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Nagorno-Karabaj: Viejas herencias, eternas venganzas y nuevas traiciones

Una bandera de Nagorno-Karabaj en la capital armenia. (Karen Minasyan | AFP)

El conflicto en torno a Nagorno-Karabaj es una herencia del desplome de la URSS. De mayoría armenia pero enclavado en Azerbaiyán, la independencia de las antiguas repúblicas soviétivas abrió la caja de pandora en territorios que habían sido objeto de movimientos de población y de creación de fronteras artificiales y discrecionales por Stalin, quien pese, o por, su origen georgiano decidió disolver los proyectos iniciales de la Revolución Rusa de reconocer como repúblicas a las confederaciones de pueblos caucásicos.

El «divide et impera» no es, a lo que se ve, exclusivo del desaparecido imperio marítimo británico, en la que era un verdadero experto.

Transnistria con su población ruso-siberiana en la rumana Moldavia, Osetia del Sur (desgajada del Norte) y la musulmana Abjasia, ambas en la ortodoxa Georgia, el Alto Karabaj e incluso Crimea y el Donbass en Ucrania se convirtieron en conflictos congelados que han ido estallando en guerras, utilizadas por Rusia para recuperar y apuntalar su influencia y por Occidente para debilitarla.

La de Nagorno-Karabaj, a la que seguiría la de Transnistria, estalló en plena disolución de la URSS. La guerra entre Erevan y Baku (1988-1994 y 30.000 muertos) acabó con la victoria armenia y con la deportación de un millón de de azeríes de siete distritos donde eran mayoría y rodeaban el enclave karabají.

Humillada, la turcomana Azerbaiyán dejó pasar los años mientras se rearmaba gracias a su maná petrolero y gasístico en el Mar Caspio y al apoyo del neotomano presidente turco Erdogan. La «Guerra de Abril» de 2016 y las periódicas escaramuzas marcaron un giro en el conflicto que se confirmó en la «Guerra de los 44 días» de 2020, en la que las milicias de la autoproclamada república de Artsaj eran diezmadas por la superioridad militar azerí, incluidos los drones turcos. Artsaj accedió a abandonar el territorio «de seguridad» y un tercio del enclave y el primer ministro armenio, Nikol Pashinian, a negociar con Bakú un acuerdo definitivo.

Pero no era el desenlace de la guerra lo único que había cambiado. Las fuerzas de interposición rusas asistíán impasibles a las provocaciones azeríes; la penúltima, el bloqueo del corredor de Lachin. Pashinian intentó que Rusia cumpliera sus compromisos de mediación pero Putin prioriza su entente con Erdogan, sabedor de que una advertencia a Azerbaiyán le podría crear aún más problemas en Ucrania, con la llave del estratégico paso del Bósforo en manos de Turquía.

Aislada, Armenia ha decidido recientemente lanzar guiños a EEUU y gestos a Ucrania. Rusia ha respondido dejando que Azerbaiyán termine con su plan de anexión de Nagorno-Karabaj y sus 120.000 armenios podrían correr la misma suerte que sus vecinos azeríes, expulsados hace 30 años.

Una traición, la rusa, que evidencia el drama de los pueblos condenados a sobrevivir en el «espacio vital» de los imperios. Al albur de los intereses geopolíticos del centro, les toca tragar o desaparecer.