Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

Apuntes para una república vasca

La aspiración auténtica a una república vasca resulta del conflicto entre el poder histórico del Estado y una sociedad que desea un Estado edificado a su imagen. El deseo de una república vasca complica el conflicto; organizado sobre el poder de un Estado que en un siglo, en el siglo XX, ha caminado en el suelo adoquinado por tres dictaduras sucesivas.

El deseo de una república vasca busca su legitimidad siguiendo caminos trazados hace 25 siglos. Sócrates y sus discípulos Platón y Aristóteles daban la razón sencilla de comenzar por elaborar la constitución que representa toda la vida de los peatones que somos. Herramienta del Estado, la constitución no tiene sentido en la vida exterior a nuestro territorio, suelo más identidad. Sobre este punto, Sócrates opto por la muerte antes de su posibilidad de elección del exilio.

Nuestro deseo de república vasca tiene que corresponder a un derrumbe voluntario de asedios que nos impiden «autodecidir» como colectivo voluntario sobre nuestra convivencia, y conscientes de que la naturaleza humana incita a disonancias... a veces justificadas.

Hay ya varios inspiradores de la república vasca, pero, ¿con qué definición territorial? Lo habitual en el partido por ahora preponderante en la Comunidad Autónoma Vasca se limita a su concepción limitada, quizás no en su discurso, pero sí en los hechos, a las vascongadas. La concepción histórica, base de Euskal Herria, no puede obviar a Navarra, Alta y Baja, ni a Lapurdi, ni a Xuberoa. Euskal Herria no es el País Vasco español ni el País Vasco francés. Sabemos que nuestro deseo se complicará si lo tratamos con obstrucción de dos estados, pero, si deseamos una república vasca, tenemos que salir preparados a ganar con dificultades. Tardaremos, pero debemos actuar sin dar un paso atrás, por lo que no perdamos tiempo en oficializar nuestra justa aspiración.

El territorio de Euskal Herria es el del antiguo Reino de Navarra, que desde el siglo XVI conoce una ocupación comparable a la de Ucrania, víctima hoy de la invasión rusa.

Nos achacan nuestras carencias históricas a pesar de una Navarra constituida en Reino, de Pamplona primero y de Navarra después, seis siglos antes de la de España en el siglo XVI.

Ese tipo de debate parece estar hoy esterilizado. Estamos en una Europa de estados, que estuvo a punto de constituirse en Europa de regiones si el presidente francés Giscard d'Estaing durante su mandato (1974-1981) no hubiese bloqueado el deseo expresado por firmantes del Tratado de Roma, 1957, por el que se crearon la Comunidad Europea que estableció la Unión Aduanera, el Mercado Común y la Euratom, que integró la producción de energía nuclear.

Pocos años después del final del mandato de Giscard d'Estaign, España entraba en la Comunidad Europea en 1986. ¿Qué hubiese votado España ante la proposición de «la Europa de las Regiones»? La respuesta tiene su carga de evidencia. Se trata de jacobinismo achacado a la vecina Francia, pero España se las trae.

En el siglo XXI, los reproches a Euskal Herria de intención de independencia no tienen sentido. ¿Qué sentido tiene hoy ese vocablo? ¿España y los miembros de la UE son independientes? ¿Es independiente un Estado que no dispone de moneda propia, lo que le cierra el paso a cualquier política monetaria estatal, protección banal en la economía actual? ¿Es independiente un Estado cuyo ejército depende para sus intervenciones del visto bueno de una OTAN presidida por un general de los EEUU? ¿Dispone de independencia un Estado cuya política industrial está determinada por fortunas privadas exteriores?

La UE ya no juega en primera división debido a la fragilidad de su identidad de diseño.

Nuestra república vasca se justifica si es capaz de aportar algo a otros estados mundiales, hoy salpicados por el liderazgo universal de USA y China, que ya se las apañarán para que, con acuerdos a nuestras espaldas, eviten felizmente conflictos demoledores.

Nuestra república vasca podría ya mostrar su constitución literalmente determinada en los 30 artículos de la Declaración Universal de Derechos Humanos consensuada en la ONU en 1948. Otro punto de base de la república sería la ausencia de ejército, la nula intervención de ayudas públicas en materia de salud y de enseñanza (hasta la formación superior), de depuración y distribución de agua (vital) y de especulación del suelo. Sería obligatorio el trilingüismo (euskera, francés y castellano), así como la capacidad de acuerdos con otras regiones europeas, españolas y francesas incluidas, cuando nuestro interés lo precise, así como la enseñanza «en lenguas» en lugar de «de lenguas».

La república vasca acabaría con la distribución de poderes de Montesquieu, el legislativo siendo el único poder porque emana del pueblo y el ejecutivo y el judicial no serían más que funciones bajo control del poder legislativo, evitando así que estas dos funciones puedan sobreponerse a la voluntad popular expresada en el legislativo. Los partidos políticos no serían indispensables en esas funciones. Un primer ministro de De Gaulle, Pompidou, no pertenecía a ningún partido político; tampoco pertenecía a un partido político el ministro de Cultura Andre Malraux.

Respeto pero no dependencia, actuando con el propósito de lo mejor, propio al sentido común femenino preponderante sobre lo más, aspiración masculina.

La república vasca tendría su personalidad propia evitando la expresión popular en tiempos de la Guerra Fría entre Occidente y la URSS: «se llaman países libres los que dependen de Estados Unidos».

Ya es hora de salir del laberinto político de promesas de emancipación que algún que otro partido político local adormecido propone campaña de elección tras campaña de reelección.

Search