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El calvario de las trabajadoras migrantes en Líbano

Miles de trabajadoras migrantes se ahogan en la crisis humanitaria que sacude Líbano. Sometidas a un sistema de explotación parecido a la esclavitud moderna, han sido arrojadas a la calle o abandonadas por sus empleadores. Un grupo de voluntarias intenta ayudarles.

Las trabajadoras migrantes viven en condiciones muy duras. (Laurent PERPIGNA)

Es un edificio con doble cerradura enclavado en el corazón del barrio de Hazmieh, a unos cientos de metros de los suburbios del sur de Beirut. Tras unos muros de hormigón, un puñado de voluntarios trabaja desde hace un mes para ayudar a 200 trabajadoras migrantes de Sierra Leona, que han perdido las pocas comodidades que tenían hasta ahora.

Todas son trabajadoras migrantes que dejaron su país para trabajar como empleadas domésticas en Líbano. Se trata de un sistema conocido como Kafala, muy extendido en Oriente Medio, que perpetúa abusos que, durante mucho tiempo, han sido un punto ciego en lo que respecta a legislación sobre derechos humanos.

Bajo el fuego de las bombas israelíes, alrededor de una quinta parte de la población se ha visto obligada a abandonar sus hogares, y se ha encontrado en la calle, sin alternativa y sin ayuda exterior. Un fenómeno tan espectacular como angustioso.

En el interior del edificio, Déa Hage Chahine y Léa Ghorayeb trabajan duro. Estas mujeres, activas en el frente de los derechos humanos, forman parte de un equipo que, ante el drama que se estaba desarrollando, se arremangaron y pasaron a la acción. «Enseguida conocimos a algunas de ellas y nos contaron sus historias. Era evidente que teníamos que hacer algo, ayudarlas», explica Ghorayeb, de 36 años.

Pero no sin dificultades, por supuesto. Tras encontrar un refugio improvisado en el norte del país y organizar el traslado de decenas de ellas, las mujeres recibieron la orden de marcharse. La ola de solidaridad y ayuda mutua que une al país oculta también su lado más oscuro: desde hace semanas, los no libaneses que lo han perdido todo se enfrentan a la discriminación y son considerados personas non gratas en los refugios abiertos a toda prisa. «Es muy duro, sentimos vergüenza de esto y del sistema de Kafala, en general, que ennegrece nuestro país desde dentro», dicen las voluntarias, unánimes.

«Nos llevó tiempo ganarnos la confianza de estas mujeres, que no se sentían seguras. Pusimos guardias en la entrada para que se sintieran más tranquilas. Al principio había unas docenas y ahora hay 200. No podemos aceptar más, el lugar está saturado», añade Léa Ghorayeb.

Con ella hay algunos niños y un puñado de bebés a los que las voluntarias intentan proteger lo mejor que pueden. En una gran sala, decenas de mujeres intentan conciliar el sueño, mientras otras se afanan en una cocina improvisada. «Recibimos mucha ayuda y comida, así que podemos proporcionarles un mínimo de comodidad. Los equipos han recibido formación y cocinan ellas mismas. Es importante que hagan suyo este lugar», prosigue Ghorayeb.

Abandonadas a su suerte

Aissatou, de 28 años, vivía en casa de sus empleadores en Dahieh. El día del ataque en el que murió el líder de Hizbulah, Hassan Nasrallah, sus empleadores abandonaron la casa llevándose todo lo que necesitaban, sin avisarla. «Estaba aterrorizada, no sabía adónde ir. Las bombas llovían, así que salí a pie y me reuní con unos amigos que habían corrido la misma suerte. Dormí en la calle durante diez días», relata.

Desde entonces, las personas que la emplearon no han dado señales de vida. La joven insiste en que no responden, que no le pagan desde hace meses y que ya no tiene ningún medio de subsistencia. Junto a ella, dos de sus compañeras de infortunio. «A nosotras nos pasa lo mismo, se fueron sin dejar ni siquiera un mensaje, solo pude coger unas pocas cosas y dejar el resto», confiesa una.

Las voluntarias explican que algunas de las mujeres se quedaron encerradas en las casas donde vivían. Algunas tuvieron que derribar la puerta bajo las bombas para escapar de su prisión y huir de una muerte segura. Aicha, de 28 años, confirma: «Es así, nos ha pasado a muchas y varias han resultado heridas en su huida». A pocos metros, una mujer camina con muletas. Las voluntarias señalan que su herida es anterior a los bombardeos y que, al no haber tenido acceso a tratamiento, su lesión ha empeorado.

«También tenemos que ocuparnos de las necesidades médicas de estas mujeres, y tenemos voluntarios que hacen visitas periódicas para asegurarse de que están bien», continúa Ghorayeb.

La gran mayoría de estas trabajadoras sueña con volver a casa. Pero no es sencillo: el sistema de Kafala les priva de sus pasaportes al llegar -que pasan a ser propiedad de sus empleadores-, por lo que ya no tienen documentación para salir del país ni dinero para pagar su repatriación.

Las activistas libran una batalla administrativa que están a punto de ganar. Tras obtener de las autoridades libanesas documentos temporales, trabajan con las autoridades de Sierra Leona para organizar un vuelo que les repatríe.

El tiempo apremia: muchas no duermen a causa de los bombardeos israelíes en los suburbios del sur, a solo unos cientos de metros de su refugio. Las voluntarias explican que varias entraron en pánico y quisieron marcharse en plena noche hace unos días. «Todas las noches, las paredes tiemblan y los impactos son terribles y aterradores. No podemos dormir, tenemos miedo», explica Aicha. «Dormimos durante el día y tememos que llegue la noche. Solo queremos volver a nuestro país lo antes posible», dice.

Esta situación se repite en la veintena de albergues abiertos para las trabajadoras inmigrantes. «Son lugares con los que tenemos vínculos y que acogen a mujeres de otra nacionalidad. Sabemos que solo estamos abarcando una ínfima parte del problema: muchas siguen en la calle y completamente solas», concluye Léa Ghorayeb.