Peligrosa emboscada de Israel a sus históricos reveses en Líbano
Las emboscadas de la debilitada pero resuelta Hizbulah en las que están cayendo explican la inicial cautela invasora israelí y sus bombardeos indiscriminados a todo lo que se mueva hasta Beirut. Porque se sabe cómo empieza una guerra, pero no cómo acaba. Israel lo sabe por experiencia.
Las emboscadas en las que día sí, día también, están cayendo los soldados israelíes al otro lado de la frontera explican la renuencia, siquiera inicial, del Tsahal para hacer incursiones en profundidad en territorio libanés.
La habitual querencia por los titulares rotundos llevó a no pocos medios a anunciar el pasado lunes el comienzo de la invasión terrestre. Esta era desmentida tanto por Hizbulah como por la misión de la ONU (Finul).
El propio Gobierno israelí matizaba desde el principio su alcance, circunscribiéndola a incursiones limitadas en el tiempo y en el espacio. Y con el objetivo de desmantelar la infraestructura militar y las rampas de lanzamiento de misiles de la organización libanesa al sur del río Litani, permitiendo así el retorno de los 65.000 israelíes evacuados del norte de Israel y de los ocupados Altos del Golán sirios.
Ello no resta ápice alguno a la nueva -y ya van seis en medio siglo- violación de la integridad territorial libanesa por parte de Israel, pero sirve para contextualizar lo que estaría pasando en esta primera semana de «operación terrestre limitada» -repárese en la similitud terminológica con la «operación militar especial» de Rusia contra Ucrania-.
Se sabe cómo empieza una guerra, pero no cómo acaba. Mientras atacaba sus comunicaciones internas y descabezaba a la cúpula de Hizbulah, Israel bombardeó durante semanas sin piedad el sur de Líbano para allanar el camino a las incursiones terrestres.
En una de ellas, si no la primera, cayeron varios oficiales de la unidad de élite Egoz y miembros de la brigada de reconocimiento Golani.
Hizbulah reivindicó la muerte de 17 ocupantes al día siguiente y ayer aseguró haber atacado con fuego artillero a otra columna israelí.
Junto con los siete muertos en un ataque palestino en Tel Aviv y el simultáneo lanzamiento de cientos de misiles iraníes en venganza por los magnicidios de Haniyeh (Hamas) y Nasrallah (Hizbullah) esta semana que termina, estamos ante el enésimo recordatorio a Israel de que toda victoria, no digamos ya los golpes de efecto, es efímera.
Consciente de que sus primeras bajas en Líbano rompen con dos semanas de euforia, Israel castiga a todo lo que se mueva -soldados libaneses, Cruz Roja, bomberos-, intenta matar al posible sucesor de Hassan Nasrallah, su primo Hachem Safieddine, en bombardeos brutales en Beirut. No hay noticias sobre su paradero. Israel reivindica, eso sí, la muerte del jefe del sistema de comunicaciones de Hizbulah.
En paralelo, el Ejército israelí exhorta a los civiles del sur a que huyan no solo a la otra ribera del Litani, sino hasta el río Awali, más al norte, lo que incluye la evacuación de Nabatieh, la sexta ciudad más poblada de Líbano. Y bombardea la principal carretera entre Líbano y Siria, en pleno regreso de 300.000 refugiados.
Se sabe cómo empieza y no cómo acaba.
Allá por 1982, el Ejército israelí prometió invadir «un poquito» el sur de Líbano para expulsar la amenaza de los fedayines palestinos en su frontera. Acabó llegando a Beirut y entregando en bandeja a la falange maronita los campos de refugiados de Sabra y Shatila, ahogados a sangre y fuego.
En 2006, Israel entró en Líbano para intentar rescatar a dos de sus soldados capturados en una emboscada de Hizbulah en la valla fronteriza que se saldó con la muerte de otros ocho.
34 días después de bombardear objetivos en Líbano (1.300 muertos y miles de heridos) y de perder un centenar largo de soldados en choques con Hizbulah, el Ejército israelí tocó a retirada sin lograr ninguno de sus objetivos.
Hasta hoy.