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Irán: entre el riesgo de responder a Israel y la debilidad por no hacerlo

Tras convertir Gaza en un cementerio para enterrar a Hamas y tras descabezar a Hizbullah, Teherán seguía sin reaccionar a las provocaciones de Israel. Irán, con sendas crisis económica y de legitimidad interna, se debate entre el riesgo de mostrar debilidad y la certidumbre de evidenciarla.

Un hombre observa los escombros de edificios bombardeados en el barrio de Haret Hreik, en los suburbios del sur de Beirut. (AFP)

No ha habido prácticamente ningún ataque de Israel contra la milicia-partido libanés que no haya afectado, no solo en el plano políticamente emocional, sino físicamente, a Irán. Teherán ha confirmado en las últimas horas que uno de sus altos mandos de la Guardia Revolucionaria, el subcomandante y general de brigada Abbas Nilforushan, murió sepultado junto con el líder de Hizbullah, Hassan Nasrallah, y su séquito en el bombardeo del viernes en el suburbio beirutí de Dahiye.

Nilforushan era una de las personas clave en las prolijas relaciones entre Teherán y el Partido de Dios libanés.

El embajador de Irán en Líbano, Motjaba Amani, resultó herido el 17 de setiembre al reventarle en la cara uno de los cinco mil buscas cargados con pequeños explosivos y que, según todo apunta, Israel vendió a Hizbullah a través de una empresa pantalla.

Imbricación total

Se podría entender que milicianos chiíes y guardianes de la revolución iraníes mueran juntos en los periódicos ataques israelíes en territorio sirio. Ayer mismo, sendos bombardeos contra las milicias proiraniés en la ciudad siria de Deir al-Zur y en Al-Bukamal, en la frontera con Irak, se saldaban con quince muertos, entre ellos miembros de la Guardia Revolucionaria iraní. Pero, ¿qué hacía todo un embajador con un aparato móvil de comunicaciones internas de Hizbullah? ¿Y un alto mando iraní en el «cuartel general» bajo tierra de la milicia en la capital de Líbano?

Ambos sucesos, de sangriento desenlace, confirman el padrinazgo sin disimulo alguno sobre Hizbullah de la República Islámica de Irán. No hay que olvidar que el partido dirigido hasta el viernes por el jeque Nasrallah nació en 1982 por impulso de Irán para equilibrar la influencia de Siria sobre el partido chií Amal, del que Hizbullah fue una escisión en clave islamista. Desde entonces, junto a Hamas y la Yihad Islámica palestina, las milicias chiíes de Irak y los huthíes de Yemen, Hizbullah forma parte del llamado ‘Eje de la resistencia’ liderado por Irán contra Israel.

El genocidio de Gaza, con el argumento de hacer desaparecer de la faz de la tierra a Hamas, y sobre todo los bombardeos para expulsar a los chiíes del sur de Líbano y para descabezar a Hizbullah, son ataques directos a Irán.

Teherán ha reaccionado al magnicidio de Nasrallah minimizando, en palabras del líder supremo, las consecuencias de la ofensiva israelí. Lo que contrasta con los rumores de que el propio ayatollah habría sido llevado a lugar «seguro» por miedo a un ataque y de que la Guardia Revolucionaria habría ordenado a sus miembros no utilizar dispositivos móviles en sus comunicaciones.

Y es que todo apunta a que no solo Hizbullah está severamente infiltrado por los servicios secretos israelíes. Los ataques sufridos en su propio territorio apuntan a grandes fallas de seguridad en el seno del régimen iraní.

Preguntas y preguntas

¿Qué va a hacer Irán? ¿Cuándo? Son las preguntas que se hace, desde hace meses, pero sobre todo en los últimos días, todo el mundo, desde las cancillerías más alineadas con su gendarme israelí en la región hasta los que, desde el internacionalismo, y movidos por la lógica ira contra los desmanes de Israel, pasan por alto la idiosincrasia religiosa y arcaizante del Irán de los ayatollahs y aliados suyos como la propia Hizbullah.

De momento, Irán ha urgido a una reunión urgente del Consejo de Seguridad de la ONU, organismo en el que sus miembros tienen poder de veto. Pocas dudas hay de que, como hace su aliado ruso respecto a Ucrania, EEUU volvería a vetar resolución alguna contra Israel, como lleva haciendo en los últimos decenios.

