La élite europea prepara una nueva centralización del poder en la UE
El informe sobre la competitividad europea que Mario Draghi presentó la semana pasada reconocía que la estrategia para salir de la crisis fue errónea. Ante un mundo que ha cambiado urgió a una reforma en profundidad de la UE que no puede esperar. La democracia, al parecer, sí puede esperar.
El 13 de septiembre del año pasado, durante el discurso sobre el estado de la Unión, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunció que había encargado a Mario Draghi la elaboración de un informe sobre la competitividad europea. La semana pasada, durante la ‘Conferencia de Alto Nivel sobre el Pilar Europeo de derechos Sociales», Mario Draghi desgranó las principales conclusiones de su trabajo. En su discurso dejó unos cuantos apuntes para la reflexión.
Empezó reconociendo que la estrategia seguida para hacer frente a la crisis de deuda soberana fue mala: «Seguimos una estrategia deliberada de reducción de los costes salariales en relación con los demás». Así, sin paños calientes, confirmó que se transfirió el coste de la crisis a los trabajadores para evitar que afectara a los beneficios del capital. Una confesión que dejó claro qué intereses defiende la élite que gobierna la Unión Europea.
Asumió también que al combinarla con una «política fiscal procíclica», es decir, reducir el presupuesto cuando la economía está cayendo, lo único que hizo fue «debilitar nuestra propia demanda interna y socavar nuestro modelo social». Los recortes en el gasto público afectaron a los programas sociales, lo que de manera indirecta también empobreció a los trabajadores. Una mala idea desde el punto de vista económico porque debilitó la economía europea, pero también desde el punto de vista político porque socava el apoyo popular a las instituciones europeas. Luego se asombran del crecimiento de la extrema derecha. Y concluyó diciendo que «el problema esencial (...) es que Europa se ha equivocado de objetivo». Europa no, los dirigentes europeos, entre los que se encontraba él mismo, que en aquel momento dirigía el Banco Central Europeo.
El mundo ha cambiado
Pero esa no fue la única confesión que hizo. Reconoció que «el mundo está cambiando rápidamente y nos ha cogido por sorpresa». Se refería a que «otras regiones ya no siguen las reglas de juego y están desarrollando activamente políticas para reforzar su posición competitiva. En el mejor de los casos, estas políticas pretenden reorientar la inversión hacia sus propias economías; en el peor, están diseñadas para hacernos permanentemente dependientes de ellas».
A lo mejor es que Europa se durmió en los laureles pensando que podía sentarse en la cima de la pirámide del valor y seguir explotando el mundo sin que nadie le disputara su lugar. Da la impresión de que los dirigentes europeos no entienden lo que encierra la palabra competitividad. Significa lucha constante por hacerse un hueco en el mercado, por mantenerlo e incluso por ampliarlo. Y en esa contienda interminable, tanto los europeos como el resto del mundo han utilizado herramientas económicas, pero también reglas trucadas y cuando ha hecho falta el soborno, la extorsión e incluso la injerencia militar. ¿O qué han hecho hasta ahora, por ejemplo, las tropas francesas en el Sahel?
Draghi habló de exceso de capacidad –nuevo expresión de moda– de China pero también de EEUU que «está utilizando una política industrial a gran escala para atraer capacidad de producción nacional de alto valor dentro de sus fronteras (...) al tiempo que utiliza el proteccionismo para excluir a los competidores y despliega su poder geopolítico para reorientar y asegurar las cadenas de suministro». Vaya, parece que todos han roto las reglas, excepto los que se durmieron en los laureles.
Nueva estrategia
Draghi propuso un «acuerdo industrial» equivalente pero a escala de la Unión, aunque dijo que lo peor es que «carecemos de una estrategia que nos permita mantener el ritmo en una carrera cada vez más feroz por el liderazgo en las nuevas tecnologías. En la actualidad, invertimos menos en tecnologías digitales y avanzadas que EEUU y China, incluida la defensa, y solo contamos con cuatro empresas tecnológicas europeas entre las 50 primeras del mundo».
Y aquí llega a una cuestión clave: «Nuestra respuesta ha sido limitada porque nuestra organización, toma de decisiones y financiación se diseñaron para «el mundo de antes» –antes del covid-19, antes de Ucrania, antes de la conflagración en Oriente Próximo, antes del retorno de la rivalidad entre grandes potencias–. Draghi propone cambiar toda la arquitectura de la Unión: la forma en que se estructura, el modo en el que se toman las decisiones y, por último, el sistema de financiación de las políticas públicas. Un reinicio completo.
A pesar de la grandilocuencia, Draghi propuso «tres hilos comunes emergentes para las intervenciones políticas» que tampoco suponen ninguna ruptura. El primero beneficiarse de la economía de escala, lo que viene a ser seguir concentrando y centralizando decisiones, infraestructuras, políticas, compras, etc. El camino contrario a la sostenibilidad.
El segundo que apuntó fue la provisión de bienes públicos con un planteamiento común. Puso como ejemplo la interconexión entre las redes energéticas.
El tercer hilo conductor estaría dirigido a asegurar el suministro de recursos e insumos esenciales, en línea con lo ya avanzado con la Ley de Materias Primas Críticas, apartado en el que también incluyó «el suministro de trabajadores cualificados». Una frase que resume una visión totalmente instrumental de las personas al servicio del capital.
«Dada la urgencia del reto al que nos enfrentamos, no podemos permitirnos el lujo de retrasar las respuestas a todas estas importantes preguntas hasta un próximo cambio de Tratado», concluyó Draghi
«Estos tres hilos conductores nos obligan a reflexionar profundamente sobre cómo nos organizamos, qué queremos hacer juntos y qué queremos mantener a nivel nacional. Pero dada la urgencia del reto al que nos enfrentamos, no podemos permitirnos el lujo de retrasar las respuestas a todas estas importantes preguntas hasta un próximo cambio de Tratado». Draghi ya tiene claro lo que hay que hacer y además no hay tiempo para debatir. Solo le faltó decir que la democracia es un estorbo. La élite europea se prepara para un nuevo asalto a la democracia en nombre del imperativo económico. Como dijo Angela Merkel, «una democracia conforme al mercado».
Una usurpación de la soberanía que no cesa
No solo la democracia se está resintiendo con esta construcción europea guiada por las necesidades del capital. La soberanía estatal también se ha deteriorado a pasos agigantados. Primero arrebataron la soberanía monetaria a los países de la eurozona. Sin posibilidad de emitir moneda, los Estados perdieron un instrumento clave para llevar a cabo política económicas propias en función de sus propias prioridades, ya fueran estas económicas, sociales o medioambientales.
A continuación, Bruselas introdujo exhaustivos controles fiscales y presupuestarios con los que supervisa todos los aspectos de los ingresos y los gastos. Las cuentas públicas que aprueban los parlamentos estatales deben conseguir previamente el sello de Bruselas, con lo que en la práctica han convertido el aval parlamentario en un mero acto formal. El sistema de control de las cuentas públicas se ha ido sofisticando y ha reducido el poder de los gobiernos hasta el punto que ahora parecen meras descentralizaciones administrativas, similares a comunidades autónomas. De hecho, Bruselas también pontifica sobre la salud del Estado de derecho en cada país e incluso intermedia en asuntos internos, como la renovación del CGPJ en el Estado español.
La UE se está apropiando de la soberanía estatal y está usurpando la democracia. El plan presentado por Draghi es un paso más en esa dirección. «Un recordatorio amistoso» que dirían los ingleses, por si alguien pensaba que las elecciones al Parlamento Europeo no eran importantes.