Minnesota evita la «barrida» y le recuerda a Dallas que deberá ganarse su billete a las Finales
Los Timberwolves han batido por 100-105 a unos Mavericks que sigue liderando por 1-3 la Final de la Conferencia Oeste. Anthony Edwards, con 29 puntos, 10 rebotes y 9 asistencias, más los 25 tantos de Karl-Anthony Towns mantienen a flote a Minnesota en un día menos brillante de Doncic y Kyrie Irving.
DALLAS MAVERICKS 100 (3) - MINNESOTA TIMBERWOLVES 105 (1)
Mientras los Boston Celtics esperan ya en las Finales de la NBA al «barrer» por 4-0 a Indiana en las Finales del Este, en el Oeste los Minnesota Timberwolves han evitado la «barrida», que no es poco. Con 1-3 en el marcador de la Final de la Conferencia Oeste, parece cuestión de tiempo que los Dallas Mavericks, que han fortalecido su rotación al recuperar al alemán Maxi Kleber, logren la victoria que les falta, pero por ahora, los Wolves han cumplido con la obligación de todo buen competidor, que no es otra que alargar el desenlace un poco más, ya que en su caso solo en la agonía de la remontada pueden hallar una gloria que en estos momentos parece muy lejana.
Pero al menos este cuarto partido ya es suyo, y lo es con todas las de la ley. Anthony Edwards ha sacado otra vez a su brillo de escolta de futuro que ya es presente con 29 puntos, 10 rebotes y 9 asistencias, con 25 tantos de un Karl-Anthony Towns efectivo sobre todo en el último cuarto y otros tres jugadores sumando 10 o más puntos. Esta vez el triple doble de Doncic –28 puntos, 15 rebotes y 10 asistencias– no ha sido suficiente, en parte porque Kyrie Irving, que venía de anotar 33 en el tercer partido de esta Final del Oeste, se ha quedado en 16 tantos, con una carta de tiro de 6 de 18 –el propio Luka Doncic ha firmado 7 de 21 en tiros de campo, errando además un tiro libre para cerrar un «tres más uno» a falta de 13 segundos, que hubiera dejado el marcador en ese momento en 101-103–.
Ningún equipo en los 155 precedentes en los que ha estado abajo 0-3 en una serie ha conseguido remontar. Los últimos en caer fueron el lunes los Indiana Pacers, que se rindieron ante unos Boston Celtics que el año pasado rozaron la voltereta completa, pasando a igualar la eliminatoria después de verse cayendo 0-3 ante los Miami Heat, para caer después en el desempate en su propia casa.
En todo caso, los árboles no deben impedir ver el bosque. Todas las victorias de esta serie han llegado con diferencias menores a diez puntos. De hecho, Doncic anotó un triple ganador en el segundo encuentro y no está la franquicia texana como para relajarse y hablar de «accidentes» por haber caído en el este cuarto envite. La igualdad reina en todos los finales y en todos los trámites de este cruce, como se ve en el empate a 49 del descanso o que seis puntos de ventaja, 92-98 ya en el último cuarto, en los mejores minutos de un Karl-Anthony Towns lastrado por las faltas –ha tenido que ver el último minuto y medio desde el banquillo al cometer la sexta personal– pero efectivo en el lanzamiento triple. Esos seis puntos, que son dos gotas en el océano ante un rival que ha lanzado 40 triples en este duelo, han sido un lastre insalvable para los Mavs. Insalvable porque Edwards ha anotado un 97-102 a falta de 40 segundos escasos, seguido de un robo de Kyle Anderson al pase de Kyrie Irving.
Han seguido peleando los texanos, pero ni un «tres más uno» –sin canasta de tiro libre– ha evitado la victoria de los Wolves, que han asestado el último zarpazo con una bandeja de Naz Reid, un Naz Reid que, pese a tener el partido ya en el bolsillo, ha rubricado su última buena aparición en el partido clavándole un tapón a Doncic para terminar de sellar su victoria.
