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Coja su turno para la aniquilación

Mientras el mundo mira hacia otro lado, la última operación militar azerí contra Nagorno Karabaj descabeza definitivamente a la república de facto, pero también amenaza la del propio pueblo armenio como nación soberana en el Cáucaso sur.

Una mujer en la aldea armenia de Kordnizor. (Alain JOCARD | AFP)

En enero de 1989, los azeríes de Kyzyl Shafag (una aldea en el norte de Armenia) y los armenios de Kerkenj (en el centro de Azerbaiyán) se reunieron con el objetivo de intercambiar sus respectivos pueblos. A los armenios les dolía dejar atrás sus viñedos, lo mismo que sus pastos de montaña a los azeríes. Fue una decisión tan dolorosa como difícil de consensuar, pero siempre sería mejor eso que acabar expulsado por la fuerza y mudarse a un vagón de tren en una vía muerta.

El traslado se completó en la primavera de aquel mismo año, tras un acuerdo tácito que incluía la preservación de los cementerios de ambos pueblos a manos de sus nuevos ocupantes y el derecho a visitarlos. No hubo participación alguna de las autoridades de sus respectivas repúblicas –no había comunicación directa entre ellas en el rígido sistema vertical soviético–; fue la gente, los pastores y los viticultores, los que pergeñaron una alternativa a una campaña de éxodos forzosos que había estallado un año antes. El pistoletazo de salida fue aquel pogromo de armenios en Sumgayit (Azerbaiyán). Que una de las víctimas fuera de Kerkenj estimuló la iniciativa entre sus vecinos.

Mientras Armenia se vaciaba de azeríes y Azerbaiyán de armenios, ambos pueblos se mataban con saña en Nagorno Karabaj. En la aldea karabají de Togh, por ejemplo, ya no podían vivir pared con pared, así que se dibujó una línea en la plaza: al norte de ella vivirían los armenios, y al sur los azeríes (en el caso de los matrimonios mixtos los niños se quedarían siempre con la madre). La primera guerra de Karabaj (1988-1994) se cerró con una victoria armenia, por lo que los azeríes del sur de Togh se verían forzados a irse del enclave arrastrados por una marea humana hacia Azerbaiyán. Más de medio millón de personas.

Durante los siguientes 25 años, los armenios de Nagorno Karabaj disfrutaron de una república propia que nadie reconocía y a la que rebautizaron con su nombre medieval: Artsaj. En Azerbaiyán el tiempo transcurría de forma simultánea, y fue suficiente para invertir las ganancias del gas y el petróleo en alta tecnología militar y en entrenar y equipar a la tropa.

Todo aquello se estrenó en la segunda guerra de Karabaj: 44 días del otoño de 2020 con victoria azerí. En las zonas que habían de pasar bajo control de Bakú, muchos armenios desenterraban a sus muertos para llevárselos en el maletero de un Lada. Para Azerbaiyán, no obstante, fue una victoria incompleta: los armenios habían perdido dos tercios del territorio bajo su control, sí, pero seguían en la capital y sus distritos aledaños.

Thomas de Waal, una de las voces más autorizadas en el Cáucaso describe el conflicto entre armenios y azeríes como «una limpieza étnica por turnos». Que los azeríes habían desaprovechado el suyo hace tres años quedó patente el pasado miércoles. Había que acabar la faena.

Tras un bloqueo de nueve meses al tráfico por la única carretera que conecta Karabaj con el resto del mundo, Bakú pasó a bombardear la capital y localidades aledañas. Los armenios capitularon en menos de 24 horas: son plenamente conscientes de que no tienen nada que hacer ante el poderío militar del enemigo.

¿Ahora qué?

Se habla de docenas si no de cientos de muertos, miles de desplazados y combates esporádicos, aunque todavía es demasiado pronto para conocer las cifras reales. La ONU ya manifestó su «alta preocupación» en la sesión del pasado jueves, horas después de que una delegación de Nagorno Karabaj viajara a Azerbaiyán para reunirse con el adversario y negociar los detalles de la capitulación.

Bakú pide el desarme del enclave y el desmantelamiento de su administración, pero, que se sepa, los armenios solo tragan con el primer punto. Se conocerán los detalles de la reunión «en los próximos días», pero nos podemos ahorrar la espera. No hay negociación posible cuando no tienes nada que poner sobre esa mesa.

