Antonio Álvarez-Solís
Periodista

¡Ciudadanos: la república os espera!

Sr. Iglesias, es hora de gritar «¡Viva la República!» para probar izquierdistas. Se lo dice a usted el anciano del andador, que estuvo en la Lisboa tan traicionada. Y allí aprendí, jugando sobre tierra batida, que lo que precisa usted es un revés seco y potente.

El Partido Socialista Obrero Español –al que sobra de entrada lo de «socialista», abunda de descaro en lo de «obrero» y emponzoña lo de «español»– sigue soñando con que «Podemos» pacte con él un gobierno a la portuguesa, es decir, un pacto de programa, pero sin ministros en el gabinete. Idea genial: gobernar sin ministros. Renuncio a todo juicio acerca de la idea para resumir mi asombro en los versos que dedicó un despierto cronista del espectáculo a la famosa y descarada Celia Gámez: «Permitidme que me escame/ hasta de la piedra pómez;/ ni es argentina ni es Gámez,/ nació en Orense y es Gómez».

¿En qué consiste un pacto a la portuguesa? De entrada: los socialistas portugueses nunca han hablado con las cartas boca arriba, como prueba su esmerada destrucción de «A Revoluçao dos Cravos» a fin de reintegrar al nepotismo universal una admirable nación que hubo de consolarse siempre con la melancolía del fado y el hermoso existir en la saudade. ¡Mi hermoso Portugal, mi culto Portugal, mi inolvidable Portugal! Colonia oscura de los ingleses, literatura sutil de los franceses, jardín cuidado de los brasileños, reducto de una política perpetuamente mentida, hoy sahumada por las grandes instituciones crediticias internacionales. Hacia ese horizonte mira ahora el Sr. Sánchez, sepulturero de turno del socialismo español degollado en su día por el Gran Ejecutor que mercadeó sus sindicalistas verticales en la gran Plaza de Oriente para beneficio de Occidente. Pregunto: ¿a dónde van ahora nuestros sindicalistas?

Otra pregunta: ¿a dónde va el tal Sánchez, ahora multiplicado en postales de primera comunión con el jefe del Gobierno lusitano, Sr. Costa, caballero de finas contabilidades, como decía el inmenso Josep Pla de quienes vendían el barato? Un tal Costa, arrimado, según parece, al sublime texto postulante del lema «siempre se puede comprar a la mitad de los pobres para matar a la otra mitad».

¿Y eso es lo que ofrece el tal Sánchez a Pablo Iglesias? ¿Qué es eso del «programa a compartir» cuando no se tiene, además, programa que valga dos habas sino algunos papeles untados con miel para cazar moscas de trasverano?
Yo estaba allí y asistí a la destrucción política de mi buen amigo Otelo de Saraiva, el de los carros armados que salieron de su cuartel con los claveles que iba colocando en sus cañones una mujer inolvidable, Celeste Caeiro, a fin de que disparasen honrado porvenir.

Yo estaba allí, donnadie predicador de una verdad que jamás abandoné porque sé que un programa no vale nada si no lleva escrito por detrás el “Grândola, Vila Morena”. ¿Quiere la Moncloa desembarcar a los españoles en otra Lampedusa, desnudos y sin tierra? No se si usted, Sr. Iglesias, rechazará el canto de las sirenas. Por si acaso amárrese al palo mayor no vaya perder los últimos republicanos que vamos hocicando en la tierra en que descansan los que un día gritaron «¡Viva la República!» para vestir a España de país presentable. Allí si estaban debidamente juntas churras con merinas en un común entusiasmo, con un programa que cabía en dos líneas que decían eso tan cierto que gobernar para el pueblo sin el pueblo no es programa para ir sino para volver. Guárdese, Sr. Iglesias, pues la oferta de Moncloa tiene pinta de cepo con queso fino para cazar ratones. Y lo que necesitan los españoles no es precisamente socialismo sino un gato. Hay que arañar, Sr. Iglesias. No pierda usted tanto tiempo en redactar infolios tan abundantes, porque la política española hay que bailarla es una romería con todos los mozos y mozas arremangados danzando alegres sobre el mismo césped. Todo lo demás es, simplemente, ir por el sobre que contiene las instrucciones.

Sr. Iglesias, no ande por las sacristías, que es fiesta parlamentaria de guardar. Y si hay que comulgar hágalo usted a cielo abierto, si no los suyos le acusarán de herejía. Es hora de gritar «¡Viva la República!» para probar izquierdistas. Se lo dice a usted el anciano del andador, que estuvo en la Lisboa tan traicionada. Y allí aprendí, jugando sobre tierra batida, que lo que precisa usted es un revés seco y potente.

Yo estaba allí, justamente allí, cuando la verdad fue devorada en una mesa en que los traidores ya se habían anudado la servilleta a la espera del segundo plato, que suele ser el de la carne.

Y puestos a dar consejo –que parece impertinencia si no es solicitado– le diré que no sería malo proponer una huelga electoral si las urnas tienen falso fondo. No hay victoria más sabrosa que alzar la bandera de la libertad para votar a lo grande, que es aprovechar la calle como urna. Lo digo en homenaje de quienes se fueron y para ánimo de los que vendrán. Salvar a la patria es salvar al viandante devolviéndole lo suyo. Yo pensé eso cuando estaba allí, en «Lisboa antiga e señorial». ¡Pero que paciencia debemos tener! Por si acaso le envío correo aparte la dirección en que estaré envuelto en sudario tricolor. Los muertos podemos hablar con Dios.

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