Aster Navas

Fuera de la caja

A veces extrapolar un problema, enfocarlo de una manera novedosa nos puede ayudar a entenderlo.

En el aula nos encontramos por un lado con un alumno –al que llamaremos U– que, desde el primer momento, muestra un perfil muy vulnerable y por otro, con un posible acosador; a éste le llamaremos P.

Es algo que teníamos que haber visto venir y de hecho, en las reuniones del departamento de Orientación con el tutor, se insistió en la urgencia de cohesionar cuanto antes esa clase, de empoderar a U, etcétera. Sí, se habló de P y se habló de U. De que P ya machacó en su tiempo a C... Y de que P, en aquella ocasión, se fue de rositas. No podíamos permitir que pasara lo mismo con U.

Sin embargo –ya va para dos meses– el victimario acosa a la víctima de una manera cada vez más fehaciente. Es una situación que conocen todos los compañeros –los adultos nos enteraremos más tarde– de P y de U desde el principio pero en la que no se han atrevido a intervenir directamente por una razón muy poderosa: U, a pesar de sus esfuerzos por ser aceptado, nunca fue acogido en el grupo; U de hecho, por mucho que él se empeñe, no pertenece al grupo; simplemente U está en la lista de 3.D. Con decir que, salvo un par de compañeras, nadie sigue a U en instagram...

A pesar de todo, la situación por la que U está pasando en estos momentos hace que, al menos, 3.D le haya comenzado a mirar si no con solidaridad, al menos con lástima. Todos, salvo un par de lugartenientes –llamémoslos así– de P.

De hecho 3. D se reunió en conciliábulo una mañana que P no acudió a clase y acordaron entre ellos una serie de medidas que al menos les tranquilizara la conciencia: no dejarle los deberes a P, crear un grupo de whatsapp paralelo en que V no estuviera, no reírle los chistes a P ni darle likes. Además, la Dirección del centro, harta de su comportamiento disruptivo, no le permitirá a P participar en ningún tipo de salida ni actividad extraescolar. Sí, aquellas sanciones, por poco perspicaz que fuera P, deberían hacer reaccionar a P. P se pondría las pilas.

Pero no fue así. P siguió martirizando a U. Así que el grupo decidió que lo más sensato, lo más razonable sería «armar» a U. Uno de ellos le enseñó a U durante algunas tardes los rudimentos del kickboxing. Sin embargo P era físicamente muy superior y aquellas llaves no le sirvieron de mucho a U; quizá consiguió driblar algún golpe y encajar alguna ligera patada que, más que dañar, enervó aún más a P que acabó ensañándose con U. A raíz de aquello 3.D ha decidido echar el resto y, a escote, le han pasado a U un puño americano y una navaja.

Además le han hecho saber a U que es un crack y que están –creen que ya lo nota– a muerte con él. Que no se venga abajo. Que tienen, por si U lo necesitara, un bate de béisbol. Que ellos le ayudarían pero que ya conoce a P, cómo se las gasta P y que aquello se podía convertir en un conflicto general incontrolable (ellos dijeron «movida») que no arreglaría nada.

En el patio, por los pasillos, camino de casa miran a P y a U, a U y a P desde lejos; con –no encuentran la palabra porque aún no la tienen– auténtico morbo.

Es una historia garabateada con tiza pero también la crónica de lo que estamos haciendo en Ucrania.

A veces extrapolar un problema, enfocarlo de una manera novedosa nos puede ayudar a entenderlo. Es una de las técnicas de «thinking outside the box» (pensar fuera de la caja): cambiar el escenario o acercarlo a un contexto que conozcamos y sacar entonces conclusiones.

Y no. Después de este ejercicio, no lo acabo de ver... Sinceramente. Me pasa como con la marioneta. Y el caso es que allí en Bangkok me pareció un buen plan; quiero decir lo de la marioneta tailandesa que me traje para Portu.

Ya en casa, lejos de aquella tienda del barrio de Khao San al que me arrastraron una noche de agosto a bordo de un ruidoso tuk-tuk, esa figura no encontró su sitio y ha acabado arrumbada en la última balda del armario del salón. Mira con cierta complicidad a una cachimba tunecina con la que comparte estante y desconcierto. –«Estuve en Benidorm y me acordé de ti»– asegura un jarrón de cerámica que se ha colado entre ellos. ¿Por qué carajo se acordaría alguien de mí en Benidorm?

Es muy posible que la cachimba, la marioneta y el jarrón acaben en el camarote; dentro de la misma caja.

En fin.

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