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Interview
Angeles Cruz
Premio Honorífico de Zinegoak

«En México, ser mujer, indígena y lesbiana es un triple sesgo negativo»

Oaxaqueña proveniente de la comunidad Villa Guadalupe Victoria, Ángeles Cruz iba para actriz, hasta que se le cruzó el «enojo» por los papeles que le ofrecían. Ganadora del Zinegoak 2022 con su ópera prima, ‘Nudo mixteco’, ha sido Premio Honorífico de esta edición, que se clausura este lunes.

Ángeles Cruz, actriz y directora mexicana que rueda en su comunidad mixteca. (Aritz LOIOLA | FOKU)

La entrevista, hecha en un viaje relámpago a Bilbo para recibir el lunes pasado el Premio Honorífico, se desarrolla en una calle Barrenkale de color más arcoiris que lo habitual. Plumas, travestís orgullosas, el ‘matriarca’ Otxoa que pasea por allí, canciones, reivindicación y fiesta, mientras que en los alrededores la mara de turistas circula dándose cuenta de que existen más colores que solo el amarillo del Tour.

A estas alturas Ángeles Cruz ya está en su casa, mientras que propio el festival de cines y artes escénicas LGTBIQ+ de Bilbo, Zinegoak, afronta este lunes la clausura de una edición que vaticinamos como la del salto a nuevos espacios y ambiciones: cumplen veinte años, han cambiado de fechas a junio... y el mundo en general, y la política en particular, tienden hacia preocupantes colores fascistoides. Frente a ellos, voces como la de Ángeles Cruz, con una cinematografía íntima pero comprometida en lo social, en la que habla de abuso infantil, violencia contra las mujeres, marginación y pobreza de los indígenas o amor lésbico.... y lo hace desde su propia comunidad, en su propio idioma.

En otro festival bilbaino, Zinebi, donde el pasado año se dedicó un ciclo a las cineastas mexicanas, escuché aquello de que: «Ser mujer, indígena y cineasta son palabras de exclusión». No sé si está de acuerdo.

Sí, y no sé si es en todo el mundo, pero en México ser mujer, ser indígena y ser lesbiana es un triple sesgo negativo. Si ves las políticas mundiales, te das cuenta de que no hemos avanzado mucho: seguimos peleando por estos espacios, por la diversidad y por la equidad, para que se nos tome de igual manera en la vida, trabajo y desarrollo profesional. No nos toman igual y seguimos peleando por el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo sin tener que justificarnos sobre nuestras decisiones.

Como miembro de una cultura minorizada está también un importante sesgo de racismo. Es un factor...

... brutal, sí. Retomando lo que mencionas del cine, también es cierto que, insertada en una comunidad indígena, ni siquiera tienes acceso a las convocatorias. Es complicadísimo que digas: ‘Soy cineasta. Quiero contar mis historias a través del cine’. Es muy difícil  acceder a los fondos, a la distribución y a las salas de cine.

¿Existen ayudas públicas para las lenguas minorizadas?

En México, hay un programa que es un estímulo para creadoras y creadores indígenas y afrodescendientes. Es un estímulo pequeño, pero que nos ayuda a levantar nuestros proyectos y a acceder a fondos más grandes. Todavía nos falta mucho camino por recorrer.

«Empecé a dirigir a partir del enojo. Del enojo de cómo te racializan y cómo te sesgan por tu aspecto físico. Todos los personajes que me ofrecían eran de servidumbre, de secuestradora, de ratera y de víctima»


Usted estudió interpretación e iba para actriz, pero ha terminado dirigiendo sus historias. ¿Qué lo provocó?

Fue a partir del enojo. Del enojo de cómo te racializan y cómo te sesgan por tu aspecto físico. El mío es evidentemente mexicano e indígena, y todos los personajes que me ofrecían eran de servidumbre, de secuestradora, de ratera y de víctima. Entonces me empecé a enojar muchísimo. Claro, son estereotipos que nos han metido y que la gente se los termina creyendo. Yo siempre digo que tengo una carrera universitaria y jamás me han dado un personaje, jamás hasta la fecha, de una persona con carrera. Mis personajes tienen que ser víctimas o victimarias, o con un sesgo negativo de dedicarse al al secuestro, a las drogas o, no sé, a sufrir muchísimo.

Me cansé. Dejé de tener trabajo, porque empecé a rechazar ese tipo de papeles, hasta que dije: ‘Creo que tengo que empezar a contar mis historias y a construir desde otro lado’. Y creo que, en ese sentido, somos esas gotas que se van juntando con otras gotas y que vas haciendo un caudal. Y te vas haciendo un río con mucha gente, haciendo un equipo, una comunidad cinematográfica. En mi pueblo, la tierra es de uso comunal, no es de uso privado. Y ahí tienen que ver las opiniones de todo el mundo y tenemos que coincidir, y tenemos que caminar de esa manera: tejiendo, construyendo estos tejidos para caminar juntos. Creo que en, ese sentido, eso me ha funcionado como cineasta.

Ángeles Cruz posa en la calle Barrenkale con la directora artística de Zinegoak. Alaitz Arenzana. (AAritz LOIOLA /FOKU)


‘The New York Times’ titula: «Las cineastas mexicanas ganan visibilidad». ¿Es cierto?

