Olga Saratxaga Bouzas
Escritora

En el idioma del turismo

Hay que hacer un cierto ejercicio de introspección, recomponer el ánimo alterado, antes de acometer la escritura tras hechos que nos violentan. Sobre todo, para no caer en las mismas necedades que queremos contraponer. Téngase en cuenta aquí el sustantivo «necedad» como atributo a enunciados. Aunque sujetos humanos merecedores del apelativo, haberlos, también los haya...

Sábado por la tarde, 17 de agosto de 2024. Itziar Ituño Martínez, asomada a la balconada del Teatro Arriaga en el Arenal bilbotarra, es un manojo de nervios. Envuelta en la emoción propia del acto de inicio de Aste Nagusia, sostiene en sus manos, las mismas que apoyan el derecho a decidir de Euskal Herria, la integridad hecha palabra: el arrojo de un texto escrito desde el corazón y lanzado lau haizeetara desde las tripas, digno de catalogar como el mejor pregón hasta la fecha. Ante sí, miles de personas esperan expectantes las palabras previas al txupín.

Itziar, actriz internacional, vocalista, licenciada en sociología urbano-industrial y política, protagoniza hoy su propia esencia: la mujer, la feminista «confesa», euskaldun amorratua −euskaldun berria AEKri esker, como yo y tantas otras−. La mujer orgullosa de sus orígenes, defensora sin adornos de causas justas, encubiertas en la falacia del poder oligarca, que muestra sin reservas su ideología. Su porqué y para qué. Itziar es, una vez más, la mujer valiente que muchas y muchos admiramos. La que tanto parece temer la supremacía de masas, en su «ignorancia». Sutiles individuos de signo inequívoco, algunos, conscientes de sus actos y sus mensajes; hipócritas el resto, en su ecuanimidad de moralistas de conveniencia. Todas las arengas en su contra forman parte del mosaico neoliberal que la intolerancia esgrime con intención de quebrantar la convivencia.

Escuché el manifiesto, explícito, emocionante, sin dobleces, alto y claro, en diferido: menciones a la diversidad; al respeto a las diferencias; al genocidio en Palestina; a «Las 11» de su barrio obrero de Basauri, víctimas del sistema patriarcal contra el que luchamos, porque sigue habiendo mujeres perseguidas por decidir sobre su cuerpo y uno de sus derechos más íntimos, el derecho al aborto sin poner en riesgo la vida. Diálogo hermoso con su ciudad de nacimiento y Marijaia, apelando a la acogida del sujeto migrado, al futuro compartido de interculturalidad multicolor. A la libertad. No podía faltar el toque de atención expreso al machismo, nos mantenemos vigilantes, siempre. La conciencia de clase tuvo presencia, asimismo, en el contexto actual de la Bilbao moderna, hija del proletariado, con olor aún a fábrica adherida a su piel industrial reconvertida. Igual de emotivo el reconocimiento al auzolan de las konpartsas de Bilbo, el apoyo a las txosnas de Lizarra por la represión sufrida este mismo mes de agosto, el recuerdo a quienes tampoco este año están presentes en Aste Nagusia, y el amor infinito a su lengua, a esta que nos hace un lugar en el mundo complejo de la globalización y el exterminio de las identidades minorizadas. Mundo que, efectivamente, es de todas, pese a quien pese.

Itziar nunca defrauda. Si alguien esperaba de ella algo distinto, un discurso tibio, descafeinado, acorde a los protocolos de la equidistancia, es que no conoce su trayectoria. Su implicación puede más que la mezquindad, perenne en una sociedad tatuada de agravios gratuitos. Vivimos en un estado de continua sentencia social a nuestros actos y opiniones, sobremanera cuando estas se dan al margen de comportamientos normativos. Los conatos de arbitrariedad son vestigios de regímenes autoritarios cercanos. Rescoldos que actúan como herramienta del fascismo.

Pasadas dos páginas al calendario, en el primer día de un breve descanso laboral llamado vacaciones, tenía como objetivo limpiar persianas, con suerte, acompañada... algo que en mi casa no permite la rutina cotidiana y solo durante un efímero dietario excepcional es posible llevar a cabo. Pero en momentos de asueto, la inspiración de la víspera da paso a contratiempos con el nuevo día. Así que no siempre se cumple la teoría y aquí estoy, engarzando palabras para un artículo de opinión sin haberlo previsto.

Hace falta acopio de un alto grado de desvergüenza para atacar a alguien por el uso del euskara en un acto público festivo. La oficialidad debe garantizar el respeto, si no el afecto, siquiera por razones de civismo. Sin embargo, mediante códigos intransigentes, lo ningunean y acotan sus áreas de uso. Las sombras de la imposición florecen en los lugares más insospechados del periodo estival, donde tenemos que pedir disculpas por ser euskaldunak y permiso para que nos sean otorgadas credenciales de práctica. Nada menos que en Bilbo. Los imperialismos lingüísticos existen demasiado cerca.

Para quienes todavía no hayan tenido acceso a manual de democracia básica, decirles que reivindicar es un acto lícito. Hacerlo en el idioma elegido por Itziar Ituño es un derecho inalienable. La competencia para desarrollarlo en euskara, como ella, vendrá de la mano de cualquiera de los euskaltegis que pronto volverán a abrir sus puertas.

Desde la voz que me confiere la publicación en este medio, extiendo los brazos, como le pides a Marijaia, Itziar. Zorionak, eta datorrena datorrela.

Con la mirada en 2025, no obstante, habrá que ir pensando en hacer colecta de voto para que el próximo pregón de Bilbo se articule estrictamente en la lengua imperante, por si acaso. No sea que la diglosia cambie de bando y el castellano se vea relegado al ámbito familiar, o que ese turismo que tanto preocupa a transeúntes de redes sociales se quede sin entender de qué va nuestra historia. Por mi parte, durante estos días, intentaré hacer un cursillo exprés en algún idioma extranjero. Las persianas pueden esperar.

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