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China abre el «penta-BRICS»

Como si de un tetrabrik se tratara –permítase y perdónese el juego de palabras en el titular– China, seguida por Rusia, ha impulsado la ampliación del club de los cinco (penta) BRICS, lo que ha llevado a India, Sudáfrica y Brasil a incluir a sus propios candidatos.

Cumbre del club de los BRICS. (Giangluigi GUERCIA | AFP)

El grupo de los BRICS, que reúne a las cinco principales economías emergentes (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) deshojaron la semana pasada en Johannesburgo la margarita de su ampliación y a partir del año próximo contarán con seis nuevos miembros: Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Egipto, Irán, Etiopía y Argentina.

El bloque aglutinará en 2024 al 46% de la población mundial y el 37% del PIB mundial en poder de compra. Y la tendencia va a más. A día de hoy sus cinco economías suponen el 23% del PIB mundial, con la ampliación llegarán al 29,1%, pero en 2028 se prevé que alcancen el 31,4%, según el FMI. Y puede provocar un vuelco total si, como se anuncia, se abre a nuevas ampliaciones.

En el reverso, su gran rival, el G7, que agrupa a las siete mayores economías occidentales (EEUU, Japón, Alemania, Gran Bretaña, Estado francés, Italia y Canadá), aúna todavía el 43,5% del PIB global, pero su peso bajará al 41,1% en 5 años.

La concreción de la anunciada ampliación de los BRICS, aparte de obligar acaso a modificar el nombre –acrónimo– del grupo (a riesgo de convertirse en una sopa de letras) evidencia el objetivo de estos países de profundizar su relación con las economías en desarrollo del llamado Sur Global.

La ampliación evidencia el objetivo de los BRICS de profundizar su relación con las economías en desarrollo del llamado Sur Global.

Resulta paradójico que fuera un analista de la firma Goldman Sachs quien inventó el nombre hace 20 años para distinguir al grupo de países que crecían exponencialmente, atrayendo la inversión global.

Un año después de la crisis mundial de 2008, conocida como la Gran Recesión (por comparación con la Gran Depresión de 1929), y aprovechando su especial afectación en EEUU y Europa, esos países formalizaron la creación del grupo haciendo suyo ese nombre.

La incorporación de Sudáfrica, en 2010, añadió la S a los BRIC, un acrónimo que, pese a la ampliación, el presidente brasileño, Inazio Lula da Silva, es partidario de mantener.

Una ampliación que, más allá de cuestiones nominales, muestra el juego de equilibrios entre los miembros del grupo, muy heterogéneo (cuatro continentes), con diferentes niveles de crecimiento y, sobre todo, distintas agendas.

El que, pese a las dudas crecientes sobre la persistencia de su «milagro económico» está en disposición de imponerla –su agenda– es China, que, desde la creación del grupo, lo ha visto como una palanca para voltear el actual orden mundial, dominado todavía por Occidente (EEUU y el dólar).

Una herramienta con la que China quiere liderar –o coliderar como primus inter pares un proceso que dé más protagonismo al Sur Global y que exija al enriquecido Norte no solo que permita que esos países salgan del ostracismo de la periferia, sino que ceda en su pretensión hegemónica. Esa que está en el corazón de la pugna entre Washington y Pekín, disputa que marca el devenir de los próximos decenios y cuyo desenlace guiará el futuro de lo que queda de siglo (con permiso de la emergencia climática y, quizás, de India).

Xulio Ríos, experto en China entrevistado en su día en estas páginas, lo resumía perfectamente en ‘El País’: «Los BRICS son la principal fuerza articuladora y constructiva, la más determinante para remodelar el orden global existente, una tarea que China se plantea aplicando la misma fórmula procedimental que hizo posible el triunfo, contra pronóstico, de su propia revolución: del campo a la ciudad, de la periferia al centro, del Sur al Norte...».

Todo apunta a que Arabia Saudí e Irán entrarán en el club por impulso de China. Ambas potencias regionales de Oriente Medio, rivales históricas como adalides de las dos principales corrientes del islam, sunismo chiísmo, acaban de normalizar sus relaciones por mediación de Pekín.

Irán contaba con el padrinazgo de Rusia, con la que comparte alianza en Siria para mantener en el poder a la dinastía Al-Assad y a la vez ser objetivo de sanciones occidentales. La anunciada aceptación de la candidatura de Teherán refuerza el eje Pekín-Rusia en su desafío a EEUU, «el gran satán» para Irán.

