Ekain Inazio

Austria y el resurgir del fascismo. ¿Puede la izquierda salvar a Europa?

La victoria de la extrema derecha en Austria no sorprende. El Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), liderado por Heirbert Kickl, el «canciller del pueblo», ganó las últimas elecciones europeas y, a finales de 2017, formó gobierno con el Partido Popular austriaco. Ahora el FPÖ lidera las negociaciones para un nuevo gobierno que aborda no solo la inmigración, sino también un malestar económico y social que ha convertido las preocupaciones identitarias en terreno fértil para el extremismo.

La situación en Austria refleja un patrón más amplio en Europa, donde la extrema derecha capitaliza el descontento con la gestión económica, la inmigración y las políticas de la Unión Europea. Esto revela cómo el conflicto económico y social ha derivado en una crisis de identidad, evidenciando la debilidad de la Unión Europea y el deterioro de la izquierda tradicional.

El nacionalismo que enarbola el neofascismo responde a la pérdida de referentes locales frente a retos globales. Muchos sectores de la sociedad, especialmente los afectados por la desindustrialización y la precarización laboral, sienten que su identidad cultural está en peligro. Las costumbres y tradiciones locales parecen ser reemplazadas por una cultura global impulsada por la migración, lo que genera un clima de descontento que los partidos de extrema derecha aprovechan.

Occidente ha promovido el multiculturalismo como forma de integrar la diversidad cultural, pero este proceso ha generado tensiones con los grupos mayoritarios que sienten que su cultura se erosiona. Esto coincide con el debilitamiento de las clases medias y trabajadoras, socavando las bases de la identidad colectiva, como el empleo estable y el sentido de pertenencia a una clase social.

Austria no es ajena a este proceso. A pesar de tener el quinto mayor PIB per cápita de la UE en 2023 y uno de los índices de desigualdad más bajos según el índice Gini, el malestar persiste. Incluso una economía robusta se ve afectada por la percepción de precarización y creciente inflación. Estos elementos han sido capitalizados por el FPÖ que canaliza el descontento social utilizando el miedo al «otro».

Mientras tanto, la izquierda austriaca, como muchas otras en Europa, enfrenta uno de sus momentos más bajos. Divididos y paralizados por crisis internas, los socialdemócratas no han capitalizado el descontento ni ofrecido una narrativa que reconcilie la diversidad cultural con la integración social. Esto refuerza la idea de que la izquierda, al no poder representar las «necesidades» emocionales y culturales de la sociedad, deja espacio a movimientos neofascistas que se benefician de la precarización laboral.

Hoy en día, el resurgimiento del fascismo ocupa el vacío identitario que dejó la desaparición de la clase trabajadora mediante discursos étnico-identitarios. Al mismo tiempo, el FPÖ ha construido su narrativa en torno a la resistencia frente a las políticas europeas, el euroescepticismo y una postura prorrusa que resuena con el creciente malestar hacia las instituciones. Al igual que Viktor Orbán en Hungría, el FPÖ promueve un realineamiento geopolítico que podría debilitar la cohesión de la Unión Europea.

La incapacidad de la izquierda para ofrecer una narrativa que estructurara la vida colectiva ha permitido que los movimientos neofascistas presenten respuestas simplificadas a complejos retos sociales.

Reconocer que el cambio es parte de la identidad, como señalaba Heráclito: «nadie se baña dos veces en el mismo río». Promover el diálogo y construir identidades compartidas es esencial para que lo local y lo global coexistan y se fortalezcan.

Es crucial desarrollar una narrativa que fomente un sentido de pertenencia común, donde las diferencias culturales se vean como oportunidades para enriquecernos. Esto no solo abordará la crisis identitaria, sino que también servirá para unir las luchas de los más desfavorecidos por la precarización y la globalización.

En este momento crítico, es imperativo que la izquierda abandone sus miedos y enfrente el avance del neofascismo. No debe permitir que el temor al rechazo o a la división impida un debate honesto sobre identidad; debe tomar la iniciativa y presentar una visión que integre la diversidad cultural como un activo. El silencio y la inacción perpetúan la desconfianza y el resentimiento que capitalizan los movimientos extremistas.

Para reconectar con los sectores descontentos, es necesario articular un mensaje que desafíe el miedo y el odio, y ofrezca esperanza y sentido de comunidad. Este enfoque debe basarse en la justicia social, la igualdad y el respeto por los derechos humanos de todos, sin importar su origen.
La lucha contra el neofascismo trasciende lo político; es un imperativo moral. La izquierda debe ser valiente y proactiva, desafiando narrativas destructivas y proponiendo alternativas que fomenten la inclusión, la equidad y la solidaridad. Solo así podremos construir un futuro donde la diversidad sea una fuente de fortaleza y la identidad colectiva se enriquezca a través de la colaboración y el entendimiento mutuo. Al hacerlo, no solo enfrentaremos al neofascismo, sino que también reavivaremos la democracia, donde todas las voces sean escuchadas y valoradas.


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