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40 años sin Hergé, la línea clara y el trasfondo oscuro del padre de Tintín

El pasado 3 de marzo se cumplió el 40º aniversario de la muerte de Georges Remi, más conocido por el sonido de sus iniciales cambiadas, Hergé (Er-yé). Creador de Tintín y padre de la llamada ‘línea clara’, también fue señalado por su visión colonial y la sombra de la extrema derecha.

Hergé y su creación más recordada, Tintín. (EDITORIAL JUVENTUD)

Hergé adquirió su estatus de mito en cuanto falleció el 3 de marzo de 1983. Para el público francófono, para los belgas y los franceses, sobre todo, Hergé dictó el origen de un modelo creativo –la ‘línea clara’– que ha servido de fuente inspiradora para infinidad de dibujantes.

Su fallecimiento acaparó las portadas de todos los periódicos mundiales, un suceso atípico y nada corriente en un dibujante de historietas. Desde ese instante, los tintinómanos han paliado la falta de aquel que alimentó sus sueños dando rienda suelta a una ingente cantidad de crónicas fantásticas que han determinado la relación Tintín-Hergé desde un punto de vista único: Tintín es Hergé y Hergé es casi Tintín.

Un supuesto periodista llamado Tintín

El inicio de la singular trayectoria de Hergé cobró forma a los 20 años, cuando entró en el departamento de suscripciones del diario católico y de extrema derecha ‘Le Siécle XX’, de Bruselas.

En 1928 y tras demostrar su valía como dibujante, el director de esta publicación, el abate Norbert Wallez –un iracundo antisemita, admirador de Mussolini y anticomunista recalcitrante– le encargó la creación del suplemento infantil ‘Le Petit Vingtiéme’. Tintín se asomó al mundo el 10 de enero de 1929 y desde esta publicación que marcó para siempre su ideario.

Para llevar la difícil tarea de dotarlo de formas reconocibles, Hergé se inspiró en un personaje que creó años atrás para la revista ‘Scout’, Totor. Tal y como dictaba la moda del momento, engalanó su pelo rubio con un vistoso tupé y le entregó un primer compañero de viaje, un fox terrier llamado Milú.

Sin apenas tiempo para tener una noción clara de lo que le rodeaba, el joven periodista Tintín tenía en su bolsillo un pasaporte tramitado por el temible abad Wallez y un enemigo a batir, la Unión Soviética. Curiosamente, esta fue la primera y única ocasión en la que Tintín ejerció de periodista.

Para llevar a cabo su ruta apocalíptica a través de la Unión Soviética, Hergé tomó como referencia un panfleto llamado ‘Moscou sans voiles’. En él se esbozaba un territorio maligno en el que la Iglesia Católica padecía las maldades de un modelo político creado a partir de las semillas proletarias sembradas por el mismísimo Satanás.

Mientras Hergé esbozó el viaje de su personaje, le asaltaron algunas dudas que consultó con su vecino de redacción, un periodista llamado Léon de Degrelle, líder del partido nazi Rex y aspirante a führer belga por la gracia de Hitler, el cual le otorgó un rimbombante título de sturmbannführer de las SS.

La influencia y amistad de Hergé con Degrelle merece un capítulo aparte que ha provocado infinidad de polémicas entre los tintinólogos.

Tras la derrota del nazismo, Degrelle encontró protección en el régimen de Franco y en 1992 publicó un libro donde aclaraba su amistad con el dibujante belga y anunciaba que Hergé se inspiró en él para crear a Tintín.

Para probar todas estas afirmaciones, el libro ‘Tintin, mon copain!’ incluía fotos, cartas y dibujos inéditos de Tintín en los cuales el joven periodista aparecía ataviado con el uniforme del ejército belga colaboracionista.

La publicación de este polémico libro provocó una respuesta inmediata por parte de los tintinólogos y los administradores de la fundación Hergé.

