal con escoliosis incapaz de aguantar su propio peso. El peligro de que todo se venga abajo es real. Jarek no habla ucraniano, solo se expresa en ruso y alemán. Uno de sus hijos hace de traductor, con un nivel muy básico de inglés.

Un hombre, delante de su vivienda en Kramatorsk después de que resultara destruida por la artillería rusa, en un ataque en el que murieron siete personas. (Andoni LUBAKI)

En la ciudad de Kramatorsk, según las informaciones aportadas por la app LiveUA Map –que recopila mediante robots de software datos de varios canales de Telegram–, en las últimas semanas ha habido ataques de artillería rusa todos los días. Muchos impactan en infraestructuras vitales para un normal desempeño de la industria pesada de la zona; centrales térmicas, estaciones de bombeo de gas o de agua, etc. Otros, por error o por una estrategia macabra, impactan en zonas civiles de la urbe. Uno de ellos fue el que se llevó por delante la casa de Jarek. El pudo sobrevivir, pero siete vecinos no tuvieron la misma suerte.

Cuenta su hijo que Jarek fue primero camionero, después militar y, finalmente, encargado en una acería. Nació el mismo año en el que terminó la Segunda Guerra Mundial en la ciudad de Rostov, en la antigua Unión Soviética y a escasos kilómetros de lo que hoy es la República Popular de Donetsk, otrora provincia minera de Ucrania y actualmente en disputa. Llevaba suministros de un lado a otro en la parte oeste de la URSS, «de Rostov a todos lados», como asegura su hijo Iván. Pero decidió marcharse para pasar más tiempo con su familia. Logró un puesto de vigilante de supervisores de aduanas, un eufemismo soviético para vigilar las fronteras con otros países.

Optó por instalarse en Berlín y allí estuvo el día en que cayó el muro. A la semana siguiente volvió y desde entonces trabajó en una fábrica de Kramatorsk, en una acería. Todo lo que ganaba lo destinaba a su familia. «No les ha faltado de nada, el que se privaba era yo. Les di una buena educación, y compré esta casa con mucho sacrificio. Esta es una zona buena, céntrica y la casa, como podrás ver, era de techos altos y con un parque trasero. Ahora es escombro. Quiero encontrar la foto de mi madre porque solo guardaba una y tengo medallas. Muchas medallas», asegura Jarek.

Vaciar ciudades

Desde posiciones más cercanas en otras ciudades también castigadas por la artillería como Jarkov u Odessa, las tropas rusas disparan contra Kramatorsk. Según el analista Sam Cranny-Evans, «la artillería gana guerras». Colaborador de varios institutos de análisis militar,  Cranny-Evans asegura en la página rusi.org que Rusia no realiza ataques tan indiscriminados como denuncian medios occidentales. «El Ejército ruso bombardea posiciones civiles para crear una ola de refugiados hacia Ucrania y saturar más, así, la red de asistencia, vaciar ciudades para que cuando no haya civiles el ataque sea más fácil y desmoralizar así a la población en general», sostiene.

Según él, esos ataques de artillería pesada desde kilómetros de distancia son lanzados con precisión. Varios modelos de bombas no autopropulsadas rusas tienen un alcance de hasta 90 kilómetros, como el 9A52-4 Tornado.

Es difícil saber qué tipo de artillería pudo causar una devastación tan grande como la de la casa de Jarek. Los militares esconden rápidamente cualquier prueba del ataque ruso. Limpian la zona y ponen cintas para la seguridad de los viandantes. En los casos en los que se pueda, si aún hay alguien de la familia que quiera vivir allí, las casas se arreglan; en los que no, se acordona y listo. «Tampoco se pude hacer más», dice Ivan.

El día en que la URSS murió en el Muro de Berlín, Jarek estuvo allí. Aquello que había defendido durante siete años ya no existía y se volvió a Kramatorsk diciendo adiós a Berlín para siempre, nunca regresó. Ahora no puede regresar a Rostov, donde aún viven dos hermanos y una hermana. Hay otro muro infranqueable y esta vez a él le ha tocado quedarse en la parte occidental. Afirma que la guerra siempre le ha pillado por sorpresa en el lado incorrecto. «Tan pronto termine esto iré a ver a mi familia a Rostov, les echo mucho de menos», afirma con ojos lagrimosos mirando la amalgama de escombros de lo que que hasta hace unos días fue su hogar.