Iñaki Egaña
Historiador

Ausentes, transeúntes y desplazados

Imanol, de Donostia, fue enviado a Ceuta; Patxi, de Basauri, a Melilla. Juanjo, de Laudio, tuvo peor suerte, ya que le mandaron al Sahara cuando comenzó la Marcha Verde. Esteban, de Oiartzun, estuvo en Vigo y Josean, de Barañain, pensó que la fortuna le había favorecido cuando se enteró de que su destino era Madrid. Pero cuando la División Acorazada Brunete puso todos sus efectivos en marcha, aquel 23 de febrero, su congoja no tuvo límites.

Domingo, alcalde de Urretxu, se apagó en París y Javier, también máximo mandatario de Artajona, en México, al igual que Julia, de Bilbo. El gasteiztarra Ignacio terminó sus días en Budapest; Vicente, de Sestao, en Praga, y Honorio, de Ortuella, en Marsella. En Morelia encontré el epitafio de Pablo, de Bilbo: «Agur gure lagun maitatua. Zure tokira beste lagun bikainak etorriko dira, gure aberri eta herriaren askatasuna irabazteko!».

A Michel, de Maule, lo enterraron en Indochina con los colores de la tricolor, al igual que a Jean-Baptiste, de Angelu, a Pierre, de Biarritz, y a Pablo (Paul) de Bilbo. José, de Lesaka, estuvo prisionero en Dien Bien Phu (Vietnam). Jean, de Muskildi, perdió la vida en Argelia, al igual que Jean-Baptiste, de Urruña.

Luciano, de Pasaia, se fue hace unas semanas en La Habana, como hace años Josemari, de Hernani. Juanjo, de Soraluze, falleció en Montevideo; Txomin, de Arrasate, en Argelia, y Endika, de Santurtzi, en Cabo Verde. Francisco Javier, de Hernani, en Togo, el país de los baobabs, cuyo drama ya conoció el principito descrito por Saint-Exupéry.

A Benigno lo encarcelaron a miles de kilómetros de su localidad natal, Biana, hace ya varias décadas. En Guinea, en el centro de África. Más recientemente, Jon, de Orereta, era enjaulado en Salto del Negro (Gran Canaria), junto a Juanmari, de Zizurkil. Hace unos días, Isidro, de Ondarroa, estaba en Puerto (Cádiz), junto a Unai, de Baiona, y otros. Aitzol, de Lasarte, en Bois d´Arcy; Eneko, de Gernika, en Belmarsh, y Andoni, de Elorrio, en Lisboa.

Es lo que siempre hemos entendido los vascos por exilio. Algunos datos, pocos, y unos nombres entre miles. Alejandra Pizarnik, entre otros tantos versos, nos dejó el rastro de ese destierro: «viajera de corazón de pájaro negro, tuya es la soledad a medianoche».

En 1937, el Gobierno vasco cifró, a consecuencia de la guerra, en 150.000 los exiliados, el 12% de la población vasca de entonces. Durante el franquismo, el propio Ejecutivo vasco en el exilio anotaba los nombres de los exiliados, entre 500 y 1.000 anuales. En 1947, por ejemplo, fueron 901 los vascos que se exilaron en el Estado francés, 795 hombres y 106 mujeres.

Franco murió y, según nos dicen los falsarios de la historia, la situación política se normalizó. Sin embargo, a comienzos de 1982 ya había 1.500 exiliados vascos que huían de la represión. En esas fechas, el abogado Miguel Castells aseguraba que por cada preso que ingresaba en prisión habían escapado a la detención tres compañeros. Hagan las cuentas.

El exilio generó una cultura paralela: libros, editoriales, diarios, casas vascas, publicaciones periódicas... Una sociedad dentro de la sociedad, con unos códigos muy determinados. Las hijas y los hijos del exilio continuaron la brecha abierta por sus progenitores. Aun hoy, el mundo acoge a una diáspora vasca cohesionada cuyo origen se remonta a décadas anteriores.

Hay, sin embargo y al margen del exilio vasco, un espacio que nos han creado en los últimos tiempos para prevenir la españolidad en Euskal Herria. Uno más dentro de la «construcción del enemigo». Nada que ver con la realidad, pero tantas situaciones se escapan a la lógica en el conflicto vasco-español que el efecto sorpresa hace ya tiempo que desapareció.

Auspiciada por organizaciones herederas del falangismo (UPyD), por otras abiertamente racistas (Foro de Ermua) o por otras declaradamente belicistas (PP), la historia, el relato oficial, muestra un «exilio» producido por la actividad de ETA, en unos casos, por la hegemonía social abertzale en otros y según las fuentes. Dieron, incluso, una cifra: 300.000 personas. 383.700 desde 1977, según el Foro de Ermua. Más que el doble que en la guerra civil, entre el 10 y el 15% de la población vasca actual.

