Iñaki Egaña
Historiador

2015, ¿el año de la oveja de madera?

El calendario occidental nos avanza que ha llegado 2015. Más de la mitad de la humanidad, sin embargo, se mueve en otras coordenadas estacionales, ligadas a mitos o religiones. Los chinos, por ejemplo, entrarán en un nuevo año a mediados de febrero, dando paso al título de este artículo. Y para que no se me tache de eurocéntrico, me acojo a su agenda. La misma que voy a proponer, con demasiada audacia probablemente, para este año que acabamos de pisar.

Adelanto que no soy agorero por naturaleza. Que intento ver la botella medio llena antes que medio vacía. Tengo pesadillas, sin embargo, cuando percibo el futuro más cercano, no tanto por las fuerzas que honestamente intentan el cambio, sino por el poder tan inmenso, unido a sus medios, de quienes ostentan el timón de esta nave planetaria que gira 365,25 días alrededor de nuestra estrella matriz.


Desde que Fukuyama anunció el fin de la historia, en el ocaso de la guerra fría, la humanidad ha descendido varios peldaños. Con las guerras balcánicas, el genocidio en Ruanda, las invasiones en Irak y Afganistán, los golpes de estado en Tailandia, Paraguay, Ucrania, Venezuela, Egipto, Honduras (hasta 33 en lo que va de siglo)... Desde que comenzó el siglo XXI, las guerras provocadas por Occidente, alimentadas en ocasiones en civiles, han causado la muerte a más de 12 millones de personas. La guerra por el coltán en Congo, en especial en Kivu, ha provocado más muertos que durante la Sohah. No hay lobby que sostenga a esas víctimas. La lectura que hemos hecho estos años es la de un mundo unipolar que caminaba hacia una especie de pax romana. Mi apreciación particular estaba errada.


El imperialismo se resiste a la nueva realidad de un mundo multipolar emergente, insiste en el viejo mapa geopolítico de la unipolaridad que proclama Obama y que ha arrastrado a Europa. Unipolaridad amparada en el brazo armado de la OTAN para garantizar la continuidad del neoliberalismo de las trasnacionales con sede en EEUU y Europa.


El concepto de paz está tan devaluado que nadie lo reclama y me atrevería a señalar que democracia y derechos humanos, repetidos hasta la saciedad como valores surgidos de la Revolución francesa, son palabras huecas, cargadas en los talleres de marketing para contentar la conciencia de un puñado de ignorantes.


Hoy hay una guerra brutal, exclusivamente económica, con un escenario paralelo, el de su exposición, es decir el del control de los medios de comunicación, eufemismo de los de propaganda. Una guerra universal que ha relegado a escaparates insignificantes a cuestiones como la vida cotidiana, la cultura, la supervivencia, las señas de identidad nacionales. El mundo, limitado y agotado por cierto en sus materias primas, se mueve en los balances comerciales, en los beneficios de las multinacionales (energía, armas, farmacéuticas...) y en la recuperación del PIB de los estados que pugnan entre ellos, todos capitalistas, incluida China que aún tiene el lema de la «dictadura del proletariado» en su catecismo. Y por supuesto Rusia, por mucho que les pese a los nostálgicos de la URSS.


El resto somos actores de undécima fila, cuando no lacayos y facilitadores de las macro-estrategias financieras. La patética deriva de la Unión Europea en Ucrania, Libia, Oriente Medio, la resurrección de la OTAN como gendarme militar, las puertas abiertas a las técnicas del fracking en nuestro suelo, la venta a fondos buitre del fondo hipotecario de Kutxabank, el previsible apoyo del PP-PNV-PSOE al TTIP todavía en negociación, son matices de un dominio casi absoluto del negocio sobre la persona. De la catalogación de la humanidad no tanto por su color, clase, religión o territorio, sino por su ratio de beneficio.


El año 2015 concitará un terremoto en nuestra existencia. El mundo surgido después de la Segunda Guerra mundial, el equilibrio de fuerzas, el significado de aquellos valores (con todas las comillas que quieran), toca a su fin. Naciones Unidas es una institución anquilosada, el voto adquiere valor según el resultado y los regímenes democráticos son, en realidad, máquinas de matar fuera de sus «pobres» en su seno. Es el terrorismo en estado puro. Un sistema que condena a la muerte perpetua, valga la redundancia, según el área de nacimiento. Un 15% es humanidad. El resto, lo oigo cada día en los «informativos», escoria, marginalidad, lumpen, abono de cementerio, los «sin dientes» en palabras del «socialista» Hollande.


