«El relato oficial romantiza demasiado el fenómeno del chabolismo en Bilbao»
Más allá de los datos y de la historiografía oficial, en el libro ‘Este barrio de barro’ Iñigo López Simón expone, a través de testimonios, la vida de aquella gente que a mediados del siglo XX abandonaron sus pueblos y acabaron viviendo en chabolas y trabajando en la pujante industria bilbaina.
A mediados del siglo pasado, Bilbo vivió un impresionante auge demográfico y económico cuando miles de personas se vieron obligadas a abandonar las zonas rurales del Estado y poner rumbo a las ciudades industriales. En su libro ‘Este barrio de barro. Una historia de chabolismo en Bilbao’, Iñigo López Simón da voz a algunas de esas personas que al llegar a la capital vizcaina vieron como, a pesar de tener trabajo, no podían acceder al mercado de la vivienda y, ante los precios desorbitados y la escasez, tuvieran que construir sus propias chabolas en las laderas de los montes para tener un techo donde vivir.
¿Quiénes son los protagonistas de este libro? Los llegas a describir como «los grandes ausentes de la historiografía oficial»...
Son las personas que habitaron los barrios de chabolas que poblaban Bilbao desde la posguerra hasta la década de los 60. Personas que vinieron de muy lejos, de las zonas agrícolas de la Península Ibérica, llamados por la Industria y empujados por el propio sistema franquista que les instigaba a abandonar su tierra y a emigrar a las ciudades industriales.
«Evidentemente, sin esta gente no hubiera sido posible que esta ciudad despegará, pero sobre todo, no hubiera sido posible que unos pocos hicieran mucho dinero»
Cuando se construye el relato de la historia de Bilbao, sí se habla de esta gente, pero se da una visión muy romántica de este proceso migratorio, exponiéndolo como una historia de superación personal y como motor del despegue de la ciudad. Pero la realidad es muy diferente, esta gente vino prácticamente expulsada de sus hogares y tuvieron aquí una acogida difícil. Se dejaron la vida en las fábricas, y en el caso de las mujeres trabajando en sus propios hogares; y luego en la desindustrialización, cuando no hicieron falta, les dieron la patada. Evidentemente, sin esta gente no hubiera sido posible que esta ciudad despegara, pero sobre todo, no hubiera sido posible que unos pocos hicieran mucho dinero. Cuando se hace el relato oficial, esto segundo se evita.
En 1950 vivían poco más de 200.000 personas en Bilbo y para 1970 ya eran 400.000. ¿En qué condiciones de vida vivían estas personas? ¿Por qué muchos preferían vivir en una chabola antes que en un piso compartido?
Esta gente llegó aquí con trabajo pero sin hogar. Se encontraron con un problema de déficit de vivienda muy alarmante, y frente a ello tuvieron que optar por la autoconstrucción y por vivir durante muchos años en condiciones muy duras, en las laderas de los montes, en casas construidas por ellos mismos. Casas de madera, hojalata y con tela asfáltica como tejado. Con mucho barro y frío, y con grandes deficiencias estructurales y comunitarias.
La alternativa era un piso compartido con la familia del casero y a veces con más familias de migrantes. Aunque esta opción te resguarde más de las inclemencias del tiempo, te quitaba la intimidad. A pesar de que las chabolas eran construcciones precarias, de esta forma eran dueños de su espacio y se sentían más libres. En los testimonios que he recogido, las vivencias en pisos compartidos nunca se recuerdan bien.
La mayoría de chabolas se situaron en la periferia de la ciudad, donde las autoridades hacían la vista gorda, hasta tal punto que se llegó a llamar el Cinturón de la Miseria. Pero, también menciona otras zonas del centro de la villa en la que también hubo chabolas. Aquí las autoridades eran más serias, ¿no?
Así es. Esto es muy significativo. El sistema necesitaba del trabajo de estas personas, pero luego las marginaba en los márgenes de la ciudad. Al fin y al cabo, la llegada de migrantes fue tal, que era imposible contenerlo, en algún lugar tenía que vivir toda esa agente. Por ello las administraciones hacían la vista gorda con las chabolas que se construían en las laderas de los montes, pero cuando estas se construían más en el centro de la ciudad, esto manchaba ese Bilbao idílico y moderno que querían proyectar y el Ayuntamiento las destruía.
Además, con este fenómeno hubo gente que hizo mucho negocio. Como los grandes propietarios que arrendaban las casas a diferentes familias o los que alquilaban las parcelas donde se construían las chabolas. En este sentido, poco ha cambiado. Hoy en día sigue habiendo gente que hace negocio con una necesidad básica como es la vivienda. Hay gente que se enriquece con los llamados pisos patera o con las subidas desorbitadas del precio del alquiler.
Desde el comienzo del libro comenta que, históricamente, las capas populares han quedado fuera de las planificaciones urbanísticas. ¿Qué significa esto?
La historia de la humanidad es una historia de desigualdades, de clases y de castas, y en eso las ciudades son muy significativas de lo que es la desigualdad social. Si viajamos a cualquier momento de la historia de Bilbao, veremos una diferenciación del espacio en base a la clase social. Esto se da desde la Edad Media, cuando se amplió Bilbao más allá de las siete calles, creando las calles de Bidebarrieta o Correo. Solo hay que pasar hoy en día por esas calles y ver como son mucho más anchas que las primeras siete y hay grandes casas con escudos. Unas calles las ocupaban las clases populares y otras la burguesía y los poderes locales.
Siglos más tarde, cuando se planifica el ensanche de Abando también se hace pensando en las clases pudientes y a las clases populares se les sigue confinando en calles oscuras, en el extrarradio o al lado de las fábricas. En la zona limpia, planificada y urbanizada no hay sitio para los trabajadores.
Más allá de cifras, el libro también pone nombres y apellidos a los protagonistas, como por ejemplo ‘Eloy el santanderino’ que fue el primer chabolista de Uretamendi.
Sí, yo soy historiador, y aunque evidentemente te tienes que basar en evidencias y datos, a mí me gusta darle alma a las cosas. En este libro lo he querido hacer a través de los testimonios de la gente. Esta me parece la forma más sencilla, más directa y más justa. Este fue un fenómeno que ocurrió en la década de los 50 y 60, por lo que la gente que vivió eso se está muriendo y con ello su recuerdo se va a perder. Con este libro también he querido dar un testimonio de primera mano de lo que fue aquello, y que quede escrito en algún lado lo que vivió esta gente.
Tras lo trágico de esta situación y pese a la actitud del Ayuntamiento y la aristocracia bilbaina, también hay una bonita historia de solidaridad.
Ha habido gente que no ha querido hablar de esto porque se avergüenza y no quiere remover el pasado, y me parece comprensible. Pero luego hay gente que lo recuerda con mucho orgullo, y lo que más destaca es la unión entre vecinos: el cómo se ayudaban entre ellos a pesar de sus problemas y como, frente a la adversidad, había una comunidad que se apoyaba y le hacía frente a todo eso.
Esa es la mayor enseñanza que yo saco. Hoy en día también, Bilbao es una ciudad hostil para la gente que la habitamos día a día, y frente a la sociedad individualista y consumista a la que nos quieren someter, lo que nos puede sacar de esta situación y hacer de Bilbao una ciudad nuestra y habitable es la comunidad. Está difícil, porque cada vez estamos más metidos en nuestra burbuja, pero la clave está en la comunidad.