Semejante necedad no tiene ni pies ni cabeza. Otros más agudos que mi pluma ya lo dejaron escrito. Según ese relato, 27.000 donostiarras, 40.000 bilbainos, 30.000 pamploneses y gasteiztarras huyeron de la «imposición» del euskara, de las balas de ETA, de las investigaciones de «Ardi Beltza»... Un éxodo en toda regla.

No dejaron, sin embargo, restos de semejante partida. No hay literatura, ni casas vascas al amparo de tantos huidos, ni publicaciones, ni cenas de hermandades ni torneos de pelota o siquiera partidos de fútbol sala entre tantos exiliados. Ni clases de macramé o cursillos para enseñar alguna de las lenguas de los escenarios a los que han llegado.

La primera deducción de esta mentira con objetivo de pucherazo electoral me interesa. Españoles de pura cepa llaman al montaje «exilio». Bueno, algo avanzamos. Es notorio que de una región española (vasca) los huidos concluyen en otra (Andalucía, Madrid, Canarias...). Según lo que entiendo, serían, en el orden técnico (así lo hace también la ONU), un colectivo de «desplazados», ya que se mueven en el seno del mismo estado.

Y no, por cierto, exiliados. Ya que para que este término fuera justo, deberíamos hablar de una comunidad de huida y otra de acogida en estados diferentes. Pero los españoles de pura cepa, los que están detrás de esta iniciativa (PP, UPyD y diversos grupos fascistas), lo han dicho: son exiliados. Por tanto, nos tratan a los vascos como extranjeros. Y a nuestro territorio como lugar de ocupación. Gracias.

La ordenación de semejante despropósito supongo que se hará a través de numerosos «informes periciales» que saldrán de los verificadores al gusto de España, las FSE (Policía, Guardia Civil, etc.). Apañados estamos. Ciencia ficción y opinión tabernaria convertida en mensaje bíblico y soporte judicial. Lo intentó Garzón en el 35/2002 cuando aquella andanada de la «limpieza étnica». Repetirá en esta ocasión el PP su propuesta. Seguro.

La segunda deducción es la de la oportunidad. Y ahí tengo dudas. Si no fuera por el cariz claramente manipulador de los verificadores hispanos (las FSE) y el interés del pucherazo en las autonómicas del 25 de noviembre próximo, estaría a favor de un censo de ese tipo. La última vez que se realizó fue en 1940 (España los realizaba cada diez años y el anterior era el previo a la guerra civil). Fue del todo clarificador.

En aquella ocasión el INE, instituto de estadística, integró varios apartados de interés, entre ellos la profesión (128 distintas) y el origen de los vecinos. También atinaba en tres conceptos vecinales, «presentes», «ausentes» y «transeúntes». Así supimos de los vascos en cada región del Estado, pero también de los españoles entre nosotros. Supimos de los presos vascos y de los exiliados, 8.695 y 74.764 respectivamente. Los de verdad.

Pero, y sobre todo, supimos que el 1,63% de la población vasca de entonces eran policías y militares, 20.187. Y que la mayor concentración militar, después de la vasca, se daba en las provincias limítrofes. Vamos, que no se fiaban de que con 20.000 agentes pudieran contener una insurrección y, por si las moscas, guardaban la muga con vehemencia.

Hoy sabemos también, por otras fuentes distintas del censo, que entre nosotros se encuentran 17.563 agentes policiales y militares, el 0,63% de la población vasca al sur de los Pirineos. Muchos de ellos, junto a jueces, funcionarios de prisiones y de la administración central, etc., votan en nuestro territorio. El voto es secreto. Pero me imagino el de ellos. Sabemos también que muchos concejales y candidatos (y no por razones de exilio, sino de ocupación) llegaron de España a copar nuestros ayuntamientos. E incluso lograron la alcaldía de Garinoain con madrileños en sus listas.

Por eso mis dudas. Si el censo fuese ajustado a la realidad, me interesaría sobremanera. Ya sabemos quiénes son nuestros presos y exiliados y sus nombres. Jamás los hemos olvidado. Sabríamos efectivamente, asimismo, los de aquellos centenares, miles de huidos de ETA (10.000 como mucho según Rodolfo Ares). Pero también tendríamos los datos certeros de la ocupación. Y ello pondría los puntos sobre las íes y dejaría en el lugar adecuado a los defensores del pucherazo, más cerca del golpismo que de la democracia.

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