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Iñigo Urkullu dejará forzado Ajuria Enea habiendo apuntalado el viejo estatus

Iñigo Urkullu anunció por fin elecciones para el 21 de abril. Como cabía esperar, hizo un inventario de logros durante su mandato. Deja Ajuria Enea en contra de su voluntad y habiendo apuntalado el viejo estatus sin avances en autogobierno y en coalición con el PSE al que ha dado poder de veto.

Urkullu, durante su comparecencia en Lehendakaritza para anunciar las elecciones. (Endika PORTILLO | FOKU)

El lehendakari Iñigo Urkullu compareció finalmente ayer para anunciar la convocatoria de elecciones para el 21 de abril. Lo hizo tras un Consejo de Gobierno retrasado de martes a jueves por el fallecimiento de su madre, Flori Renteria. Por si el detalle tuviera alguna importancia, cabe señalar que en 2020 se presentó ante los medios con todos sus consejeros y consejeras detrás, arropándolo en las fotos y en las imágenes de televisión. Ayer lo hizo en solitario, con el Ejecutivo sentado en la primera fila de la sala por delante de los periodistas.

Pese a los intentos de la prensa, Urkullu dejó sin respuesta la pregunta de si hubiera querido repetir como candidato. Solo contestó que «soy hombre de partido. Del PNV. No tengo nada que decir, salvo que ya dije en setiembre que el PNV era libre para decidir el futuro». Y lo que Sabin Etxea eligió fue que el candidato fuera Imanol Pradales, lo que fue una sorpresa y susto para los dos, con una filtración periodística de por medio.

Como es natural, el lehendakari quiso destacar sus éxitos. Aseguró que tras sus 12 años en Ajuria Enea «es un honor poder legar una Euskadi más avanzada y más justa a quienes nos sucederán. Una Euskadi asentada en los valores del respeto, la cohesión y la convivencia».

También habló de avances en autogobierno y en la economía. Incluso de la paz y del fin de una violencia que, por lo dicho, solo practicó ETA en la historia de este país.

Pero ¿cuál ha sido el salto cualitativo que se ha dado bajo el mandato de Iñigo Urkullu? Pues que pese a los compromisos de avanzar a un nuevo estatus, la CAV sigue anclada en el Estatuto incumplido de 1980 y en los pactos con el PSE que ya puso en marcha José Antonio Ardanza a mediados de los años 80.

Resulta llamativo el juego que Iñigo Urkullu se ha traído con la fecha de las elecciones, hasta el punto de asegurar ayer que tampoco se lo comunicó el lunes a Eneko Andueza y Andoni Ortuzar en su cita en Ajuria Enea. Apuntó que les preguntó qué día les parecía mejor y los dos coincidieron entre ellos y con lo que él mismo pensaba. Telepatía.

Resulta difícil de creer que ni en su partido supieran el dato. De hecho, resulta más saludable pensar que no sea del todo cierto. No parece entendible que, como dijo hace unos días Imanol Pradales, él mismo no supiera qué iba a hacer ese 21 de abril, día su cumpleaños. De ser todo ello cierto, sería preocupante. Una cosa es que el lehendakari tenga la prerrogativa de disolver el Parlamento y convocar los comicios y otra muy distinta es que lo decida en solitario como si fuera un secreto trascendental, y más aún cuando el propio Urkullu ya no va a ser protagonista de ese futuro.

En el inicio de este curso político, entre finales de agosto y primeros de setiembre, el lehendakari dejó caer que las elecciones autonómicas podrían coincidir con las europeas del 9 de junio. Pero luego se vio, como ayer reconoció el lehendakari, que eso conllevaría mezclar debates.

Luego se habló de marzo. Hasta lo planteó en una entrevista en ETB1 la presidenta del BBB, Itxaso Atutxa. Pero Urkullu replicó desde Japón que no tenía ninguna fecha en mente y pidió evitar especulaciones, lo que se entendió como un tirón de orejas a la burukide vizcaina.

Después, cuando se pasó el hito de aprobar los presupuestos a finales de diciembre, pero se vio que el Gobierno tenía la intención cierta de que la Cámara aprobara las leyes de Cambio Climático, Infancia, Cooperación y la Ley Trans, eso solo podía hacerse a primeros de febrero.

Por ello, atendiendo a los plazos legales y las festividades mediantes, GARA ya avanzó el 19 de diciembre del año pasado que la fecha más probable para la cita con las urnas era el 21 de abril.

Iñigo Urkullu llegó a Ajuria Enea en diciembre de 2012 con la promesa de una consulta sobre un nuevo estatus en 2015 y él mismo la aparcó a los pocos meses. Sin pretender a estas alturas hacer un repaso exhaustivo del programa del PNV de 2012 y su cumplimiento, por su trascendencia y el momento en el que se produjo, no se puede olvidar que el programa electoral jeltzale para 2012 incluía la promesa de elaboración de un «texto articulado» de Nuevo Estatus que sería debatido en el Parlamento y que «el resultado del proceso –el año 2015– será sometido a refrendo popular». El documento incluía también una Ley de Participación Ciudadana que regularía las consultas a la ciudadanía y que todavía, tres legislaturas después, tampoco se ha cumplido.