Un responso por Bill Walton
«Es el mejor jugador al que he entrenado, el mayor competidor al que he entrenado y la mejor persona a la que he entrenado. ¡Con ustedes, Bill Walton!» Son palabras del técnico Jack Ramsay, en el lejano mes de junio de 1977. Los Portland Trailblazers acaban de ganar su primer anillo –el único, por ahora– derrotando a los Philadelphia 76ers de Julius Erving en seis partidos.
Y el MVP no era otro que el mentado Bill Walton. Un pívot blanco, pelirrojo, desgarbado y tímido como William Theodore Walton III, Bill, un «hippy» setentero con sus barbas, sus greñas, su cinta en el pelo, su activismo activo contra la Guerra de Vietnam, campeón y estrella universitaria con UCLA –campeón universitario en 1972 y 1973– en la California que lo vio nacer, en La Mesa, en 5 de noviembre de 1952. Un pívot hábil, rápido, móvil, fuerte y con una capacidad de sacrificio defensivo y, sobre todo, pase, que dejaba con la boca abierta a compañeros y rivales. Portland se echó a la calle en masa, ya que se suponía que aquellas Finales debían ser para el «Doctor J» Erving y sus Sixers y el juego colectivo y solidario ganó al «superequipo» de las estrellas. Toda la ciudad del estado de Oregón ardió. Era la «Blazermania».
Las lesiones de espalda, rodillas y sobre todo, pies, lastraron la carrera de Walton, fallecido este lunes a los 71 años víctima de un cáncer, una enfermedad contra la cual estaba luchando desde hacía años aunque no hubiera trascendido en los medios. Su eterna sonrisa y campechanía –sobre todo durante su etapa de comentarista televisivo, mostrando una tremenda cercanía a los aficionados amén de su conocimiento de juego– escondían a un fiero competidor, para quien perder sí era una opción, siempre y cuando se dejara todo en el intento.
Antes de retirarse e ingresar en el Hall of Fame en 1993 –la NCAA lo incluyó en su propio Salón de la Fama en 2006– ganó en Boston un anillo más en su carrera, tan mítico como el de la «Blazermania», a pesar de de jugar previamente solo 169 partidos con los San Diego Clippers en seis temporadas.
Fue el Mejor Sexto Hombre de la temporada 1985/86 en las filas de los Boston Celtics, cuyo quinteto titular histórico formado por Dennis Johnson, Danny Ainge, Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish tenía un escudero de lujo como Walton, ya en la recta final de su carrera, en un canto del cisne precioso. Era el decimosexto anillo de Boston: el inolvidable «Sweet Sixteen», prodigio de ‘Red’ Auerbach en los despachos y K.C. Jones en el banquillo; el «Intelectual Game» que el propio Bill Walton describía como nadie. «Si te llega una ayuda defensiva y te mercan dos rivales, alguien ha de estar libre. Por tanto, el equipo mueve el balón deprisa y con buen ritmo para encontrar a los tiradores liberados, y luego estos pueden lanzar solos y meter esos tiros. Entrenamos para perfeccionar ese ritmo de juego».
Californiano de pro, había crecido hasta sus 211 centímetros «odiando» a los Celtics y acabó siendo homenajeado y formando parte del «Celtic Pride». «Yo le di cuanto tenía a la franquicia, pero aparte de ganar un anillo y jugar otras Finales –en 1987, con Walton lesionado–, me he llevado mucho más a cambio en forma de cariño de una ciudad que me abrió sus puertas y su corazón», declaraba hace unos años.
En su cuarto duelo contra Indiana, Boston tuvo un pequeño homenaje con su antiguo jugador mientras que la rúbrica sobre su figura la hacía el técnico de los Pacers Rick Carlisle, compañero de equipo de Bill Walton en los Celtics del «Sweet Sixteen»: «Para mí, él era un mito viviente. Era un tipo que hacía de todo y a su muerte se habla mucho de él con hipérboles, pero simplemente competía por cada momento de la vida para ser el mejor posible». El Comisionado de la NBA, Adam Silver, lo ha definido como «un hombre único. Redefinió la posición de pívot, así en UCLA como en la NBA, pero lo que más recordaré de él fue su entusiasmo por la vida». Descanse en paz.