Andoni Olariaga
Filósofo

Frenar la deriva reaccionaria

Hace ya exactamente un año, en un discurso con tintes anticolonialistas, Giorgia Meloni culpaba a Francia de la inmigración masiva, acusándolo de explotar los recursos de 14 colonias apelando a la moneda colonial. Meloni hablaba de las realidades de los niños y niñas que trabajan en las minas de oro de Burkina Faso, Estado en el que Francia imprime moneda colonial. Su diagnóstico era claro: el colonialismo francés es el culpable de la inmigración masiva. De este diagnóstico de tintes anticolonialistas (aunque solo aplicable al Estado francés), Meloni presentaba después su conclusión autoritaria: «la solución no es traer a los africanos a Europa, sino liberar África de ciertos europeos (Francia) que se dedican a explotarlos, y permitir a esas personas vivir dignamente en sus lugares» (sic). Suena a izquierdas, ¿o no? ¿Dónde está la trampa?

Precisamente, la trampa de la extrema derecha consiste en utilizar un diagnóstico supuestamente radical y de izquierdas para después justificar, desde el anticolonialismo, prácticas autoritarias y fascistas: dejarlos morir o matarlos en el mar –en el arco mediterráneo murieron en el 2023 al menos 3041 personas, la mayoría de ellas en las rutas marítimas que van desde las costas de Libia o Tunes hacia Italia o Malta– o enviar a migrantes a Albania, en barco militar y a campos de prisión. En eso consiste, precisamente, el rojipardismo de extrema derecha. Es fascista, en su raíz y en sus políticas, pero consigue justificar sus políticas hackeando cierto discurso de izquierdas (como el anticolonialismo, en este caso). El rojipardismo de extrema derecha se manifiesta a través de una retórica de extrema izquierda, difuminando los campos de lo que históricamente han sido la izquierda y la derecha.

Existe, de la misma forma, un rojipardismo de izquierdas. Es precisamente aquella que no sabe que es rojiparda, pero ataca a la misma izquierda en nombre de esencias perdidas y sujetos fragmentados, buscando en el pasado esencias para el futuro, en una especie de retrotopía (que consiste en buscar la utopía en la nostalgia de un pasado percibido como más seguro). En este segundo caso, estos sectores hacen análisis anticolonialistas e internacionalistas sobre la migración, para después apoyar, sin miedo a ser etiquetados de racistas o autoritarios, las propuestas reaccionarias troncales de la extrema derecha.

Desde luego, que cualquier persona pueda vivir y desarrollarse dignamente en su país, eliminando la explotación del norte global sobre el sur global (constituida la primera sobre la explotación de la segunda), es un objetivo emancipador y plenamente de izquierdas. Pero si rascamos un poco la superficie, nos encontramos que la lectura supuestamente anticolonialista de izquierdas es un trampantojo. Primero, por irrealizable, puesto que; ¿en qué propuesta política se traduce que los ahora migrantes puedan «vivir dignamente en su país»? En ninguna, porque lo anterior no tiene traducción en ninguna estrategia política realizable en la actual coyuntura. El radicalismo retórico funciona, aquí, como huida, refugio o justificación de prácticas autoritarias, como repliegue «radical» que no compromete a nada.

En ambas posiciones rojipardas, que conducen a una misma solución (frenar la migración y anteponer los derechos de los autóctonos a los de «fuera», sean cuales sean las razones: la defensa de la nación, la defensa de los valores occidentales, la defensa del estado de bienestar...), se mezclan desde teorías marxistas descontextualizadas (el manido eslogan de los migrantes como ejército industrial en reserva) hasta teorías de la conspiración de cortes racistas y etnicistas (la teoría del gran reemplazo), pasando por el gran relato o narrativa de la derecha de la dictadura de lo políticamente correcto y la izquierda progre txupiguai (que en un segundo artículo desarrollaré).

Hay una tercera categoría de reaccionarios, que se siente traicionada por la actual izquierda; no es rojiparda, pero yerra en el diagnóstico, culpando a las malas prácticas de la izquierda al avance de la ultraderecha y creando trincheras entre la misma izquierda. El problema en este caso es la confusión del antagonismo político y la trinchera, y la consecuencia, la fragmentación de la izquierda y el avance de la extrema derecha.

La conclusión es clara: la izquierda no puede huir a la radicalidad retórica ni puede caer en posturas reaccionarias. Y desde luego, tampoco puede errar en el diagnóstico. La migración es una realidad que va en aumento provocado por distintas causas: la explotación del sur global (de la que somos responsables), los cambios que la crisis climática provoca en distintos lugares de la tierra, los desplazamientos que generan las guerras por la hegemonía mundial... La cultura emancipadora de la tradición de izquierdas debe entender la migración como una realidad y no como un problema, y desde ahí, desarrollar políticas pragmáticas sí (desde luego), pero emancipadoras.

La izquierda vive y se readecúa a los tiempos con apuestas valientes y miradas abiertas, utópicas y transformadoras. Como pueblos y personas que vivimos en el norte global con un modelo de vida sustentado en la explotación del sur global, tenemos la responsabilidad de responder de forma emancipadora a la cuestión de la migración. Es nuestro deber, también desde las naciones sin estado, de fortalecer el pulso emancipador frente a la agenda reaccionaria. Estamos a tiempo.

 

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