Tampoco conocemos los detalles de esa «integración total en la sociedad azerí» que pide Bakú. ¿Podría Karabaj convertirse en una región autónoma dentro de Azerbaiyán? Si un millón de talish en el país no gozan de la suya ni de derecho alguno como minoría, ¿qué pueden esperar 120.000 armenios? 

Lo único entre ellos y los azeríes eran las tropas de interposición rusas desplegadas tras el acuerdo de paz impulsado por Moscú para cerrar la guerra de 2020. Durante estos tres años se han encadenado los incidentes armados, con los rusos limitándose a observar y cubrirse. Mientras tanto, el malestar de los armenios por el incumplimiento ruso se verbalizaba en incendiarias comparecencias de su primer ministro, Nikol Pashinian.

Un puesto de observación armenio en la frontera. (Alain JOCARD | AFP)

Que Armenia acogiera una maniobra militar conjunta con Estados Unidos este mismo mes era la gota que colmaba el vaso. Ni siquiera la muerte de cinco soldados rusos el pasado miércoles ha tenido consecuencias en el vecino del Caspio. Bakú y Moscú cierran filas para echar a Occidente de una región en la que solo contemplan la de Turquía como una tercera voz. El resto es ruido.

Volviendo a los armenios de Artsaj, sin una tropa que les proteja, ni la propia ni la de Moscú, probablemente sea el éxodo a Armenia su única opción de seguir con vida. Las imágenes de 2020 en las que soldados azeríes cortaban narices y orejas a civiles y vandalizaban monasterios siguen grabadas en la memoria colectiva. Quizá el paralelismo más cercano en el espacio y el tiempo sea el de los kurdos de las zonas ocupadas por Turquía en Rojava. Los encontrarán en esos campos de refugiados levantados en el noreste sirio, o intentando cruzar el Mediterráneo.

Una linea de tierra

El problema es que lo que pasa en Karabaj no se queda en Karabaj. «Si cae Artsaj, cae Armenia», fue el titular que Davit Babayan, ministro de Exteriores del enclave hasta hace meses, dio a esta cabecera.

Tras la debacle de 2020, Bakú ha ido ocupando territorio oficialmente de Armenia en la sureña región de Syunik. Esa estratégica lengua de tierra entre Azerbaiyán y su exclave de Najicheván –que comparte frontera con Turquía– es lo único que se interpone en el sueño panturco de unir el Mediterráneo con el Caspio sin abandonar tierra turca.

Karabajíes escoltados en su huida a una base militar rusa. (AFP)

El presidente azerí, Ilham Aliyev (de la dinastía autocrática de los Aliyev), se refiere a Ereván como «una ciudad en Azerbaiyán occidental» y se agarra al punto 9 del acuerdo de paz que puso fin a la guerra de 2020. Donde dice: «Garantizar el libre movimiento de personas, vehículos y mercancías», Aliyev cree leer algo sobre cierto «corredor» que, por supuesto, controlará él, y que podría aislar a Armenia de su vecino persa.

Las consecuencias serían desastrosas: Irán es el único con el que Armenia mantiene una relación comercial fluida dado que sus fronteras con Azerbaiyán y Turquía están cerradas desde los 90: por otra parte, las relaciones con Georgia son turbulentas por los lazos de esta con Ankara.

Sistema de turnos

Cuando se escriben estas líneas, la protesta contra el primer ministro armenio toma las calles de la capital, pero que Moscú pida hoy su cabeza podría provocar el efecto contrario. En cualquier caso, un cambio de caras en la pequeña Armenia no va a evitar que su pueblo atraviese su peor momento desde el genocidio en Anatolia. Sabemos que fue ahí donde comenzó el sistema de turnos.

En cuanto a aquellos dos pueblos que intercambiaron sus habitantes antes de que fuera demasiado tarde, sepan que siguen ahí, y también muchas de las familias realojadas. Hace ya mucho que no visitan los cementerios donde descansan sus antepasados porque la situación no invita a cruzar la frontera, pero se mantiene el contacto entre las familias. Solo sea para mandar la foto de una tumba.