Inculpación de Trump: ¿tumba o acicate?
Más allá de lo que ocurra el martes –¿comparecerá ante el Gran Jurado de Nueva York o se quedará en su mansión en Florida forzando a su rival, el gobernador republicano Ron DeSantis a que acepte su extradición?–, está claro que los abogados del expresidente Donald Trump tienen ya diseñada una guerra de guerrillas judicial para invalidar su inculpación, sea por vicios de fondo o de forma.
Lo que no es previsible es que, a estas alturas, y tras imputar por primera vez en la historia a un presidente estadounidense, el jurado, o una eventual nueva fiscalía, abandone los cargos.
Tampoco es probable que el acusado alcance un acuerdo y se declare culpable para evitar un proceso y obtener una pena más ligera. Menos, cuando Trump insiste en que no cometió delito alguno.
Lo previsible es que el proceso, ya de por sí largo por los procedimientos y las audiencias previas, sea dilatado por la defensa para retrasar el eventual juicio lo más posible.
Lo que hay que tener en cuenta es que nada impide al magnate presentarse para un segundo mandato.
En EEUU, una persona acusada o condenada puede ser candidata a cualquier cargo. Con una excepción: la Constitución prohíbe el ejercicio de una función oficial en caso de «insurrección» o «rebelión» contra EEUU.
Y no es el caso, cuando lo que se imputa al antiguo inquilino de la Casa Blanca es que pagara a través de su abogado el silencio de una porn star sobre sus relaciones sexuales en plena campaña.
Lo que nos lleva a la pregunta del diez. ¿Estamos ante el principio del anunciado fin de Trump o en la antesala de una remontada en sus expectativas?
El principal riesgo para sus aspiraciones es que su inculpación espante al electorado republicano moderado (¿existe todavía?) y a los electores independientes.
Cualquier candidato a la presidencia de EEUU estaría aterrado ante la perspectiva de afrontar un caso semejante. Cualquiera menos Trump, a quien hay que reconocerle la capacidad de utilizar los ataques como boomerangs contra sus rivales.
Tal y como logró con su inesperada victoria en 2016, el magnate podría presentarse en clave victimista como el candidato rebelde. Ante un electorado preferentemente blanco y maduro al que le regala sus oídos con el mantra de la lucha «contra la corrupción masiva de Washington».
El influyente senador republicano Lindsey Graham opina que «nadie ha hecho tanto por ayudar a que Trump sea reelegido presidente como el fiscal de Nueva York», el demócrata Alvin Bragg.
Abandonado por una parte de la derecha conservadora tras el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, Trump ha sabido recuperarse sobreviviendo a todos los escándalos. Como si, a fuer de acumularlos, se volviera inmune.
La mayor parte de los sondeos, todavía prematuros, le dan como claro favorito en las primarias republicanas. Y sus rivales internos se cuidan muy mucho de criticarle para no enajenarse la base electoral trumpista, que podría ser decisiva en la conquista de la Casa Blanca. Están aterrados. Algunos le mandarían a paseo con gusto, pero no se atreven a desafiarle.
El gobernador DeSantis fue el único que se atrevió a sugerir, irónico, que no «sabía» que «pagar bajo escote a una estrella porno» podría tener semejantes consecuencias.
Hasta que las huestes de Trump se le echaron encima y le mandaron callar.