Antxon Lafont Mendizabal

Dinero

El dinero ha maliciado regulando trueques y cambalaches. Antes satisfacía nuestras necesidades vitales en un espacio de realidad, ahora, nos ha trasladado a un cosmos de ilusión en el que se mueve el deleite  del «aún más». Pierre Rabhi afirma que todo placer que se alcance produce insatisfacción y frustración permanente.

Si el deseo de lo estrictamente necesario tiene un límite, afirma Rabhi, el placer de lograr lo superfluo no tiene linde. Nos seduce el canto de sirenas que aseveran que el crecimiento no debe ser acotado, el sistema generando, por medios de difusión de opinión, otro sistema de ilusiones parecido a la realidad. ¿Modificaremos el modo de vivir? Más bien, buscaremos la manera de adaptarlo a nuestra imagen y semejanza. Ya lo hicimos con los dioses y en particular con uno de ellos, Dios, pero la tarea será más difícil en una organización en la que se impone, a menudo, la codicia emborrachante.


Ya no nos sorprende, y hasta nos complace, la promiscuidad de nociones, conceptos y vanidades que cotejamos en el cajón de contradicciones que se nos abre. En la gaveta vecina tres palabras, sin precisión semántica, dominan nuestro indigente horizonte mediático: crisis, deuda y paro. Esas tres galgas calibran nuestro futuro tan presente. Vemos, oímos e incluso leemos, a veces, comentarios sobre esos tres jinetes de apocalipsis. La falta de espacio, de tiempo y de competencia convierte en algunos casos, la exégesis de esos tres jinetes en cháchara incesante. Así, como lo refiere S. Foucart, acabamos por fiarnos más de lo que se muestra que de lo que se demuestra.

Estas líneas abren al concepto perverso del dinero, palabra que todo peatón comprende, pero cuyas galerías de extracción son mal conocidas. Eremitas y Doctores nos marean con giros cuya complejidad, rígidamente expresada, denota, a veces, el engorro del ignoto comisionado para desenterrarnos de la inopia. Con las debidas precauciones tomadas, abordaremos sobre ascuas el tema del déficit y el de la deuda, ambas íntimamente unidas.


La deuda de un Estado alcanza en algunos casos, valores que acaban por transformar el concepto en un fenómeno virtual, cuando llegan a alcanzar la magnitud del orden del 100% del PIB. ¿A quién le cabe que esa deuda pueda amortizarse en capital y en interés? Los Bancos respiran tranquilos. Lo que reciben del Estado, nosotros, nos lo prestan a un interés cinco a seis veces mayor que el interés del préstamo estatal. En el caso de la piel de toro, el Estado concedió al sistema bancario más de 60.000 millones de euros en 2009 de los que solo ha recuperado el 3%, sin contar otras menudencias y regalos como las contribuciones financieras, como las emisiones avaladas con la garantía del Estado y/o como la terapia a favor del Fondo de Garantía que la Comisión Europea asimila a ayudas públicas desmintiendo afirmaciones de independencia financiera publicitada por medios de información y comunicación ad hoc.


Un hecho reciente conviene ser resaltado, la recuperación desde setiembre del PIB estatal que algunos cacareaban. En setiembre se oyó el «Eureka» del hallazgo del origen de la corrección: se incluyeron en el cálculo del PIB el negocio de la prostitución y el de la droga. Es así como la deuda pasó del 94% al 90% del PIB y el déficit presupuestario del que hablaremos, del 6,6% al 6,3%. Todo vale ya que otros países lo hacen.


En cualquier caso, la deuda será imposible de devolver y su valor en dinero contante y sonante será equivalente por consiguiente a la suma correspondiente en billetes de Monopoly. El dinero, correspondiente a la deuda se transforma en concepto virtual, amparado en el carácter escriptural de operaciones ajenas a la moneda fiduciaria de sus clientes. Y ¡bogue la galera! Como decía mi aitona de Astigarraga, «a cartera vacía, llámale cuero».


Los Estados Unidos de América dominan el enjuague: cuando no disponen de fondos garantizados, enchufan la máquina que fabrica billetes. Ahora parece que cesan ese rito, cuando Japón se pone a practicarlo sin pudor.