Incapaces de contradecir las afirmaciones desplegadas por Degrelle, achacaron esta oscura y silenciada etapa a ‘errores comunes de juventud’ y en un intento por echar tierra sobre este asunto tan peliagudo, el propio dibujante declaró que se inspiró en su hermano Paul para crear a Tintín.

El éxito de ‘Tintín en el país de los soviets’ animó a Hergé a prolongar las andanzas del presunto periodista y en su segunda entrega, ‘Tintín en el Congo’, se decantó por un tratamiento netamente colonialista a la hora de dar una visión del continente africano.

En un intento por limar su discurso ultraconservador, Hergé eligió un nuevo destino para su personaje que, sobre el papel, no admitía demasiados problemas, el siempre suculento imaginario gangsteril de los años 30 norteamericanos.

Curiosamente, ni siquiera ‘Tintín en América’ se libró de la polémica. En un intento por regresar a sus sueños de infancia, el creador belga esbozó sobre el papel una aventura en la que además de desbaratar los planes del temible Al Capone, Tintín se cruzaba con una tribu nativa. Lamentablemente, el lector-viajero descubría con sorpresa que a Milú no le gusta codearse con los perros ‘pieles roja’.

Debido a todo ello, y como otros antiguos empleados de la prensa controlada por los nazis, Hergé se encontró aislado del trabajo en la prensa.

Nuevas rutas

Su exilio creativo finalizó el 6 de setiembre de 1946, cuando el editor y combatiente de la resistencia Raymond Leblanc proporcionó el apoyo financiero y las credenciales antinazis necesarias para lanzar la revista ‘Tintín’ con Hergé.

Esta publicación semanal contaba con dos páginas de las aventuras de Tintín, comenzando con lo que restaba de ‘Las siete bolas de cristal’, así como con otras tiras y artículos diversos.

Tuvo un gran éxito, con una tirada superior a los 100.000 ejemplares semanales, y es probable que Hergé hubiera sufrido algún tipo de condena judicial de no ser por la creación de este suplemento. En ese sentido, se dice a menudo que fue Tintín quien salvó a Hergé.

En marzo de 1973, el artista dijo en una entrevista con el ‘Haagse Post’: «Reconozco que yo también creí que el futuro de Occidente podía depender del Nuevo Orden. Para muchos la democracia se había mostrado decepcionante y el Nuevo Orden traía nuevas esperanzas. A la vista de todo lo que pasó, se trataba naturalmente de un gran error haber podido creer en ello».

Ese mismo año añadió en una entrevista con la revista ‘Elsevier’: «Mi ingenuidad de aquella época rozaba la necedad, podríamos decir que incluso la estupidez».

Viñeta a viñeta, país a país, el microcosmo tintiniano se enriqueció y abrió sus puertas a un personaje peculiar que conectará para siempre con los lectores, el capitán Haddock.

Haddock es el personaje-recurso que dota de complicidad cada una de las escenas compartidas a lo largo de un viaje que nos llevó a América del Norte (‘Tintín en América’) y del Sur (‘La oreja rota’, ‘El templo del sol’, ‘Tintín y los Pícaros’), Europa (‘Tintín en el país de los soviets’, ‘La isla negra’, ‘El cetro de Ottokar’, ‘El asunto Tornasol’), África (‘Tintín en el Congo’, ‘El cangrejo de las pinzas de oro’) y Asia (‘El Loto Azul’, ‘Stock de coque’, ‘Tintín en el Tíbet’).

Las viñetas cambiantes perfilaron con líneas claras las fronteras del Ártico (‘La estrella misteriosa’) y padecimos sed, con mayor intensidad que Haddock, en el desierto del Sahara (‘El cangrejo de las pinzas de oro’) y cuando el mundo se nos quedó pequeño, nos embarcamos en un viaje a las estrellas y fuimos conscientes que las fronteras no existen cuando son trazadas con tinta.