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Vinícius y Jagoba; por qué el Madrid triunfó pero ganó Osasuna

La salida del horrendo mastodonte de la Cartuja y la penosa vuelta de madrugada a Sevilla resumieron lo que han sido estos tres días de final copera: el Madrid llegó solo para levantar el trofeo, Osasuna deja huella y crece desde la identidad. Vinícius y Arrasate, tan claro como eso.


Si a medianoche de este sábado, con la final de Copa recién concluida, se hubiera invitado a alguien a entrar en la Cartuja con los ojos vendados, no hubiera sabido distinguir si el partido lo había ganado el Real Madrid u Osasuna; las dos gradas atronaban por igual. Pero es que si se le hubiera quitado la venda, tampoco; a un lado, las estrellas blancas saludando a su afición sin excesivo énfasis y a distancia; a otro, los futbolistas rojillos acercándose a las gradas con un rostro no muy diferente, algo menos sonrisas (aunque las había) pero expresiones inequívocas de orgullo.

Retornar del mamotreto de la isla al centro de Sevilla es una pequeña tortura; a la 1 de la madrugada se agradecía al menos que la noche ocultara el secarral abandonado de lo que fue la Expo, por donde parece no haber pasado ni una máquina de limpieza en años. En ese peregrinar tampoco quedaba muy claro quién se había llevado el trofeo; los merengues escenificaban un mero trámite, no tenían canciones que entonar ni jugadores que jalear; los rojillos se arrancaban a duras penas en intentos de consuelo que no duraban mucho, pero será imposible de olvidar el festival bajo el puente de tres horas antes del partido o las 36 horas previas a los pies de la Giralda.

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Dicho a lo argentino, como se ha cantado mucho estos días, el Madrid ha campeonado, sí, pero a quien ha rentado la final es a Osasuna.

Una familia inglesa nos abordó el viernes junto a la Maestranza. El padre, aficionado al fútbol, sabía que las camisetas rojas que plagaban el casco antiguo eran de Osasuna y quería saber si jugábamos contra el Sevilla o contra el Betis. Cuando le explicamos que era nuestra final de la FA Cup, entendió la dimensión de la marea: «Ah, claro, entonces no es Liga, estaba asombrado por tanta gente». Cuando añadimos que el rival era el Madrid aumentó su sorpresa y nos deseó suerte al momento, con énfasis: «Soy fan del Liverpool, ya sabemos que gana siempre, así que ¡vamos Osasuna!».

Los días de Sevilla han sido mucho más que explosión de osasunismo: un estallido de identidad, de reivindicación de lo pequeño frente a lo enorme, lo local ante lo global, el esfuerzo frente al presupuesto

El hombre quizás no había visto una camiseta blanca ese día, pero sí cientos, o miles, de rojillas. Las existencias se han agotado estas semanas de Iruñea a Donostia, de Bera a Tutera, de Zangoza a Viana. No ha sido solo una explosión de osasunismo, porque ha ido más allá del fútbol: ha supuesto un estallido de identidad, de reivindicación de lo pequeño frente a lo enorme, lo local ante lo global, el esfuerzo frente al presupuesto, la normalidad contra la impostura, el Riau-riau frente al «si eres campeón de Europa una y otra vez», las lágrimas de Arrasate versus las risitas de Vinícius.

Solo así se explica la victoria por goleada en los prolegómenos, ni que los rojos salieran de la Cartuja más orgullosos que los blancos.

La marcha roja a Sevilla ha superado, además, todo maltrato posible. «Odio eterno al fútbol moderno» es una consigna que suena a tremendista, pero que quienes organizan este tinglado no dejan de cargar de razones, día a día.

Frente a aquellos tiempos en que se esperaba a conocer a los finalistas pero buscar un escenario idóneo equidistante, a la afición de Osasuna se la ha obligado a cruzar toda la Península para ver el partido de una generación. Si la pandemia no lo hubiera evitado, en 2020 más de 50.000 vascos habrían tenido que irse hasta Sevilla para disfrutar una final Real-Athletic, un dislate sideral. Luego las campañas oficiales hablarán de sostenibilidad ecológica o seguridad vial. Un despilfarro y un riesgo tremendos, solo para satisfacer a un comprador que necesita camuflar el despropósito de haber construido un estadio así, así de malo, en una ciudad en que ya hay dos de similar capacidad y mejores.