¿Cómo reaccionar? Un cambio parece inimaginable para los que detienen el poder porque confían en la inagotable resistencia del común de los peatones. La evolución de la epidermis plantar nos ha permitido caminar sobre brasas sin problema alguno. Quosque tandem

Si la deuda nos acompaña de año en año, el déficit del presupuesto se genera cada año. El Estado teniendo en cuenta lo que «recibe» y lo que gasta «reconoce que, ese año le faltan unos, muchos, euros, para equilibrar cuentas».  Así se engrosará la deuda del Estado «alimentada» durante años y años. ¿Cómo reducir el déficit? Recortes y recortes sin otra visión de futuro que la que pueda ofrecer el horizonte cercano de la próxima cita electoral.


En cuanto al paro, parece evidente que la evolución de la economía está orientada más hacia el beneficio de especulación que hacia el de producción. La producción exige mano de obra, aunque cada vez menos debido a la exigencia asocial creciente de la productividad; en cambio la especulación no solo necesita poca mano de obra sino que desplaza el capital de la producción. Mientras talleres y empresas manufactureras cierran, la bolsa sube a pesar de algunos baches accidentales. El trabajo se ha convertido en valor de ajuste. En esas condiciones el paro real crecerá aún ante la incapacidad de una gestión pública ejercida por representantes del  pueblo que se benefician de tasas de abstención y que consideran a la solidaridad y a la cultura como curiosidades elegiacas y compasivas. La noción de Trabajo todavía marcada por la maldición judeo-cristiana se transformará, durante la primera mitad de este siglo, en ocupación… para el que la tenga.


Nos queda el mundo agrícola que conoce evoluciones diferentes si se considera el colectivo de pequeñas explotaciones agrícolas, en general familiares, por un lado y los latifundistas por otro. Los primeros consideran la Tierra como patrimonio heredado. Para los latifundistas, la Tierra es un concepto que se compra y al que se le busca rentabilidad sin que, a menudo, sus propietarios comprendan el sentir agrícola e incluso el rural. Autorreguladores del mercado, solo les preocupa la intervención incontrolada del clima. También en este dominio el especulador distrae su capital hacia la agroindustria automatizada.


La conservación de la Naturaleza en el mundo agrícola inquieta por su ansia de productividad a cualquier precio. Más del 90% de la superficie agrícola está, hoy, invadida por pesticidas que provocan, cada año, 20.000 muertes entre los 5 millones de personas expuestas, de cerca, a esa intoxicación. Los estragos de esa inoculación se amplifican por la contaminación del agua, componente esencial del producto agrícola, que alcanza al mundo urbano. Sugiero la lectura de obras de J.F. Gleizes sobre agroecología y de las conclusiones de J.M. Mulet sobre el mismo tema. Algunos políticos examinan la evolución del mundo agrícola y su repercusión sobre el medio ambiente dejando de considerar a sus defensores como iluminados por una  neurosis ecológica. La agricultura familiar produce más del 75% de la alimentación mundial y la demanda de hoy a 2050 crecerá un 70%.

Los «padres de la Iglesia económica» se ven rebasados por un sistema  complejo y rápidamente variable. Recordamos los Hayek que vivieron la confrontación LSE-Cambridge, los Maynard Keynes, hoy socialdemócratas, los Polanyi que creyeron en el concepto de una sociedad preocupada por el trabajo, la moneda y la naturaleza, los adictos al pocho Friedman al que solo ensalzan algunos acomodados interesados por el corto plazo, liberales si todo va bien y estatalistas en cuanto divisan la primera nube torva.


Hoy día predominan algunas afirmaciones no convergentes sobre el «estado de la aldea global» expresadas como si la ciencia económica, adivina del pasado, fuera una ciencia exacta (!).
Paul Krugman (nobel de 2008)  nos recuerda el mensaje «verdadero» del mercado que nos inclina a déficits más elevados y a su corolario: imprimir más dinero. Para el que lo pueda, claro. Thomas Piketty (nobelizable) nos recuerda que Gran Bretaña, en el S. XIX tardó 100 años en amortizar su deuda, sin inflación y con excedente presupuestario. Heaven! Piketty considera alarmista que la renta del capital sea superior al crecimiento económico. Otro francés de actualidad, Jean Tirole (Nobel 2014, recién salido del horno) baña en el manoseado discurso de la austeridad.


Es evidente que toda sociedad es ávida y el dinero, poderoso villano, se las ingenia para neutralizar lo menos bueno social. Solo la solidaridad, que llegará, curará y cicatrizará las heridas sociales actuales. Todavía hay esperanza. No entierren los canopes que contengan las vísceras de los ilusos.

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