Más cuando el inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, y su sucesora como candidata a las presidenciales, Kamala Harris, no han ocultado su satisfacción por la muerte de Nasrallah y de sus lugartenientes. Washington no olvida que muchos de ellos fueron responsables del atentado contra el cuartel general de los marines en 1983 y que se saldó con casi trescientos muertos. El candidato republicano no ha hablado, pero nadie duda de su opinión tras un mandato marcado por el alineamiento total y sin ambages con Israel y su hostigamiento contra Irán.

Precisamente ahí radica, según no pocos analistas, una de las razones de la cautela de Irán para responder a las provocaciones de Israel.

Haberlas las ha habido, y muchas.

Israel mató en abril al alto comandante de la Guardia Revolucionaria iraní en el bombardeo del consulado en Damasco. Aquella vez por lo menos Irán lanzó, previo aviso, una andanada de misiles y drones contra Israel, primer ataque de esa naturaleza desde el estallido de la guerra por delegación entre ambos países en 1979.

Haniye el invitado

Pero es que el 31 de julio un bombardeo mataba al líder de Hamas en el exilio, Ismail Haniyeh, hospedado por la Guardia Revolucionaria tras asistir a la investidura del nuevo presidente iraní, Massoud Pezeshkian.

Teherán prometió entonces una respuesta «en tiempo y forma». Hasta ayer esa venganza se hacía esperar y no había tomado forma.

Y eso que estamos asistiendo al descabezamiento de la «joya de la corona» de Irán: Hizbullah.

Volviendo a los análisis, y a la hora de evaluar su respuesta, Irán tiene la mirada puesta en las presidenciales estadounidenses del 5 de noviembre, y no quiere ni de lejos hacer nada que pueda dar alas a Trump. El presidente Pezeshkian ha hecho bandera de la negociación de un nuevo acuerdo nuclear con EEUU.

Su opción por el mal menor de una victoria de Kamala Harris (fue el presidente demócrata Barack Obama quien pactó en 2015 el pacto nuclear, y fue Donald Trump quien lo enterró en 2018) no responde al supuesto perfil reformista de Pezeshkian. Es una cuestión de supervivencia en un país duramente castigado por las sanciones occidentales y con una grave crisis económica a pesar del apoyo de Rusia y China.

Hay otro factor de no menor peso y complementario para explicar la cautela de Teherán: la crisis de legitimidad interna. Irán lleva años siendo escenario de periódicas revueltas populares contra la corrupción, la pobreza y desigualdad, y el rigorismo misógino de su política.

La última, que estalló hace dos años tras la muerte en comisaría de la joven Mahsa Amini por llevar mal puesto el velo, duramente reprimida, encendió todas las alarmas y certificó el divorcio de crecientes sectores respecto al Irán de los ayatollahs.

Debilidades

Finalmente, un tercer argumento más prosaico explicaría la apatía iraní. A su temor a una infiltración masiva de sus servicios de seguridad (Israel lleva años matando a responsables nucleares iraníes) similar a la que ha quedado en evidencia con Hizbullah, se suma su inferioridad militar si la comparamos con el quinto ejército más potente del mundo, el Tsahal israelí.

No se pone en duda la obstinación de un Ejército que venció a la Armada iraquí de Saddam Hussein. Pero las sanciones y la crisis dificultan la renovación de sus arsenales y de su fuerza aérea y marina.

Israel tiene una superioridad aplastante en cazas y el Ejército iraní poco puede hacer contra la flota estadounidense en el Golfo Pérsico. Irán no quiere provocar a un Netanyahu que sube constantemente la apuesta por un conflicto regional general. Un primer ministro israelí que no dudó en advertir en su discurso en la ONU, y mientras ordenaba el magnicidio de Nasrallah, que «no hay ningún lugar en Irán al que el largo brazo de Israel no pueda llegar». 

Y dilemas

Teherán no quiere ser arrastrada a una guerra que puede evidenciar su debilidad. Pero no responder puede asimismo revelar esa debilidad. Irán no creó su red de aliados en la región para entrar en un conflicto regional, sino para proyectar su potencia en el exterior. Pero no salir en auxilio de su aliado puede comprometer precisamente su imagen exterior en un momento, además, de crisis de imagen interior.

Todo un dilema.