«Tratamos a los pacientes al ritmo de las bombas»
Aunque ya son más de 2.200 las personas que han perdido la vida en ataques israelíes en Líbano, el número de heridos es difícil de calcular. En un hospital de la Bekaa, cuyos alrededores son bombardeados constantemente por Israel, los médicos se ven limitados a practicar la medicina de guerra.
Hace unos minutos, salimos de la ciudad de Zahle y entramos en la llanura de la Bekaa. Enclavada entre los montes Líbano y Antilíbano –este último marca la frontera con Siria–, esta franja de tierra, de entre 8 y 15 kilómetros de ancho y 120 kilómetros de longitud, es blanco diario de ataques israelíes, y su población se ve atrapada por la propia geografía de la zona.
Unos pocos vehículos circulan a toda velocidad por las carreteras principales. Alrededor, los pocos pueblos vecinos están desiertos, despojados de sus habitantes por el incesante estruendo de las bombas.
Con este telón de fondo nos encontramos con el Hospital Abdallah de Rayak, un centro que está definitivamente en la primera línea.
En su interior, los rostros se ven cansados; los rasgos, marcados. No es para menos. Con la afluencia de pacientes de las últimas semanas, el personal lleva veinte días sin poder volver a casa. «En cualquier caso, parte del personal médico ya no tiene casa, fueron destruidas en los ataques. Tratamos a los pacientes al ritmo de las bombas», suspira el director médico del centro, el doctor Basil Abdallah.
En su despacho, un equipo médico hace balance de la situación. Todos los ojos están clavados en una pantalla de televisión, que emite las noticias sin descanso, esperando el anuncio de un nuevo ataque: «Hemos recibido 425 heridos, todos civiles. Estamos desolados por el gran número de niños y niñas, de entre 5 y 10 años, que han resultado gravemente heridos», explica el pequeño grupo.
En el hospital de Rayak, la verdad salta a la vista: lejos de limitarse a atacar la infraestructura y el arsenal de Hizbulah, los bombardeos israelíes están causando estragos entre la población civil
El Dr. Tony Abdo continúa: «80 personas murieron en el hospital. Algunas de ellas fueron traídas aquí con el cuerpo hecho jirones, destrozado por los bombardeos».
Un ruido sordo procedente del exterior ni siquiera sobresalta al personal. Una miradita rápida a la ventana le basta a alguno de ellos, ni siquiera miran todos. Falsa alarma. «Los alrededores son bombardeados sin parar, día y noche. Hace dos días, una bomba cayó a 500 metros de aquí. Las ventanas se hicieron añicos y se derrumbó un falso techo», cuenta el doctor Abdo.
Medicina de guerra
«La mayoría de los heridos estaban graves y les operamos sobre todo del pecho, el abdomen, los riñones y los pies. Pura medicina de guerra, peor que durante la guerra de 2006», afirma Basil Abdallah.
Las historias que cuenta el personal médico son durísimas, y las visitas a las habitaciones de los pacientes aún más. Un adolescente de 13 años, con los ojos muy abiertos y la mirada aterrorizada, gime en su cama.
«Tiene mucho dolor, y hacemos todo lo que podemos para aliviarlo», explica Mohammad Abdallah, que atendió al menor sirio, herido mientras trabajaba en un campo cerca de Baalbeck. Cubierto de hematomas, con un gotero y una sonda en el pene, al joven tuvieron que amputarle una pierna y extirparle un riñón. En estado de shock profundo, es incapaz de comunicarse, «como muchos pacientes víctimas de los bombardeos», dice su médico.
A su lado, su hermano intenta darle apoyo: «Estaba fuera de la casa y era el herido más grave. Otro hermano resultó gravemente herido, otro perdió un riñón y nuestra madre resultó herida en las piernas y ya no puede caminar», relata mientras mira ansiosamente por la ventana.
«Acabamos de operar a una joven libanesa de 23 años, a la que han tenido que amputarle las dos piernas, a la altura del fémur –susurra el Dr. Tony Abdo–. Y también hemos recibido a una niña de unos diez años que tiene agujeros de metralla de la explosión por todo el cuerpo, incluso en el ano y dentro de la vagina. Es terrible».
En una habitación colindante, Rima Hamsi, de 35 años, vigila a su hija de 6 años, que yace en la cama. Ingresada inconsciente en cuidados intensivos, los médicos dicen que tuvieron que extraerle fragmentos de proyectiles que habían quedado alojados en su cráneo. «Estába- mos fuera de casa con Noor y su hermano cuando una explosión devastó el edificio vecino. Éramos quince y todos resultamos heridos», cuenta.
La pequeña Noor, con la cabeza vendada, abre los ojos y busca la mirada de su madre. «Ya no habla. Hoy no tengo más remedio que cuidar de mi hija, mirando por la ventana cómo las bombas siguen cayendo cerca de nosotros», dice la mujer, que parece casi indolente a la amenaza que se cierne sobre el hospital.
El director asegura que, por el momento, el centro hospitalario cuenta con los medios necesarios para continuar su labor, ya que la proximidad de varios hospitales de la ciudad de Zahle les permite que los heridos puedan ser transferidos. «Muchas familias quieren ir allí en cuanto se pueda trasladar a los pacientes, porque los incesantes ataques israelíes tienen un fuerte impacto psicológico en estas personas, ya de por sí traumatizadas», afirma.
En cuanto a los productos farmacéuticos, el doctor Tony Abdo asegura que no hay escasez y que la situación es normal: «Bueno, casi, porque desde el comienzo de la crisis económica nos encontramos en una situación difícil. La ayuda de Jordania, Irak, Emiratos Árabes Unidos y Egipto sigue llegando a través del aeropuerto de Beirut. Si se cerrara, sería un desastre».
«Estamos agotados»
Sin embargo, como señala Ghawa Khalil, enfermera del servicio de Pediatría, el personal está al borde del colapso: «Somos un hospital reconvertido a la medicina de guerra. Tenemos que luchar en dos frentes, las urgencias como las hacemos normalmente y las urgencias de guerra. Psicológicamente, es muy duro para todos. Estamos agotados, llevamos mucho tiempo sin ver a nuestras familias, estamos preocupados por ellas, y la crudeza de los tratamientos y las operaciones que tenemos que llevar a cabo es muy difícil de soportar».
Antes de despedirnos recuerda que «a algunos de nuestros pacientes no les queda nadie, toda su familia ha sido aniquilada. Además, me invade un gran temor: que cada vez haya más niños gravemente heridos».
En el hospital de Rayak, la verdad salta a la vista: lejos de limitarse a atacar la infraestructura y el arsenal de Hizbulah, los bombardeos israelíes están causando estragos entre la población civil.
A pocos kilómetros de allí, un grupo de mujeres entierra a sus familiares, cuyas vidas se han visto truncadas. Inconsolables, lloran una guerra que no muestra señales de terminar.