Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Entretanto

Yo espero que el Sr. Sánchez deje de lado los patriotismos de la España Una y Grande y se dedique a investigar cosas simples como las crecientes plusvalías empresariales que desbaratan los salarios del pobre.

Leía una de esas fraudulentas afirmaciones de nuestro espurio o ilegítimo jefe de Gobierno –piel no más para una pulpa inexistente– sobre el futuro esplendoroso que nos espera cuando hayamos cruzado ya los años 20, en que la crisis, al parecer, será sólo memoria. Buscando un respiro a mi ahogo retomé al azar un libro mi permanente maestro José Bergamín titulado “Cristal del Tiempo”. Bergamín está enterrado en Euskadi –«quiero morir en tierra liberada», dijo muy poco tiempo antes de cerrar los ojos– en donde yace entre otros ilustrados españoles que se fueron dejando una herencia de frescos huesos que conservamos pocos. Fue como un mensaje sobre la tropa que nos agosta en perpetua helada. Bergamín usaba títulos estrictos; en este caso, “Entre tanto”. Trascribo para los españoles que esperan con una resignación destructiva: «Hubo entretantos históricos, se dice, que duraron años y hasta siglos. Se dijo de la restauración de la dinastía borbónica del último lustro del siglo XIX que era una interinidad, un entretanto, o entre paréntesis, o entre dos fuegos, o entre dos luces, entre dos repúblicas sacrificadas por los impacientes entreguistas a las aparentes seguridades del entre-tanto mismo, del entretantismo. Trazaron la curva de aquel paréntesis histórico Cánovas, Sagasta, Silvela, Romero Robledo… Y cerraron el paréntesis del entretanto, con otra fina y no menos elegante curva, Canalejas, Maura, Romanones, Dato…Entretanto la encarnadura viva de lo nacional se iba estabilizando o estatuyendo, en el esqueleto moral del Estado. Llamaba Marx el esqueleto del Estado a la administración o burocracia, a las fuerzas armadas del ejército o de la policía. Entretanto, como dice el poeta Covarrubias, «hay pueblos de espectros humanos/que van mordiéndose las manos/ entretanto comienzan su obra los gusanos». Y acaba este pasaje Bergamín refiriéndose al usado y repetido verbo reformar, que tiene tanto que ver con el entretanto: «La reforma no es lo que forma, sino lo que deforma». Sería conveniente cerrar esta cita dedicada al mientrastantismo con cuatro líneas de Lucien Goldman sobre quienes no tienen otra cosa que ofrecer desde su poder áspero y cruel que esa condenada espera que desespera: «La violencia y la opresión de las capas dominantes tienen un carácter global y circular (la larga espera para el triunfo de la modesta esperanza de los que esperan) que no pueden ser combatidas (tengamos esto muy en cuenta) en un punto particular sin que esa brecha sea cerrada inmediatamente por la presión ejercida en los demás sectores del círculo. Es decir también que toda acción por defender al hombre, si quiere tener la menor posibilidad de éxito, ha de presentar el mismo carácter circular y global»; (pero sin la repetida espera del disolvente reformismo). Goldmann hizo ya este apercibimiento en los años sesenta del siglo pasado, pero al parecer la llamada izquierda actual no sólo desconoce sólidamente a estos autores sino que, cuando al fin los conoce, los recusa en gran parte por proponer un marxismo operativo y rico. Una izquierda que se permite conducir ostensiblemente con la mano izquierda por la gran avenida «mientrastanto» opera continuadamente el freno protegido de cualquier visión externa. Pero ante todo eso ¿para qué repicar a gloria en el socialismo?

