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El Cantábrico a temperatura de piscina no es normal, ni es bueno

Habrá bañistas que han acogido con agrado el inusual estado de la costa vasca en las últimas semanas, pero que el agua del Cantábrico esté hasta 4ºC por encima de lo habitual no es bueno. Y más allá de este último episodio de calor, que afecta a todo el Atlántico Norte, la tendencia es preocupante.

Atardecer sobre la costa vizcaina. (Luis JAUREGIALTZO | FOKU)

Aunque el verano empezó oficialmente el miércoles pasado, mucha gente ha aprovechado los días más calurosos de la primavera para darse el primer chapuzón de la temporada. Y probablemente no han sido pocos los que se han sorprendido por el estado del agua en las playas vascas, que lejos de la fría mordida habitual, han recibido a los bañistas con amabilidad mediterránea. Lo cierto es que la temperatura de nuestras costas en este preludio estival se asemeja más a la del sureste peninsular que a la que estamos acostumbrados.

No es solo una sensación. El día 13, la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) concretaba que las aguas de los mares circundantes a la península están, en su conjunto, más cálidas de lo habitual para esta época del año, con valores entre 2,5 y 3,5ºC por encima de lo normal por ejemplo en el Mediterráneo. Pero apostillaba que en puntos del Cantábrico la anomalía superaba entonces los 4ºC, y explicaba que las aguas que bañan nuestra costa alcanzaban a primeros de este mes una temperatura media de unos 20ºC, algo inédito, desde que hay registros, en estas fechas.

La agencia señalaba que esta situación de temperaturas marinas superiores a lo normal no se está dando únicamente en nuestro entorno geográfico, sino que a escala global también predominan las anomalías cálidas, especialmente en el Atlántico norte –en el Pacífico oriental está en marcha el fenómeno de El Niño–, como se puede apreciar en el gráfico que acompaña a estas líneas, elaborado el 17 de junio por Climate Reanalyzer, una plataforma de seguimiento climático y meteorológico dirigida por el profesor Sean Birkel con apoyo del Instituto de Cambio Climático de la Universidad de Maine (EEUU).

Aemet achacaba estas temperaturas a una circulación atmosférica poco habitual, con vientos alisios debilitados y un anticiclón persistente en altas latitudes, con una temperatura del aire inusualmente elevada que se traslada a las aguas superficiales. Pero, siendo eso así, y aun cuando otras condiciones meteorológicas pueden devolver las aguas del Cantábrico a parámetros más habituales, no estamos ante un fenómeno puntual sino en un pico llamativo de una tendencia asentada.

Y es que, después de que en 2022 se alcanzaran cifras récord tanto en nuestras costas como en el Mediterráneo, donde se llegó a los 30ºC –más que una piscina, un jacuzzi–, en términos globales las temperaturas de la superficie del mar registraron niveles máximos durante los pasados abril y de mayo. Además, el mes pasado la extensión del hielo marino antártico alcanzó un valor mensual mínimo, algo que ha ocurrido hasta tres veces en este año.

Con 8,8 millones de km2 de promedio, en mayo estuvo 1,8 millones de km2 (17%) por debajo de la media entre 1991 y 2020.

Consecuencias en flora y fauna

Ampliando el foco temporal, y centrándonos en nuestro entorno, expertos de Azti y la UPV-EHU informaron en 2019 de que el agua próxima a la superficie del Cantábrico está experimentando un alza de 0,24 grados por década. Y según Aemet, desde los años 50 del siglo pasado la temperatura del mar ha subido un grado.

A simple vista, puede parecer que no es un aumento importante, pero en ecosistemas sensibles como los marinos tiene un impacto significativo en la flora y la fauna.

Así, desde mediados de los años 90, el alga Gelidium corneum, muy común en la costa cantábrica –y apreciada, pues de ella se obtiene el agar-agar y tiene otras múltiples utilidades para la industria química, farmacéutica y alimentaria–, donde suele formar amplias praderas de color rojizo, ha ido reduciendo su presencia. Ese declive se atribuye al calentamiento del agua y a la irradiación solar, aunque también a la sobreexplotación, y afecta directamente a la población de pulpos, lubinas, julias, estrellas de mar y crustáceos que hallan en esta vegetación uno de sus lugares de refugio. Por contra, esa merma favorece la proliferación de especies invasoras en el sustrato rocoso que queda tras arrasar el Gelidium.

A causa del calentamiento del agua, otras especies tradicionales, como el verdel, han desplazado su zona de puesta hacia áreas más frías, y otras como el chicharro, el lenguado o el rodaballo se están desplazando al Mar del Norte, mientras ha llegado o ha aumentado su presencia fauna propia de zonas más cálidas, como los peces ballesta, globo o voladores. Y lo mismo ocurre con la flora. De hecho, es noticia de la semana pasada que la microalga Ostreopsis, tóxica y de origen tropical, ha provocado unas 900 intoxicaciones desde que se detectó por primera vez en la costa de Lapurdi, hace solo dos años.

