¡Españoles, Franco ha muerto!
¿De qué rebelión están hablando en Madrid cuando es Madrid quien aportó todos los elementos de agresión contra los catalanes que únicamente aspiraban a su soberanía como pueblo?
He llegado a concebir la sospecha de que la historia, sobre todo en países como España, consiste siempre en el mismo relato aunque cambie la expresión o la persona de los protagonistas. Si viviera hoy Carlos Arias sustituiría su frase histórica dicha entre lágrimas «¡Españoles, Franco ha muerto» por otra, alegre y triunfal tras la nueva toma y represión de Catalunya: «¡Españoles, Franco no ha muerto!». Cambia solamente el recalcitrante emisor del anuncio, que ahora es Rajoy, pero la base de la noticia sigue siendo Franco. La guerra del 36 –aquella bárbara agresión fascista– acabó con la entrada de un general franquista en Barcelona. Ahora Madrid pretende que la actual agresión fascista culmine con la entrada en Catalunya de la hija de otro general franquista de cuya actuación en su día no es momento de hablar: Soraya Sáenz de Santamaría, abogada cortesana del Estado. Sigue Franco, con una u otra careta, siendo la base de la realidad española. Incluso los tribunales recurren a las formas delictivas de rebelión o sedición al hablar de la histórica proclamación de la Generalitat –¡qué ligereza hablar de rebelión o sedición respecto a una pacífica decisión del parlament!– como hacía Franco desde sus vergonzosos tribunales para asesinar a millares de republicanos –entre ellos a no pocos compañeros suyos que vistieron noblemente el uniforme leal– pese a que la rebelión y la sedición con todas las agravantes eran suyas. Me sorprende que muchos expertos juristas y destacados políticos no se hayan fijado en la clamorosa desvirtuación de estas figuras penales en el momento presente. Desvirtuación que ahora se ejerce de una manera totalmente aleatoria e inconsistente, ya que dónde y en qué momento de la celebración de la República catalana se ha ejercido la violencia tumultuaria, los daños a la propiedad, el enfrentamiento bélico con la policía, la revolución por las masas catalanas que en todo momento han actuado con obediencia al principio de paz sostenido por sus dirigentes políticos ¿De qué rebelión están hablando en Madrid cuando es Madrid quien aportó todos los elementos de agresión contra los catalanes que únicamente aspiraban a su soberanía como pueblo? Frente a unas banderas de fiesta se llevaron a Catalunya miles de banderas en son de combate e insulto, porque la mayoría de esas banderas fueron importadas a Barcelona a un precio del que el ministro de Hacienda del Sr. Rajoy debiera dar cuenta a un parlamento que precisamente han anestesiado figuras como la Sra. Santamaría, el joven gruppenfürer Sr. Rivera y el ambicioso y manipulador secretario general del PSOE, que ayuda decididamente al ultraísmo conservador para que la España que quiere heredar no se le quede pequeña ¿Quién llenó Catalunya de una Guardia Civil de la que su director general Sáez de Santamaría dijo «que el chisme era muy propio de ella»?
Me temo que Franco, como sustancia permanente de lo español, esté detrás de los Toros de Guisando, que insisto en que son unos carneros falsificados porque en lo que se llama España nada es real o auténtico, ni siquiera lo simbólico encarna sentimientos generosos que subyazcan a un deseo de elevación social. Es igual que sean toros o carneros, lo fundamental es que envistan contra toda razón, como sucede con el «¡Santiago y cierra, España!».
La España clásica es ese país prácticamente inerte que vive de un presupuesto público fundado en la socaliña, destinado en parte significativa a la corrupción y administrado sin ninguna pretensión de modernidad. Castilla fue y es pobre, así como se sostienen en la pura supervivencia Andalucía y Extremadura y La Mancha o León. Pero se vive esa pobreza inspirando en la mayoría de los españoles una psicótica y compensadora hidalguía y un patriotismo propio de pobres sin pensamiento. Digo todo esto posiblemente desde un dolorido afecto a la tierra en que nací y que desearía no fuera protagonista de la permanente represión de todo pensamiento que pretenda vivir en el ámbito de la razón creadora o de la razón discutible. Ya en el siglo XVIII el político y economista napolitano Paolo Mattia Doria –y transcribo de Henry Kamen en “Imperio”– sometió todo el periodo de dominación española de Nápoles a una crítica devastadora. Los españoles, dijo Doria, «privaron a los napolitanos de virtud y riqueza e introducido en su lugar ignorancia, villanía, desunión e infelicidad». Y añade Kamen: «El imperio español trató de asfixiar en sus dominios toda cultura alternativa, empezando por las dos grandes culturas históricas de la península. A partir de 1492, año de la capitulación de Granada y de la expulsión de los judíos, el islam y el judaísmo quedaron excluidos de facto del concepto español del universo». La persecución, la cárcel o la muerte clausuraron siempre toda intención de pensamiento libre. Pensando en ello maldije hace unos días a un cargo del socialismo catalán que trataba de aclarar cínicamente que las penas a que podrían ser condenados los dirigentes de la proclamada república catalana eran cosa de los tribunales correspondientes y no del gobierno de Madrid, ya que en la democrática España la división de poderes es de absoluta observancia y el ejecutivo se limita a entregar a los jueces a los presuntos infractores de la ley; afirmación que produce un rubor intenso si se tiene en cuanta la férrea dependencia de la fiscalía respecto al poder ejecutivo ¿Y acaso esa fiscalía politizada y dependiente no es un mecanismo esencial para poner en marcha el aparato de la justicia? ¿acaso esa fiscalía no juega como si estuviera inficionada por los métodos de la Inquisición que entregaba a sus empapelados precisamente a magistrados o magistradas que ya tenían entre ceja y ceja la sentencia esperada?
A la vista de estos procederes históricamente repetidos decía Américo Castro –en cita asimismo de Kamen– «que España es la única nación capaz de mantener una idea en la teoría mientras en la práctica hace todo lo contrario… y promulga muchas leyes pero no observa ninguna de ellas, una peculiaridad todavía común en la España de hoy».
Veamos la embarrada trocha que siguen una y otra vez los gobiernos españoles, y ahora estamos en ello, para hacer lo que les da la gana frente a toda democracia que están dispuestos a invalidar como sea. La sublevación del 36 la encabezó un gallego con el apoyo decidido de Alemania, Francia, Italia, Inglaterra… Ahora se repite la situación: la guerra contra los republicanos catalanes, que eran los últimos que quedaban orgánicamente en la península, la estimulan los países citados con su apoyo radical a otro gallego. El mismo escenario, los mismos protagonistas, idéntica maniobra de la plutocracia… Quizá haya alguna variante, como supone que en aquella época la mayoría de los obispos de la Cruzada pretendían hacer santo a Franco y, por ahora, no parece que se hable de esto refiriéndonos a Rajoy, aunque queda por valorar la persona de Albert Rivera, que es una espora de Franco y figura apropiada para los altares.
Sospecho que va a ocurrir lo peor. Tras el juicio puesto en marcha puede darse una cautelar suspensión judicial de los partidos nacionalistas por su implicación en delito creado deprisa, pero con la peligrosa cercanía a las elecciones del 21 de diciembre, tan urgentemente decididas. No me sorprendería que el tándem Rajoy-Santamaría estuviera ya armando la trampa que demostraría una vez más la independencia del poder ejecutivo ante la decisiones del poder judicial, que en este caso entregaría amanillado a todo un pueblo gobernado en España por un cínico, desde Bruselas por un alcohólico y desde Francia por un muchacho que fue víctima de la pederastia, lo que a veces marca.