Yo me permito pedir al Sr. Sánchez que no mueva a los suyos con embelecos o palabrería hueca. Concreta Sebastián de Covarrubias que embeleco puede venir del verbo árabe «embelleh», que es igual que entontecer. Esta significación no me parece desechable sin más ya que lo que pasa a los andaluces y otras poblaciones entusiasmadas con su socialismo del «entretanto» podría suscitarse por una cierta distracción de la inteligencia, que a veces nos hace soñar con endriagos que malogran lo que dispone la sincera y honesta finalidad propuesta por benéficos dirigentes. Yo espero que el Sr. Sánchez deje de lado los patriotismos de la España Una y Grande y se dedique a investigar cosas simples como las crecientes plusvalías empresariales que desbaratan los salarios del pobre –en los últimos cuatro años los salarios brutos han perdido sobre el veinte por ciento de su valor adquisitivo– y aclare que esa disminución es aún más acusada cuando la plusvalía es relativa o producida por el incremento de productividad que da la informática manejada por un trabajador que cobra igual, en el mejor de los casos, que cuando rendía menos según la antigua forma de producción. Un buen socialista alegaría que la pluvalía elevada que producen esos ingenios debería llevar a dos fines fundamentales: un mayor salario del obrero informatizado, por la suma de su esfuerzo y el de la máquina que conduce, y un mayor impuesto sobre los beneficios de la empresa. No me vale que se diga que el trabajador quizá trabaje menos horas, y con el mismo salario, merced al instrumental informático, ya que el trabajador no puede abonar con horas libres los gastos que exige su modesta vida o un aumento de la convivencia y la correspondiente cultura, observación tan empleada por quienes operan con estos malabares, ya que como escribe el profesor Castilla del Pino «la realidad es que la incomunicación parece ser (hoy) un rasgo, valga la paradoja, de convivir los unos con los otros». Sobre este último extremo me atrevo a afirmar que cuando se trabajaba mediante modos de implicación muy personal, que ahora van desapareciendo, los talleres significaban una apreciable forma de convivencia, una especie de vida familiar que producía bienes que distinguían la vida humana de la pura vida biológica. Los sindicalistas y bastantes trabajadores libertarios, socialistas o comunistas que llegué a conocer de joven acudían a reuniones que, pese a la persecución franquista, eran centros ideológicos poblados de una cultura de la solidaridad que ahora se ha perdido casi por completo en la clase obrera. Lo grave es que frente a las sirenas informáticas no cabe cerrar el oído como hizo Ulises a fin de proseguir hacia su destino.

No sé por qué pero vivimos «entretanto», a la espera de algo que no sabemos que será ni cómo podrá acontecer. Los trabajadores –y qué podemos ser sino trabajadores– hemos confiado nuestro destino a la indigna servidumbre a poderes que nos entregan sus instrumentos como bastón de apoyo que al final se convierte en serpiente. Desposeídos estamos y, además, discutiendo entre nosotros acerca de una poquedad que nos parece hija de nuestra incuria y no látigo de siete colas.

Yo creo que el nuevo secretario general del PSOE debiera renunciar al «mientrastanto» para incorporarse a la batalla del «aquí y ahora». En nombre de ningún principio, ni siquiera del unionismo patriótico, pueden los socialistas tras su vibrante decisión presente del «levántate y anda» devolver a Lázaro a sus gusanos. La vida de un solo trabajador, la angustia de un solo parado, la tristeza de un pensionista repudiado por quienes abusaron de él durante tantos años, la vida de una mujer sacrificada al amparo de una ley escrita en el margen del código penal, significan infinitamente más que esos modestos acuerdos con el diablo del «mientrastanto» ¿Lo tiene usted en cuenta, Sr. Sánchez? «Aquí y ahora», porque como dijo irónicamente Luis Goytisolo al recibir un premio literario, podemos. Sólo hace falta tomar un vaso de vino y salir a la calle. La revolución empieza en el alma para ser válida –¿asusta este radicalismo cuando se trata de vivir?– y no se hace con lo que se tiene sino con aquello de lo que se carece. El mayo francés del 68, del que ya nadie habla, naufragó porque quienes lo iniciaron tenían demasiadas cosas. Cuando llegaron los trabajadores a la marcha ya se había movilizado el «orden público»; es decir la fuerza armada del «mientras tanto».

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