Pero el problema no se limita a la costa vasca o cantábrica. Como se ha dicho, este episodio de aguas extremadamente cálidas afecta a todo el Atlántico Norte, y al respecto, ‘The Guardian’ publicaba hace unos días que las costas británicas y de Irlanda sufren una «ola de calor marino ‘sin precedentes’» que «supone una grave amenaza para las especies». Ese periódico explicaba que la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EEUU considera que partes del Mar del Norte son víctimas de una ola de calor marina de categoría cuatro, que se considera «extrema», con zonas frente a la costa de Inglaterra hasta 5ºC por encima de lo habitual.

En las páginas del diario británico, Daniela Schmidt, catedrática de Ciencias de la Tierra por la Universidad de Bristol, señalaba que «las temperaturas extremas y sin precedentes» que se están registrando son resultado de la combinación del calentamiento inducido por el hombre y la variabilidad climática natural, como El Niño, y apuntaba que mientras este tipo de olas de calor marinas son frecuentes en mares cálidos como el Mediterráneo, «estas temperaturas anómalas en esta parte del Atlántico norte son inauditas».

«Se han relacionado con la menor cantidad de polvo procedente del Sáhara, pero también con la variabilidad climática del Atlántico Norte, que habrá que seguir comprendiendo para desentrañarla», exponía la profesora. Y alertaba de que «el calor, como en tierra, estresa a los organismos marinos, y en otras partes del mundo hemos asistido a varias mortandades masivas de plantas y animales marinos causadas por olas de calor oceánicas que han provocado pérdidas de cientos de millones de libras, en ingresos pesqueros, almacenamiento de carbono, valores culturales y pérdida de hábitats».

«Mientras no reduzcamos drásticamente las emisiones [de CO2], estas olas de calor seguirán destruyendo nuestros ecosistemas. Pero como ocurre bajo la superficie del océano, pasa desapercibido», lamentaba Schmidt. 

En esas mismas páginas, el Dr. Dan Smale, de la Asociación británica de Biología Marina, que lleva varios años trabajando en olas de calor marinas, dijo sentirse sorprendido por estas temperaturas. «Pensaba que [las olas de calor marinas] nunca tendrían un impacto ecológico en las aguas frías que rodean el Reino Unido e Irlanda, pero esto no tiene precedentes y posiblemente sea devastador», indicaba.

A su juicio, las temperaturas actuales «son demasiado altas, aunque todavía no letales para la mayoría de las especies, aunque sí estresantes para muchas», pero «si se prolonga durante todo el verano podríamos asistir a una mortalidad masiva de algas, hierbas marinas, peces y ostras».

Por su parte, Piers Forster, catedrático de Física del Clima de la Universidad de Leeds, constataba que las temperaturas están en su nivel más alto de la historia, y confirmaba que se deben principalmente a un calentamiento antropogénico sin precedentes.

Sobre los motivos concretos, valoraba en ‘The Guardian’ que «es probable que la eliminación del azufre de los combustibles marítimos contribuya al calentamiento provocado por los gases de efecto invernadero», y que «también hay pruebas de que este año hay menos polvo sahariano sobre el océano», que ayuda a reflejar el calor y a mantener el agua fría. Con todo, avisaba: «es una señal de lo que está por venir».

Episodios de lluvias más intensos

Que las aguas oceánicas estén tan cálidas no solo repercute sobre los ecosistemas marinos. Tal como apunta Aemet en el hilo informativo del día 13, también «aumenta la evaporación, por lo que los episodios de lluvias pueden ser más intensos que con aguas más frías, si las condiciones atmosféricas acompañan».

Relacionar automáticamente esta temperatura del agua con las impresionantes tormentas que se han desatado en Euskal Herria puede ser precipitado, ya que la propia Agencia recordaba hace poco que «una temperatura inusualmente alta no tiene por qué desembocar necesariamente en episodios de lluvias torrenciales», y añadía que deben ocurrir determinados a factores atmosféricos para que se den este tipo de episodios. Pero es más fácil ver causalidad que casualidad en las trombas de agua de la semana pasada.

De fondo, la crisis climática, que está volviendo habituales situaciones que antes eran excepcionales en nuestro ámbito geográfico, donde, por ejemplo, cada vez hay más días de pedrisco que de sirimiri, más días de bochorno que de calor ‘sano’.

Y mientras la humanidad remolonea, la crisis del clima mete una marcha más; las temperaturas globales en el primer tercio de junio alcanzaron, por amplio margen, el nivel más alto registrado en esta época del año, provocando que superen los niveles preindustriales en más de 1,5ºC, según advirtieron hace unos días científicos del Servicio de Cambio Climático de Copernicus de la Unión Europea.

Europa es precisamente donde más se nota el acelerado cambio del clima, ya que nuestro continente se está calentando el doble que la media mundial. El sur europeo podría registrar algunos de los mayores aumentos a nivel global de temperaturas superiores a 40ºC y del número de días seguidos sin precipitaciones, según el informe ‘Estado del Clima en Europa en 2022’. Ese año la temperatura fue 2,3 grados mayor que la media preindustrial, un dato terrible, y estuvo marcado por el calor extremo, la sequía y los incendios forestales. Pero siempre habrá quien celebre lo rica que está el agua de la playa.