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Menos asfalto y más árboles; París se aferra al sentido común

En busca de una estrategia eficaz contra la crisis climática, París opta por seguir lo que dictan expertos y sentido común, y ha decidido, entre otras medidas, eliminar el 40% de superficie asfaltada y aumentar la vegetal y arbolada. Una política que contrasta con lo que vemos en las urbes vascas.

Personas de todas las edades se refrescan en las fuentes aledañas a la Torre Eiffel. (Miguel MEDINA | AFP)

Mientras en algunas de las principales ciudades de nuestro país asistimos a un modelo de desarrollo urbano donde los árboles están siendo erradicados sin piedad, y que no responde a más lógica que la de las hormigoneras –la tala de un centenar largo de olmos en Deustua, investigada por la propia Fiscalía, o el de momento suspendido proyecto de parking en la Plaza de la Cruz de Iruñea son ejemplos recientes–, París va a acometer en los próximos años una transformación mucho más sensata y acorde a los criterios marcados por las Naciones Unidas para afrontar las consecuencias de la crisis climática y el calentamiento global.

A principios de verano, la capital gala aprobó un nuevo plan urbanístico «bioclimático» cuyo objetivo es adaptarse a lo que está por venir, cuya avanzadilla la estamos conociendo. Y de qué manera. «Esperamos y anticipamos picos de calor muy fuertes, muy elevados, y olas de calor con 50 grados. El clima en París se va a parecer al de una ciudad como Sevilla en los próximos años», explicaba hace unos días a la agencia Efe Dan Lert, concejal de Transición Ecológica, tras una temporada estival en la que el Estado francés ha batido los récords históricos de temperaturas para un final de verano.

Según apostillaba el edil parisino encargado del plan climático, del agua y la energía, la canícula extrema es el «desafío número uno» de esa ciudad, muy densamente poblada.

Su último récord de temperatura lo marcó en julio 2019, con 42,6 grados, y el verano de 2022 fue el que acumuló más días de calor extremo (22). Pero los estudios del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC) francés señalan que esa cifra se irá quedando pequeña en el futuro, con veranos de unos 34 días de ola de calor por año. En ese contexto, París no tiene otra alternativa que transformarse para bajar sus temperaturas y convertirse en una ciudad más habitable. «La idea es pasar de una ciudad que es como un radiador, que tiene un efecto de una isla de calor urbano, a una ciudad que sea un oasis», señala Lert.

Contra las islas de calor urbano

El Plan Local de Urbanismo (PLU), que renueva el de 2006 y establece una serie de objetivos en el horizonte de 2035, prevé a corto plazo unas 70 hectáreas adicionales de espacios verdes, con la ampliación de algunos parques ya existentes y la creación de otros nuevos. Según explicaba cuando se aprobó el plan el digital helvético swissinfo.ch, el proyecto más ambicioso es un gran parque metropolitano al norte, en una de las zonas más populares de la ciudad, entre la Puerta de la Chapelle y la Villette.

Y a más largo plazo, se quiere llegar a 300 hectáreas adicionales, un objetivo muy ambicioso teniendo en cuenta que en el primer mandato de la actual alcaldesa, Anne Hidalgo (2014-2020), se crearon 30 hectáreas de nuevos espacios verdes. Desde 2006 han sido 80 hectáreas.

Se trataría de llegar a los diez metros cuadrados de espacios verdes por habitante que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuando ahora la cifra es de 5,8 metros cuadrados, si se excluyen los bosques de Boulogne y de Vincennes, en los contornos de la urbe.

Asimismo, el plan considera irreversible la progresiva conversión en espacio peatonal, desde 2012, de las orillas del Sena, que en el pasado habían sido una vía rápida de circulación para atravesar la ciudad, y contra la que se opuso la derecha.

De igual modo, el Ayuntamiento prevé la despermeabilización del 40% del espacio público en los próximos años, lo que significa sobre todo sustituir revestimientos de hormigón o de asfalto por otros de tierra. «París es una ciudad particularmente vulnerable a las consecuencias del cambio climático, porque la intensidad de los usos y su carácter mineral (con mucho cemento o alquitrán en los suelos) la hacen sensible a los fenómenos de las islas de calor urbano», argumenta el proyecto.

Cambios en la arquitectura

En este sentido, según indicaba Lert en la entrevista con Efe, otra medida fundamental tiene que ver con la arquitectura de la ciudad, cuyos edificios están poco aislados y preparados para las altas temperaturas. En especial, apunta, habrá que adaptar los edificios de viviendas, pero la transformación plantea interrogantes importantes respecto a la conservación del patrimonio parisino y su estética tan característica. «Tenemos tejados de zinc que definen la belleza de París, pero sobre un tejado de zinc hace 80 grados. Y cuando tengamos picos de calor que van de 40 a 50 grados, hace falta que aislemos esos edificios», precisa.