Aquellas elecciones del 21 de octubre de 2012 dieron la mayoría al PNV con 27 escaños; seguido de EH Bildu, con 21; PSE, con 16; PP, con 10, y un único parlamentario de UPyD. Urkullu prometió su cargo en la Casa de Juntas de Gernika el 15 de diciembre de 2012 y decidió inicialmente formar un Ejecutivo en solitario. No se puede olvidar que su antecesor había sido Patxi López, quien llegó a Ajuria Enea pese a haber quedado segundo, lejos de Juan José Ibarretxe, y gracias a los votos del PP y a la ilegalización de la izquierda abertzale. Era todavía pronto para olvidarlo.

Y eso que Urkullu no tardó en dar muestra de la flexibilidad de sus compromisos. El 9 de abril decidió convertir el programa electoral del partido en su programa de Gobierno introduciendo apenas unas pocas modificaciones. Una de ellas fue de primer orden político. El contrato con el que el PNV se presentó a los comicios recogía, como ya se ha dicho, que una vez que el texto articulado de la ponencia se aprobara en el Parlamento, «el resultado del proceso –el año 2015– será sometido a refrendo popular».

Sin embargo, al traducir eso en el programa de Gobierno, desaparecieron tanto la fecha como la palabra refrendo. Y lo que quedó fue «someter al contraste popular el resultado de la ponencia sobre autogobierno». Aunque la alteración puede parecer menor, tiene su importancia. Si no lo habrían dejado como estaba, al igual que el resto del programa. En todo caso, no hubo ni nuevo estatus ni refrendo ni contraste.

La vuelta «natural» de Urkullu a los pactos con el PSE

La apuesta inicial del PNV al volver a Ajuria Enea con Urkullu fue la de gobernar en solitario con apenas 27 escaños de 75 –sin buscar complicidades con, por ejemplo, EH Bildu, que había irrumpido en el Parlamento de Gasteiz con 21 representantes– no salió bien. Comenzó a gobernar, pero en marzo comprobó que no iba a poder aprobar sus primeras cuentas.

Inicialmente se habló de disolver la Cámara y convocar nuevos comicios. Pero se buscó otra vía. Retiró los presupuestos y ofreció públicamente a PSE y PP «un pacto de país y estabilidad». Desde un principio descartó el acuerdo con EH Bildu aduciendo que «su modelo social y económico es radicalmente diferente al del PNV».

En mayo Urkullu convocó una ronda de partidos en Lehendakaritza y, tras el paréntesis veraniego, Patxi López y Andoni Ortuzar firmaron un pacto con el lehendakari en medio ejerciendo de testigo. El PNV se garantizó desde entonces la tranquilidad presupuestaria a cambio de algunos planes económicos y de empleo de difícil evaluación de resultados y, sobre todo, de partidas económicas para municipios gobernados por el PSE. Hasta firmaron la reforma de la LTH con fecha límite del 31 de diciembre de 2015. Compromiso que siguió la misma suerte que la consulta prometida por el PNV para el mismo año.

No hacía falta ser un lince para pronosticar que aquello era el inicio de gobiernos de coalición en diputaciones y ayuntamientos a partir, esta vez sí, de 2015, aunque los protagonistas lo negaran repetidamente. Para Iñigo Urkullu firmar acuerdos con el PSE era «volver a la normalidad».

En el discurso de presentación del pacto, el lehendakari diseccionó la historia reciente de la CAV en periodos de quince años. Según su visión de la historia, a mediados de los 80 «se tejieron unas complicidades políticas para construir Euskadi desde la democracia y en base a valores compartidos». Atendamos a que en ese tiempo se dieron duras reconversiones industriales, los GAL y el Pacto de Ajuria Enea.

Aquello acabó en 1998, con el Acuerdo de Lizarra (que Urkullu nunca ocultó que no le gustó nada) y la llegada a Lehendakaritza de Juan José Ibarretxe (con quien tampoco congeniaba). Luego llegó el pacto PSE-PP para hacer presidente a Patxi López. Fueron, según Urkullu, años en los que primaron «más el enfrentamiento y la confrontación».

Por ello –pelillos a la mar– con la vuelta a los pactos entre PNV y PSE se abrió, según Iñigo Urkullu, «el tiempo de tejer complicidades desde la pluralidad, el trabajo común y el acuerdo». Como hicieron José Antonio Ardanza y José María Benegas en 1985, con un pacto de legislatura inicial como el de este setiembre de 2013, y más tarde con gobiernos de coalición, primero en 1987 y después en 2016.

El estado natural de las cosas para Iñigo Urkullu ha sido mantenerse en el viejo estatus. Ahora queda por ver si después de las elecciones del 21 de abril es posible, verdaderamente, abrir un nuevo ciclo que no se limite a gestionar lo que hay.