Un despilfarro y riesgo tremendos, solo para camuflar haber construido un estadio así, así de malo, en una ciudad en que ya hay dos similares en capacidad y mejores

Había opciones de corregir ese abuso, pero nada se ha hecho pensando en la gente. Al desolado de la Cartuja no llega Metro ni cercanías ni tranvía, pero es que tampoco se dispusieron autobuses especiales. Tampoco existen bares en las inmediaciones para combatir los 30 grados a la llegada, solo unas fuentes a los que los txikis se arrojaron como un oasis. Fue el colofón a la inhibición de Renfe para facilitar el desplazamiento, al abuso generalizado con el precio de los obligados alojamientos o al atraco institucionalizado de las entradas más caras de la historia en una final copera: más de 200 euros en muchos casos y 60 para las de «visibilidad reducida» (el chiste se cuenta solo, y tiene poca gracia).

Tampoco debería ser muy díficil acabar en el campo con los escarnios gratuitos a rivales y, más aún, a quienes soportan todo este tinglado. Se puede entender que un chaval de 23 años no sepa perder, pero no se debe amparar si juega en un equipo de referencia mundial como el Real Madrid y si lleva años no solo sin corregir ese error, sino además agravándolo. Y resulta más intolerable además si no es ya que no sepa perder, sino que no sabe ganar, que parece algo bastante sencillo. ¿No le bastaba al ego de Vinícius con la superioridad técnica que mostró en el campo? ¿Qué le había hecho Lucas Torró, cuál era la gran afrenta, acaso tenía que haber tirado fuera en vez de empatarle el partido al Madrid?

 Estos ególatras antes eran corregidos públicamente. Merece mucho la pena escuchar de vez en cuando cómo puso en su sitio Manolo Preciado a José Mourinho con su discurso sobre ganar y perder, ser top mundial y ser de pueblo, y cómo puedes acabar cuando escupes para arriba. Ahora ni eso, porque gente como Vinícius cuenta con una legión de jaleadores, justificadores o encubridores, a sueldo o por vocación.

Merece escuchar de vez en cuanto lo que le dijo Preciado a Mourinho sobre ganar y perder, ser top mundial y de pueblo. Pero hoy Vinícius tiene una legión a favor, a sueldo o por vocación

Por el Madrid han pasado también Del Bosques, Butragueños o ahora Modric, pero no parece casualidad que fuera el equipo del citado Mourinho, antes Juanito, luego CR7 y ahora Vini Jr; gentes que no saben digerir el triunfo y en su cacao mental acaban pensando, como el brasileño, que llamar «equipo pequeño» a Osasuna es un insulto.

Reflejos de imperialismo, deportivo y político. En esta era fake, ahora desde la caverna madrileña hasta se ha propagado, con mucho eco, que el equipo franquista auténtico fue el Barcelona.

Que se lo cuenten a quienes vieron en la Cartuja cómo se engorilaban unos cuantos merengues al exhibírseles la ikurriña o con qué pasión se aclamó al hijo del corrupto sucesor del dictador fascista. El Madrid de toda la vida.

Llegué al partido preocupado por tanta ilusión generada, sobre todo entre los más jóvenes. En la vorágine emocional creada junto a Giralda llegó a parecer más que factible derrotar al Madrid, pero de ilusionarse a pecar de iluso hay un trecho muy corto.

Preocupación por dos cosas. La primera son datos: Osasuna no ha derrotado al Madrid desde enero de 2011 (más de doce años, más de 20 partidos en diferentes competiciones) y las casas de apuestas no engañan (daban 8,5 euros por cada uno puesto a favor de los rojillos). La segunda es más profunda: ¿Por qué tenía que ser importante ganar para Osasuna si en realidad ya había ganado?

Arrasate habló de punto de inflexión tras el partido. Quizás sea más correcto hablar de aceleración, porque esta final copera no ha traído estrictamente nada nuevo, sino más bien un reencuentro con valores que algunos traicionaron hace una década, cuando Osasuna quiso jugar a ser lo que no era.

En este reset muy emocional ha vuelto Pablo García para recordar a todos aunque en el titular ‘Marca’ quisiera distorsionarlo, que fue más feliz perdiendo con Osasuna que ganando con el Madrid. Ha estado Juan Carlos Unzué con su canto a la vida y al valor del día a día. En la grada, como uno más, animaba Javier Flaño, que salió de la nada en el último minuto de Sabadell para salvar 95 años de historia. También Mikel Merino, porque el cariño se paga con cariño.

En este reset ha vuelto Pablo García a recordar que fue más feliz en Osasuna que en el Madrid, tal herejía que ‘Marca’ decidió corregirla en el titular

Y junto a ellos han aparecido más de 25.000 personas que han demostrado que disfrutar no tiene por qué estar ligado ineludiblemente a triunfar. Y que tienen como referencia moral a Arrasate, emblema de la naturalidad en el mundo de las poses, y de la humildad a prueba de likes. Cómo no te van a querer, Jagoba, cómo no te van a querer...