No se puede hablar de ética, de tolerancia cero contra el terrorismo, cuando la mayor parte de los muertos en los conflictos inducidos son civiles. Cuando los estados que la propaganda cita como amenaza han sido cuajados, entrenados y armados en bastiones occidentales. Cuando los presupuestos de sanidad y educación sirven para amortiguar las pérdidas de los bancos especuladores. Cuando la bajada del barril del petróleo se usa como argucia económica para hundir competidores. Cuando la tortura es únicamente una «técnica de interrogatorio mejorada».


En nuestra casa y con esa nube tóxica-terrorista sobre nuestras cabezas, los medios de propaganda, los expertos en marketing, propondrán, ante las elecciones de mayo, llevar el debate a una coyuntura prefabricada: desarme o no, gestión de residuos, modernidad y progreso, invasión de vascos en Navarra, gestores profesionales versus gestores aficionados, modelos democráticos versus modelos anclados y, si toca, pasado. Pasado blanco, inmaculado. Pasado violento. Manos manchadas de sangre, presos. Trampas en definitiva. Más de lo mismo. La sociedad vasca, tradicionalista en su historia, y sus vacilaciones por el cambio.


2015 nos dejará alegrías, aunque efímeras. Seguirán los presos y exiliados retornando a casa, en goteo. Cada salida una sonrisa. Muchos aún dentro. Vocento, la voz de su amo, visualizará su crisis que, aunque estructural, desearemos creer política. Habrá cambio en Navarra y un refrendo a complicadas gestiones institucionales.


Lo trascendental en este escenario casi telegráfico es que quienes creemos en el cambio revolucionario, debemos reinventar casi todo. Decía anteriormente que Europa, el mundo, se preparan para saltar la trinchera construida al final de la Segunda Guerra mundial. Nos tocará de lleno. Hay un sólo espacio que no se necesita renovar. Y ese es el del pueblo. El Pueblo vasco. Pero no aquél que percibimos desde el ordenador, o soñamos en nuestra literatura soberanista. Me refiero al real, al que forma parte de nuestra comunidad, en Hernani o Baigorri, pero también en Corella o en Angelu, en Laguardia o en Sestao.


Tenemos que reinventar nuestras alianzas, tenemos que descubrir que los escenarios de decisión se han modificado, tenemos que asumir que la palabra y el apoyo de un ex secretario de Naciones Unidas se la ha llevado el viento. Tenemos que hacernos fuertes en nuestra retaguardia y mantener los valores que configuraron nuestro espíritu de resistencia. Pero para ello, no valen la repetición de modelos que si no tienen fecha de caducidad cercana, poco les faltará.


El pasado cohesiona, sirve en ocasiones para devolver dignidades y también para llenar el saco de injusticias que parecen no acabar nunca. Pero con el pasado no llegamos más que a movilizar la memoria. Y la memoria, quizás no está bien que yo lo diga, no es presente, sino la lectura que hacemos hoy precisamente de tiempos pretéritos. La tendencia humana es la de prepararse para el futuro, ofrecer esa seguridad que hoy está en entredicho por muchos factores. Vamos a desbrozar el camino a nuestros hijos y, si me apuran, a nuestros nietos.


Tenemos una gran tarea para repensar la vida, para proponer claramente nuestros enemigos, tarea fácil, nuestros aliados y, sobre todo, nuestros instrumentos. La nostalgia no es buena compañera en este camino. Llegan tiempos de apocalipsis en el planeta, como relató una vez magistralmente la mozambiqueña Paulina Chiziane. No podemos estar expectantes porque nos arrasarán.


Y aunque pueda parecer paradójico con la entrada con la que he marcado estas letras, con ese año de la oveja de madera que celebrarán en una semanas estruendosamente los chinos, tenemos mimbres de sobra para abrir las puertas a esa ruta cuyas coordenadas no acabamos de localizar. Y aunque pueda aparentar una perogrullada, un salto del mito al mojón, nuestros iconos también tienen la suficiente fuerza para continuar en la contienda. Por eso, espero que 2015 sea el año de la oveja latxa. Ya habrá tiempo, quizás no demasiado, de concebirla de nuevo.

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