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Berlín agita el látigo «antisemita» para silenciar las voces críticas

Primero fueron los Ejecutivos nacional y regionales los que criminalizaron la solidaridad con Palestina, prohibiendo la «kufiya» en escuelas y consignas como «del río a la mar, Palestina será libre». Ahora atizan a los críticos con su apoyo incondicional al Gobierno sionista de Benjamin Netanyahu.

Movilización a favor de Palestina frante al Parlamento británico en Londres. (Henry NICHOLLS | AFP)

La pesadilla de la élite política alemana sería que miles y miles de ciudadanos se manifestasen a favor de un alto el fuego en Gaza (un 60% rechaza cómo Israel lleva su guerra contra los palestinos en Gaza, según un sondeo de la ZDF). Y desastroso sería si actrices alemanas alzaran su voz como Susan Sarandon, Itziar Ituño o Alba Flores para pedir un cese al fuego. Para retener tras la línea oficial a personalidades públicas y académicas, agita el látigo «antisemita».

Hasta hace 25 años, la palabra «antisemita» se refería solo a nazis que odiaban y exterminaban a judíos; hoy se ha convertido en un vocablo peyorativo que solo sirve para insultar y negar el diálogo. Por eso, Alemania e Israel anulan la precisión idiomática del alemán, uniendo la legítima crítica a Tel Aviv, al sionismo o al judaísmo como colas del mismo látigo «antisemita».

Así fustigan a todas las personas que no apoyan la guerra de Benjamin Netanyahu.

Esta actitud, empleada sobre todo por la Policía de Berlín, la han sufrido incluso activistas judías como Rachael Shapiro y Hadas, detenida por llevar un cartel con una estrella de David en los colores de la bandera palestina que decía: «Otra judía más en favor de una Palestina libre».

«Alemania es un buen lugar para ser judío. A menos que, como yo, seas una judía que critica a Israel», ironizó en ‘The Guardian’ la escritora Deborah Feldman, cuya autobiografía ‘Unorthodox’ llevó Netflix a la pequeña pantalla. Su renombre internacional y su independencia económica le protegen. El rechazo por parte del sionismo se lo ganó Feldman al afirmar en televisión: «Estoy convencida de que sólo hay una lección legítima del Holocausto y es la defensa absoluta e incondicional de los derechos humanos para todos. Y punto». «Cualquiera que quiera instrumentalizar el Holocausto para justificar más violencia ha perdido su propia humanidad», sentenció. La quimera de la oficiosa lucha contra lo que llama «antisemitismo» la vivió esta mujer judía con doble nacionalidad al preguntar a un miembro del Gobierno por los rehenes alemanes de Hamas. «Pues no son alemanes puros», le respondió. A Feldman le sorprendió que no utilizara la palabra «auténticos», sino la racista «puros» del vocabulario nazi.

En Alemania, el judaísmo oficial se encarga, con su diario ‘Jüdische Allgemeine’ (JA), editado por el Consejo Central de los Judíos, de arremeter contra las personas críticas. Tiene el incondicional y beligerante respaldo de la Asociación Alemana-Israelí, presidida por el exdiputado verde Volker Beck. A esa tropa se han adherido los diarios ‘Bild’ y ‘Die Welt’, de la editorial Springer, cuyos intereses económicos en Israel los ha desvelado el sitio web The Intercept. Opera allí el portal inmobiliario Yad2, que ha causado estupor por su anuncio en inglés “Del río hasta la mar”, cuyo mapa ya no reconoce los territorios palestinos. Un mensaje subliminal porque ofrece inmuebles ubicados en las ilegales colonias israelíes.

Para blindar los intereses de Springer, sus dos rotativos se dedican a señalar a las personas críticas con la línea política oficial. Junto al ‘Jüdische Allgemeine’, lograron que la prestigiosa Sociedad Max Planck despidiera al etnólogo australiano de origen libanés Ghassan Hage. Los tres diarios le tacharon de Israel-Hasser, es decir, «que odia a Israel», porque Hage constató que «la violencia israelí se parece mucho más a la violencia nazi antisemita por su poder destructivo y su deseo de humillar. También se parece a la violencia nazi en su vulgaridad».

Su suerte quedó sellada al opinar sobre los ataques del 7-O: «Los palestinos, como todos los pueblos colonizados, siguen demostrando que su capacidad de resistencia es infinita. No solo cavan túneles. Pueden volar por encima de los muros». La institución no se explica, solo declara que Hage «ha compartido una serie de publicaciones en las redes sociales en las que expresa opiniones incompatibles con los valores fundamentales de la Sociedad Max Planck».

El despido ha sido un aviso a los navegantes que surcan por las torbellinas aguas de la precariedad universitaria. Antes, la DIG y Beck intentaron que Bremen no premiara por «antisemita» a la autora estadounidense Masha Gessen con el Premio Hannah Arendt. Su pecado, escribir que Gaza «no es como un gueto judío en Venecia o un gueto dentro de una ciudad en Estados Unidos, sino como un gueto judío en un país de Europa del Este ocupado por la Alemania nazi».

Quien desee fulminar su carrera de la forma más rápida sólo ha de pronunciar el extranjerismo «genocidio» o el alemán völkermord en este contexto para que le caiga la espada de Damocles encima.