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Votar a la contra con la nariz tapada en las elecciones estadounidenses

El «supermartes», y la compartida incapacidad de los republicanos de deshacerse de un Trump acosado por los tribunales,y  la de los demócratas para jubilar a un octogenario egocéntrico Biden, abocan al electorado a una elección que mayormente no deserían. Reflejo interno de un imperio en crisis.

Combo con las imágenes de Biden y Trump, que volverán a rivalizar en noviembre por la presidencia de EEUU. (Andrew CABALLERO-REYNOLDS-Joseph PREZIOSO | AFP)

En estos tiempos de política líquida, marcados por la caducidad de movimientos que tocan el cielo y desaparecen en un suspiro y por la metamorfosis de viejos partidos hasta convertirlos en prácticamente irreconocibles,  es el voto de rechazo y no el entusiasmo en una candidatura el que decide las elecciones y los gobiernos.

Ocurrió el 23-J en el Estado español, cuando el miedo a un gobierno con Vox movilizó-giró el voto de muchas mujeres y dio con la puerta de La Moncloa en las narices de Feijóo (PP).

Ocurre desde hace decenios en el Estado francés tras la emergencia del Frente Nacional, con Le Pen padre, lo que ha permitido a Macron acometer dos mandatos tras ganar holgadamente en segunda vuelta a Le Pen hija.

Y todo apunta a que ocurrirá este año en Gran Bretaña, donde la previsible victoria del anodino y blairista Starmer se explica sobre todo por el voto de castigo a los desastrosos ejecutivos de los tories (conservadores).

Pero lo de EEUU riza ya todos los rizos. Los esperados resultados del «supermartes», con Biden sin rival alguno y con Trump con la nominación asegurada tras la retirada de Haley, anuncian una campaña absolutamente desazonadora, cuando no kafkiana.

Pese al respiro que ha supuesto para el expresidente la sentencia del Supremo que no levanta su inmunidad -aunque intentó, por todos los medios, incluido su apoyo al asalto al Capitolio, revocar su derrota electoral-, los próximos meses estarán jalonados de juicios y previsibles sentencias contra el magnate inmobiliario.

Asistiremos, en paralelo, a periódicos y, a lo que se ve, crecientes lapsos de un presidente octogenario que aspira a la reelección. Del líder de un imperio incapaz de imponer un orden internacional estable y cuyas servidumbres e intereses geopolíticos le impiden algo tan básico como ordenar a su aliado israelí que detenga tamaña salvajada contra Gaza.

Pocas veces ha sido la política internacional la que ha marcado las elecciones en un país que tampoco ha sido entusiasta a la hora de votar.

Los índices de participación han sido históricamente bajos, más si tenemos en cuenta que el censo electoral no incluye a las personas no registradas, aunque aquella ha repuntado en las últimas citas electorales, sobre todo por la creciente polarización.

Una polarización que explica cómo es posible que un outsider como Trump ganara las presidenciales de 2016 tras dos mandatos de Obama. Y que la mayoría del electorado republicano esté dispuesto a votar en noviembre a un empresario condenado por corrupción y por abuso sexual.

Y explica que Biden, vicepresidente del primer inquilino negro de la Casa Blanca, venciera en 2020 y con un récord histórico de participación y de votos, muchos de ellos anti-Trump.

Llegamos al nudo gordiano. Con su capacidad de movilizar al histriónico votante supremacista, evangélico y conspiracionista de un «Old Party» desconocido, como ha quedado evidenciado en las primarias, Trump tiene asegurado más del 40% del voto.

Pero tendrá problemas para concitar el apoyo no solo de los que han votado por Haley sino por ese electorado conservador periurbano, de clase media con estudios. Una minoría con amplia presencia de la mujer, y que puede decidir el resultado.

Si vota, con el orificio derecho de la nariz tapado, por Biden, quien a día de hoy solo concita el apoyo del 37% según las encuestas, puede garantizarle la reelección. No hay que olvidar que la encuestas auguraban que Haley habría ganado con hasta 12 puntos de ventaja a Biden. A quien, como ha evidenciado la abstención-castigo en las primarias por su inacción -acción pro-Israel- en Gaza, tendrán asimismo que votar con el orificio izquierdo tapado los votantes del ala izquierda demócrata y los electores arabo-musulmanes para que pueda seguir en la Casa Blanca.

Los estadounidenses están condenados a votar contra, y no por. Toda una metáfora de la posición a la defensiva de un país que sigue enfrascado contra la evidencia de un mundo multipolar, en vez de trabajar conjuntamente por su ordenación de cara a evitar la creciente convulsión que asola al Planeta.