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Hacia una política del agua más sostenible, justa y eficiente

El modelo actual de gestión del agua es insostenible desde el punto de vista económico, medioambiental y de la propia pervivencia de amplias comunidades del planeta. Urge cambiarlo. Lo dice con crudeza la Comisión Mundial sobre Economía del Agua, que ofrece algunas claves.

El agua es un recurso limitado cuya mala gestión pone en riesgo el futuro de la propia humanidad, más en el contexto de la crisis climática. (Juanan RUIZ | FOKU)

Necesitamos un cambio radical en la forma en que entendemos y actuamos so- bre el agua». La Comisión Mundial sobre Economía del Agua (GCEW, por sus siglas en inglés) no deja margen para la interpretación en un estudio en el que aborda el presente y futuro de un recurso limitado, cada vez más preciado y que está en el origen de más de mil conflictos en el planeta en lo que llevamos de siglo.

Según advierte, «el mundo se enfrenta a una creciente catástrofe hídrica», un escenario en el que «por primera vez en la historia de la humanidad, el ciclo hidrológico está desequilibrado, socavando un futuro equitativo y sostenible para todos». ¿La causa? «Décadas de mala gestión colectiva e infravaloración del agua en todo el mundo», que han sometido a los recursos hídricos «a una presión sin precedentes», en términos de malgasto y contaminación, con consecuencias cada vez mayores para países de todo el globo. Entre ellas, una terrible: más de 1.000 niños y niñas menores de cinco años mueren al día de enfermedades vinculadas al agua insalubre y el saneamiento.

Más de 1.000 niños y niñas menores de 5 años están muriendo al día por enfermedades vinculadas al agua insalubre y el saneamiento

 

Aunque no es la única, claro. La Comisión, entre cuyos principales responsables hay gente de gran renombre, como Mariana Mazzucato, profesora de Economía de Innovación y Valor Público en la University College London, Johan Rockström, científico sueco, conocido por su trabajo académico sobre sostenibilidad global, y Ngozi Okonjo-Iweala, director general de la Organización Mundial del Comercio, destaca que la degradación de los ecosistemas de agua dulce, incluida la pérdida de humedad en el suelo, se ha convertido en un motor del cambio climático y de la pérdida de biodiversidad. El resultado de todo ello son sequías más frecuentes y cada vez más graves, inundaciones, olas de calor e incendios forestales en el planeta.

«Y un futuro de creciente escasez de agua con graves consecuencias para la seguridad humana», alerta, indicando que «casi 3.000 millones de personas y más de la mitad de la producción mundial de alimentos se encuentran en zonas donde se prevé una disminución del almacenamiento total de agua». Concluye, por tanto, que urge actuar, hacerlo de forma «audaz» y «refundando» los marcos políticos vigentes. En concreto, la GCEW aboga por «una nueva economía del agua».

Un nuevo modelo que «reconozca el ciclo hidrológico como un bien común global» que «está profundamente interconectado con el cambio climático y la pérdida de biodiversidad» y que, en consecuencia, «repercute en prácticamente todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible».

Le piden, asimismo, que «transforme la gobernanza del agua a todas las escalas», desde la local a la global, y que garantice la gestión eficiente y equitativa de los recursos hídricos; que aborde los efectos causados por el contaminación; que «estimule una oleada de innovaciones, desarrollo e inversiones, evaluándolas no en términos de costes y beneficios a corto plazo sino como propiciadores de beneficios a largo plazo» y, en definitiva, «reconozca que los costes implicados en estas acciones son muy pequeños en comparación con el daño que la inacción infligirá a las economías y la humanidad».

LOS COSTES DE LA INACCIÓN

¿Y cuál sería en concreto el precio a pagar por no actuar? El GCEW resume que «los costes humanos y económicos de la inacción serán considerables». «El total de agua almacenada en la superficie terrestre y bajo ella es inestable y está disminuyendo en las zonas donde se concentran la población y la actividad económica y se cultivan productos agrícolas», apunta, y señala que «los focos de alta densidad de población, como el noroeste de India, el noreste de China y el sur y este de Europa, son especialmente vulnerables». Explica que «el 10% más pobre de la población mundial obtiene más del 70% de sus precipitaciones anuales de fuentes terrestres y será el más afectado por la deforestación», y que «las regiones de regadío intensivo tienden a registrar descensos en el almacenamiento de agua, y algunas experimentan un ritmo de descenso dos veces superior al de otras regiones».