Una cosa es quiénes estamos contando las historias y otra qué tipo de historias estamos contando. También creo que tenemos que movernos en la narrativa del acuerdo, porque es cierto que ahora está más la cuestión de qué narrativas estamos proponiendo, porque si venimos a replicar la misma narrativa que tienen los hombres no sirve de nada. Pasa lo mismo cuando hablamos de diversidades sexuales. No es que: ‘Ah, bueno, yo soy lesbiana y voy a contar historias lésbicas”’, sino desde dónde estás contando, dónde estás poniendo la atención, dónde estás poniendo el corazón. Y ahí es donde empieza a moverse, desde el cimiento, desde la semilla.

¿‘Roma’ (2018), de Alfonso Cuarón, qué te pareció? Ha sido una película que se ha visto en todo el mundo, pero no sé si la visión que da de la criada, de nana Cleo, es real.

Yo creo que no es una película mexicana, aunque esté hecha por un mexicano. A eso me refería cuando me preguntaba desde dónde estamos partiendo. Sí pienso que el director está contando una historia desde su perspectiva, que es la colonia Roma donde él creció en una familia acomodada. La han querido vender como otra cosa, pero no es el punto de vista de ella: esa familia acomodada tiene a gente de servicio que está esclavizada. Tampoco creo que sea una crítica social.

¿Qué le provocó a usted?

Me dejó un sabor de boca amargo, en el sentido de ‘así nos justificamos, qué buenas personas somos. Le damos comida y alimentos, y un lugar para quedarse, y es como de mi familia’. Ese ‘como de la familia’... A una persona que tienes a tu servicio dale su seguridad social, sus horas libres; pero te aprovechas y la esclavizas.

Ha rodado todas sus películas en la comunidad donde vive.

En mi comunidad hay un sistema normativo, aceptado por el Gobierno Federal, donde tenemos nuestras propias autoridades y en el que la máxima autoridad es la asamblea comunitaria, que la formamos todas las personas mayores de 18 años. Allí votamos, nos peleamos, discutimos, nombramos a nuestros representantes, que son como 14 personas cada año. Estos representantes tienen la obligación de servir a la comunidad sin ningún goce de sueldo, es un servicio que se le da a tu comunidad. Desde el primer corto he tenido que ir a la asamblea a pedir permiso. En ‘La tiricia o cómo curar la tristeza’ (2012) [corto ganador del premio Ariel en 2013], me dije: ‘Voy a hablar sobre el abuso infantil y vamos a ver cómo podemos romper con los silencios’. Entonces la gente pregunta, opina y vota si puedes hacer la película.

¿Ganó por mayoría?

Sí. La primera película fue la más cuestionada: ‘¿Cuánto voy ganar yo? Schwarzenegger  gana mucho dinero, yo quiero ganar igual’. Todo eso lo preguntaron. Les dijimos: ‘Son películas que vienen de fondos públicos, con recursos limitados, pero evidentemente se les va a pagar su trabajo’. Y dijeron ok. Con ‘La tiricia’ recuerdo que un compañero dijo: ‘¿A mí, para qué me sirve eso? ¡Como si no tuviera trabajo!’. Y entonces Patrocinio, la abuelita, agarra y le dice: ‘¿Es que tú no sueñas? ¿Para que sirve soñar si no te va a alimentar? ¿Para qué sirve soñar?’. A mí me pareció increíble que ella lo entendiera perfectamente. Lo dijo con una claridad que me pareció muy sabia.

Después hice ‘La carta’ (2014), que es sobre el amor lésbico de dos chicas y ahí les dije que era una historia de amor, que ya no quería hablar sobre el abuso y que sucedió en un pueblo de una gente que regresaba a ver a su amor de la infancia. Y todo el mundo votó que sí [risas]. Después la vieron.

¿Cómo reaccionaron?

Les encantó. Por ejemplo, la que hace de mamá de uno de los personajes me dijo que a ella le había conmovido muchísimo. Terminó llorando después del corto, porque ella estaba peleada con su hija por la pareja que ésta había elegido. Era una pareja heterosexual, pero a ella no le gustaba y entonces se dijo: ‘¿Yo por qué tengo que juzgar? ¿Por qué tengo que decidir sobre la vida de mi hija?’. O sea, como que le dio la vuelta y entendió perfecto de qué se trataba el asunto: no podemos decidir sobre el cuerpo de la otra persona, ni a quién ama.

Con ‘Nudo Mixteko’ [su primer largometraje] pasó lo mismo. Les expliqué en una asamblea que eran tres historias de personas que regresaban a su comunidad y que se veían cuestionadas acerca del derecho de decidir sobre su propio cuerpo. Son tres historias que se encuentran en la fiesta patronal, en la asamblea comunitaria y en el sepelio, que son los grandes eventos de mi comunidad, para lo cual pido que participe toda la gente que pueda. Bueno, pues la mayoría de mi pueblo está ahí.

¿Y?

Felices. Ellos entienden perfectamente que es una ficción. Y a través de la ficción hemos logrado dialogar los temas que son muy complicados para nosotros: el abuso sexual, la aceptación de la diversidad sexual... Yo hice ‘La carta’ (2014), que habla sobre el amor lésbico, porque una vez en una cena, platicando, me dieron: ‘Este hombre es homosexual, pero, bueno, no lo hace abiertamente. Y mujeres no hay, eso no existe’. ‘¿Cómo que no existe?’, yo. ‘¿Pues cómo le hacen?’. O sea, imagínate el pensamiento tan retrógrado, que ni siquiera nos permitimos pensar que dos mujeres pueden tener un acto sexual.

Es tan falócrata el pensamiento... y yo llevo quince años casada. Y les digo: ‘¿Qué piensan, que es mi prima?’. En ese sentido, creo que el cine abre esos diálogos. En su ficción, te permite platicar sin que te sientas juzgada o juzgado en la comunidad. Todo el mundo participa.