Los tejados, por ejemplo, concentrarían menos calor vegetalizados o pintados en color claro, algo que ya se está haciendo con algunos edificios públicos como guarderías o bibliotecas para que haya entre 3 y 6 grados menos. Pero las obras necesarias para mejorar el aislamiento en el interior son a veces frenadas por las autoridades que velan por la conservación del patrimonio. «Suplicamos a los Arquitectos de los Edificios de Francia que cambien la doctrina urbanística. Tenemos que aceptar que el paisaje de París va a cambiar para protegerse», declara Lert, quien advierte, apelando a un estudio elaborado tras una fuerte ola de calor en 2003, de que «una persona mayor que viviera bajo un tejado sin aislar tendría cuatro veces más probabilidades de morir de calor».

En el proyecto se indica también que la demolición de edificios para construir otros nuevos será la excepción y que «la rehabilitación se convierte en la nueva norma para disminuir el impacto medioambiental». Además, podrá aumentar la altura de los edificios existentes, siempre que sirva para crear viviendas y ayude a la «deshormigonización» de los patios. Asimismo, la producción de energía renovable será obligatoria en todos los proyectos inmobiliarios de más de 1.000 m2.

Las rutinas y el ocio también deberán cambiar para aprovechar las horas más frescas. Así, los parques deberán ser accesibles por las noches y se deberá dar refugio a las personas sin techo contra el calor, como ahora se hace contra el frío en invierno. Fuentes, sombrillas y pulverizadores de agua multiplicarán su presencia, algo que ya se ha implementado este verano y se profundizará de cara al estío de 2024, que será el de los Juegos Olímpicos.

«Las raíces de la sostenibilidad»

Estas actuaciones van en consonancia con las recomendaciones de científicos y técnicos de cara a amortiguar los efectos de la crisis climática. Medidas como las que cita el artículo “The roots of sustainability: 5 reasons why cities need trees” (“Las raíces de la sostenibilidad: 5 razones por las que las ciudades necesitan árboles”), publicado el año pasado en la página web del Foro Económico Mundial y del que se hace eco ONU-Hábitat en su portal digital.

En el texto se lamenta que «las ciudades prestan relativamente poca atención a cómo se tratan y protegen los árboles» –algo sabemos de eso en Euskal Herria– y se menciona que «durante un periodo de cinco años la cobertura arbórea urbana global promedio ha disminuido en casi 40.000 hectáreas (400 km2) por año».

Frente a esta realidad, los autores señalan que «una cubierta arbórea saludable y en crecimiento dota de beneficios ambientales, sociales, para la salud, biodiversidad y economía», y exponen varias razones para poblar de árboles las ciudades.

En concreto, enumeran cinco –aunque bien podrían ser una docena, tal como indica el periodista y escritor Josu Goikoetxea en “Hamabi arrazoi hirietan zuhaitz gehiago egon dadin”, publicado esta pasada semana en Sustatu.eus, donde traduce un interesante hilo difundido en Twitter–, el primero de los cuales es que «los árboles actúan como enfriadores naturales en el entorno construido, aliviando el efecto de isla de calor y disminuyendo el consumo de energía para una mejor mitigación del cambio climático».

«Esto –añaden– es crucial en verano, cuando las superficies sombreadas pueden estar más frías que las superficies sin sombra entre 11 y 25°C , y la evapotranspiración puede reducir las temperaturas máximas entre 5 y 10°C».

Como segunda razón se apunta que los árboles son «aspiradoras» de dióxido de carbono (CO2) y que, como tales, «aportan equilibrio al sistema ecológico». De hecho, los autores recuerdan que la superficie arbolada contribuye a eliminar «dos tercios de todas las emisiones relacionadas con los humanos en la atmósfera».

Junto a ello, y como tercer punto, citan que «una cubierta de árboles saludable protege a los residentes de enfermedades relacionadas con la contaminación, muerte prematura y mejora la calidad general de la salud», y en cuarto lugar, que las personas «con un acceso más fácil a los espacios verdes o la naturaleza reportan un mejor estado de ánimo y una mayor motivación para hacer ejercicio al aire libre y socializar dentro de sus comunidades».

El texto destaca además que «los árboles protegen a todos los que viven alrededor y en ellos, y mejoran la biodiversidad urbana», antes de concluir que «el futuro de las ciudades sostenibles e inclusivas seguramente dependerá de cómo cuidemos y protejamos nuestros árboles urbanos».

Una lección que parecen haber aprendido en París pero ante la que tropiezan con estrépito algunos consistorios vascos.