«El 10% más pobre de la población muncial será el más afectado por la deforestación»

 

«Si persisten las tendencias actuales -avisa-, la disminución extrema del almacenamiento de agua podría hacer inviable el regadío y provocar una reducción del 23% en la producción mundial de cereal».

Pero no son solo los cereales. Las repercusiones económicas de estas tendencias son graves. «Los efectos combinados de la modificación de los regímenes de precipitaciones y el aumento de las temperaturas debido al cambio climático, junto con la disminución del almacenamiento total de agua y la falta de acceso al agua potable y al saneamiento implican que los países de renta alta podrían ver reducirse su PIB en un 8% de media de aquí a 2050, mientras que los países de renta más baja podrían sufrir descensos más pronunciados, de entre el 10% y el 15%», explican. Las alteraciones del ciclo hidrológico, insisten los autores, tienen grandes consecuencias económicas a escala mundial.

SOSTENIBILIDAD, EQUIDAD, EFICIENCIA

Hay que cambiar de rumbo, por tanto. El GCEW fija al respecto las coordenadas del nuevo. Según dice, el nuevo modelo debe basarse en «el reconocimiento de la conexión entre la sostenibilidad medioambiental, la equidad social y la eficiencia económica», tres vectores que son «interdependientes e igualmente importantes».

«A menudo se da por sentado que el agua es un regalo abundante de la naturaleza, cuando en realidad es escasa y costosa de suministrar a los usuarios», señalan los responsables del estudio, y añaden que «los modelos económicos dicen que ajustar las tarifas del agua para tener en cuenta la escasez de agua y sus externalidades puede generar importantes ganancias en el PIB, sobre todo en países con escasez de agua y rentas bajas y medias».

A su juicio, «una tarificación adecuada reduce el despilfarro, fomenta un uso más productivo y garantiza que el agua sea tratada como el valioso recurso que es».

Añaden que este impacto «puede amplificarse eliminando las subvenciones perjudiciales en sectores que consumen mucha agua o reorientándolas hacia soluciones que ahorren agua, y proporcionando ayudas específicas a los pobres y vulnerables». Se podría lograr un triple beneficio: «una mejor gestión del agua permite una mayor prosperidad y crecimiento económico; los beneficios favorecen a los sectores empobrecidos y mejoran la equidad; y se promueve la soste- nibilidad medioambiental mediante una mejor gestión de los recursos hídricos».

Y desde este punto de partida, la Comisión define «cinco misiones para afrontar la crisis del agua», cinco cometidos planteados «como vías de adaptación críticas hacia futuros hídricos seguros y justos».

La primera de las misiones sería «lanzar una nueva revolución en los sistemas alimentarios». Recuerda que hace más de medio siglo, la “Revolución Verde” aumentó los rendimientos agrícolas y sacó a grandes poblaciones de la pobreza, y valora que «ahora necesitamos otra gran transformación de la agricultura para modificar la dependencia de grandes cantidades de agua y fertilizantes a base de nitrógeno, a fin de sostener el planeta y, al mismo tiempo, reforzar los ingresos de los agricultores y distribuir la nutrición equitativamente entre las poblaciones».

El GECW aboga además por «conservar y restaurar los hábitats naturales críticos para proteger el agua verde», pues «la expansión agrícola ha sido el principal motor de la deforestación, alterando el papel clave del agua verde en el ciclo hidrológico y, por tanto, repercutiendo en los regímenes de precipitaciones, reduciendo los rendimientos agrícolas y amenazando la propia seguridad alimentaria». También considera necesario «establecer una economía circular del agua», ya que «la reutilización de las aguas residuales encierra un importante potencial sin explotar».

La cuarta misión sería «permitir una era rica en energía limpia e inteligencia artificial con una intensidad hídrica mucho menor», aprovechando que «se están introduciendo soluciones energéticas limpias eficientes desde el punto de vista hídrico que ahora deben ampliarse». Y junto a ello, «garantizar el acceso a las comunidades rurales y de difícil acceso».

Por supuesto, es mucho más fácil enumerarlas que llevarlas a cabo, pero el GCEW considera que «podemos revertir la crisis del agua y crear un mundo más resistente y equitativo para las generaciones venideras». Y la cosa no es solo que podamos, es que debemos. No queda otra.