En contrapartida, India, que como Brasil recelaba de la ampliación por temor a que supusiera diluir su presencia en Los BRICS, ha logrado incluir a los Emiratos Árabes Unidos, satrapía árabe con la que tiene extensas relaciones, incluidos sus intercambios comerciales en rupias, y al Egipto del autócrata mariscal Al-Sisi, con su frágil economía, pero sus 100 millones de almas.

La entrada de Etiopía, una economía que crece con cifras de dos dígitos, pero que sufre graves conflictos militares internos (ayer en Tigray, hoy con la etnia Amhara...), se entiende como concesión a Sudáfrica.

El Brasil de Lula ha logrado colar a Argentina, para intentar rescatar, siquiera anímicamente, a su vecino, aquejado de una crisis existencial que dura décadas. Lejos queda la época en la que el país, con su potencial exportador, era la envidia de muchos Estados europeos, entre ellos el español. El problema es que la hecatombe económica que sufre Argentina ha generado tal crisis política que está a punto de caer en manos de la extrema derecha, lo que abocaría al país a un escenario desconocido y volátil. Y si venciera la derecha liberal, tan responsable como el peronismo, kirchnerista o de derecha, del desastre, aquella ha anunciado que renunciará al ingreso.

A la espera de que la dinastía de los Saud confirme su entrada en los BRICS en los próximos meses –no se descartan presiones de EEUU–, la incorporación de las satrapías árabes e Irán otorgará al grupo una influencia decisiva sobre el petróleo mundial, cuando ya la OPEP+, con Rusia, ha profundizado en su autonomía respecto a Occidente.

El hecho de que una veintena de países solicitaran unirse a los BRICS evidencia su atractivo para los Estados de la periferia. En este sentido, tan relevantes como los elegidos son los que han visto postergada su candidatura.

Indonesia renunció a última hora a su candidatura, pero Argelia, aliada de Rusia y en la frontera con la Unión Europea –con su gas–, y Nigeria, la potencia económica y demográfica africana (223 millones de habitantes) han quedado, de momento, fuera.

Siguen en lista de espera Bangladesh, Vietnam, República Democrática del Congo (RDC), Ghana, Zimbabwe, Venezuela y Cuba, entre otros.

Otros países emergentes, y de mayor peso poblacional y económico en sus respectivas regiones como México, Turquía y Pakistán han mostrado su interés, pero todavía no han pedido su adhesión.

Está claro que la reivindicación del peso de las economías emergentes y del Sur Global es una cuestión de justicia. Como recordó en la cumbre de Johannesburgo el secretario general de la ONU, António Guterres, «la gobernanza global debe representar el poder y las relaciones económicas actuales, no las de 1945», en referencia a la imposición por parte de EEUU de un orden mundial a su medida en los acuerdos de Bretton Woods.

Como es evidente, todos los países invitados a entrar en los BRICS tienen sus credenciales: Arabia Saudí es el primer exportador mundial de crudo y la mayor economía árabe; Irán tiene las segundas reservas mundiales de gas y las cuartas de petróleo; EAU es una creciente potencia nuclear y solar y una potencia militar diplomática regional; Egipto tiene más de 100 millones de habitantes, y Etiopía es el segundo país africano más poblado. Hasta la exhausta Argentina es la tercera economía latinoamericana.

Pero la elección denota una total falta de escrúpulos y evidencia que la única guía de los BRICS son los intereses. Una integración a la china, que apela a la «soberanía nacional», léase el imperio de los «asuntos internos» frente a todo tipo de denuncias, el desarrollo y bienestar como objetivos y el antihegemonismo como eje de las relaciones internacionales. Parafraseando a Xulio Ríos, todo ello en contraposición a un modelo, el occidental, y su «idea de compartir ciertos valores en oposición a quienes los menosprecian».

Otra cosa es que Occidente venda valores, pero se guíe hipócrita por intereses, como muestran sus hasta ahora privilegiadas relaciones con Arabia Saudí, EAU y Egipto... Los BRICS ni disimulaban y, como poco, le han emulado al tejer semejantes alianzas, además con el Irán de los ayatollahs.

Acabar con el hegemonismo occidental es un objetivo loable. Pero hacerlo con semejantes anfitriones –con excepción del Brasil de Lula y la Sudáfrica heredera de Mandela– e invitados resulta todo menos corazonador.