Cuánto en tan poco tiempo
Durante los últimos tres meses, aproximadamente, hemos vivido acontecimientos culturales de importancia, reveladores de una deformidad de difícil arreglo. La actual civilización occidental se manifiesta por la costumbre de tratar los efectos ninguneando voluntariamente las causas. Las soluciones, a los problemas planteados, por el tratamiento de los efectos son espectaculares y observables, aunque sólo consistan en petachear accidentes estructurales, cuyos efectos volverán a surgir poco tiempo después, a pesar de leyes de oportunidad votadas por mayorías políticas sin capacidad de perspectiva a largo plazo. En compensación la sociedad civil recibe «pan y circo». Abordar las causas tratando los problemas a largo plazo exige mucho calado de conocimientos, de sentido político y de ética de responsabilidad.
Hace tres meses nos llegó a la CAV el sopapo del informe PISA, se nos expuso la evaluación precipitada de Donostia 2016, Capital Europea Cultural, surgió el dislate de la atribución del Tambor de Oro 2017 y lo que es más grave de consecuencias sufrimos el anuncio del cierre de la librería Garoa de Donostia, ejemplo de osadía positiva empresarial.
El informe PISA sobre la CAV mide el efecto de gravísimas consecuencias estructurales si no se remedian las causas que lo han provocado. La reacción al nivel más elevado del gobierno de la CAV fue desesperante: «Tenemos que proceder a una autocrítica». ¿Qué se sabe de ello? Cuando se trata de un problema que atañe a todas sus partes integrantes su desarrollo debe ser de conocimiento público.
El balance parcial de la operación «Donostia 2016 Capital Europea Cultural» ha sido presentado de manera que discretamente se nos aconseje olvidar el año 2016 y pasar a lo siguiente. Ya nos sirven un remedio pasajero que atenúe destacando el puesto de Donostia en las manifestaciones culturales del Estado durante el año 2016. Las vías respiratorias siguen gravemente lesionadas. Se ha encontrado el chivo expiatorio en la persona del Director de la Operación, hombre de indudable cultura y de valor sin aspavientos que solo pudo hacer lo que un presupuesto anémico, unos recursos humanos limitados, y una adhesión sin entusiasmo de algunos responsables políticos le permitieron hacer. Con esos medios se optó por privilegiar la cantidad de eventos a su calidad; el sueño de tal operación no puede reducirse a una noche de verano, el año extendiéndose sobre las cuatro estaciones. No perdamos de vista al que fue director de Donostia 2016 de cuyo valor y capacidad tenemos que aprender muy mucho.
Llegamos al sorprendente tratamiento de la atribución del «Tambor de Oro 2017». Por razones obvias, no me siento suficientemente eximido de reserva en el momento de opinar sobre el tema. Sí deseo manifestar mi desconcierto por una serie de despropósitos que han vulnerado la imagen de Donostia en el exterior, no la de los nombres y apellidos de los responsables que ya están olvidados sino la de una ciudad que se considera modélica en el saber hacer sin distinción de personas ni clases. La recuperación de percepción ejemplar caracterizante de Donostia costará tiempo. Es difícilmente soportable que algunas personas se otorguen el derecho de jugar con esos conceptos estructurales de nuestro orgullo solidario de ser donostiarras.
La noticia del cierre de Garoa-Donostia es el efecto de causas de naturaleza cultural, como la mayoría de las causas, cuyos efectos, repito, son desgraciadamente coherentes con los acontecimientos recogidos en estas líneas y que como otros más nos han llovido en los últimos tres meses. La iniciativa del equipo de Imanol Agirre refleja una valentía y una fe cultural que los donostiarras no han sabido fructificar. La personalidad distinguida y original de Imanol Agirre ¿sería un punto aberrante de la curva de desarrollo normal, aquí, de la actividad cultural y económica de las librerías donostiarras? Si es así, que el declive de la Ilustración en Donostia nos caiga laicamente confesados aunque sigamos comulgando con ruedas de molino.
Durante los días de confusión del incidente «Tambor de Oro 2017» que, como previsto, solo duró hasta el siguiente partido de la Real, recibí un mensaje de una personalidad relevante de la sociedad política, asociada a la mayoría municipal y provincial, que indignada me pedía que, como Tambor de Oro que tuve el honor de recibir en 1991, escribiera un artículo de opinión severo. Le contesté que la crítica de los efectos no pasa del estado anecdótico y que el artículo hubiera sido dirigido a los causantes de la situación es decir a los votantes que han deseado los electos que conocemos. Se incrimina a la sociedad política omitiendo la responsabilidad de la sociedad civil, nosotros los peatones, de quien dependerá que Donostia no se limite a ser un día Capital Europea del Pintxo-Pote, muy necesario pero no suficiente. A propósito de este incidente leí que un teniente de alcalde afirmó que el Tambor de Oro no certifica méritos diversos sino que es un premio a la promoción turística de la ciudad. No habiéndolo recibido por esa razón, me pregunto si no lo habré usurpado y si no debería devolvérselo a quien corresponda.
El optimismo es mi enfermedad crónica junto a la de otros coenfermos. Sigo creyendo que Donostia volverá a alcanzar un nivel de excelencia en el aspecto cultural de todo tipo, popular pero no populista. Dependerá de la esencia del patrimonio inmaterial de cada uno de los donostiarras.