Txema García
Escritor y periodista

Gaza: ¿dónde está la izquierda?

Te ahorraré explicaciones y demasiados detalles, estimado lector que posas tu mirada sobre este texto. La cuestión es bien sencilla. Hablo de ti, de mí, de todas y todos nosotros, asombrados pasajeros de esta nave aún a flote pero cada vez más sin escorada, sin rumbo ni puerto reconocible. Sí, hablo de la izquierda que tú, yo y nosotros, muchos o pocos, aquí o allá, todavía consideramos depositaria de los valores que nos debieran llevar a un mundo nuevo, más justo e igualitario, y habitado por personas y sociedades corresponsables de lo que en él acontece.

Pon la sigla política que quieras porque, en esencia, creo que todos estamos casi exánimes, medio muertos. Me da lo mismo que simpatices, votes, apoyes o milites en cualquier organización de izquierdas entendida en sentido amplio. A mi edad ya pasó el tiempo de las exclusiones, de los sectarismos, de las tribus y de los clanes, de las barricadas inútiles entre cercanos y de tantos otros ejercicios de división insufribles y de los que sabemos tanto en este pueblo.

Voy a lo concreto. ¿De verdad la izquierda, la tuya, la mía o la nuestra, quiere cambiar este mundo? Podría preguntar alguien a modo de un observador imparcial que viera desde una cápsula espacial todo lo que a nuestro alrededor y en el mundo ocurre. Posiblemente, sí quiera cambiarlo, casi seguro que sí, pero no lo parece o lo disimula muy bien, respondo cada vez más convencido de ello.

Y diré por qué no parece que la izquierda de este y de otros pueblos y de otros continentes quiere cambiar este mundo. La razón es terriblemente simple. Angustiosa. Casi perversa. La izquierda se ha dejado atrapar en la maraña que le ha tendido el sistema capitalista con sus numerosos tentáculos. Como también nos ha ocurrido a nosotros, a ti, a mí, a una gran mayoría de la ciudadanía, no solo de derechas sino, también, de izquierdas, enganchados a una sociedad consumista que está acabando con todo: valores, seres humanos, Naturaleza, con la Vida misma. Y además de eso, la izquierda sigue terriblemente desunida en todas las latitudes.

Sí, el sistema nos entretiene con múltiples señuelos que va echando al estanque de la vida y nosotros, pececitos de todas las especies y clases, picamos en alguno de sus anzuelos mientras el pez grande del Sistema, y dueño de la pecera, se va comiendo uno a uno a todos los pequeñitos, sobre todo a los más indefensos.

Y me pregunto y te pregunto a ti: ¿cómo demonios vamos a cambiar este mundo si somos incapaces de parar un genocidio como el que desde hace ya más de cuatro meses el Gobierno israelí y su ejército de criminales está perpetrando en Gaza contra una población palestina absolutamente indefensa?

Es un genocidio televisado a diario ante la indiferencia cuando no complicidad de los gobiernos del mundo (salvo el sudafricano y algunos pocos más) y la indolencia, tibieza y desgana de buena parte de la población mundial dividida entre los que luchan por sobrevivir en este mundo caótico y aquellos a los que no les preocupa nada lo que no les afecte de una manera muy directa. Y luego nosotros, los de la izquierda, hijos de distintas familias políticas, enredados en disputas de todo tipo.

Producto de todo esto y de otros muchos factores que no vienen aquí a cuento, resulta exasperante ver la escasa articulación de esta lucha entre todos aquellos sectores de la sociedad civil que se declaran de izquierdas, pero que se muestran incapaces de confluir en un movimiento integrador y masivo que dé una respuesta contundente a esta exterminación en masa del pueblo palestino.

Sí, ya sé que algunos dirán que posiblemente sea porque la izquierda o las izquierdas están embarcadas en otros treinta y siete mil ochocientos cuarenta y seis temas de mayor o menor calado −y legítimos todos− que les consumen todo su tiempo. ¿Sirve de excusa esto? ¿No es esta una cuestión, la de Gaza y Cisjordania, lo suficientemente grave como para elevarla por encima de todas las demás y darle el impulso, el apoyo y la fuerza que se merece? ¿A qué más vamos a esperar mientras todos los días siguen cayendo las bombas sobre la población gazatí? ¿Vamos a dejar que acaben con ellas y ellos?

Si permitimos un genocidio como este el mundo lo pagará con creces en el futuro porque es aceptar que tales masacres queden impunes. Si aceptamos un holocausto como este, la esperanza de cambio también se muere. Si lo que hacemos no va mucho más allá de alguna concentración o manifestación de repulsa (¿con limpieza de conciencia incluida, a veces?) o pasarnos listas de boicots a empresas con capital israelí, todo esto, sinceramente, ha quedado demostrado que no es suficiente, ni de lejos, para intentar detener esta masacre. Y es que en Gaza y Cisjordania no solo está en juego la supervivencia de muchísimos palestinos, que también, por supuesto. En Gaza, los seres humanos nos jugamos el futuro de la humanidad, que también se corresponde con el futuro de una izquierda desnortada y con crecientes temores de ser declarada radical o terrorista simplemente por el hecho de defender con contundencia los derechos humanos. Hasta este punto de ignominia hemos llegado.

Si, ya sé, es lo de siempre. Divide y vencerás. Cada uno a lo suyo, como si lo del otro, lo de los otros, fuera algo distinto. Lo estamos viendo a cada rato. A los agricultores les interesa el precio al que les compran los tomates. A los ganaderos, el de la carne de sus animales. A los empleados públicos de las administraciones y de los sistemas sanitarios y educativos, la subida del IPC y otras mejoras laborales. A muchas de las y los trabajadores de las empresas privadas salir de la precariedad y de unas bajas retribuciones... y a todos, poder disfrutar de unas buenas vacaciones. Sí, todo muy justo, pero también compatible con mirar hacia Oriente, hacia ese pequeño territorio palestino y sus habitantes que día tras día desaparece entre las ruinas y las bombas incesantes, cuando no mueren de enfermedades o de hambre.

Así que la izquierda tiene un inmenso reto por delante. Yo diría que esta cuestión es la prueba de fuego de hasta qué punto las formaciones de izquierda está dejando un amplio pasillo para que las fuerzas de ultraderecha, que ya avanzan por todo el mundo, campen aún más a sus anchas. Y creo que no queda mucho tiempo para intentar revertir una tendencia que va creciendo cada día que pasa.

Sin embargo, y para quien piense que lo hecho hasta ahora es poco, quiero destacar el trabajo que tanto la Iniciativa Ciudadana Gernika-Palestina y la plataforma «Yala, Nafarroa con Palestina» han venido haciendo hasta la fecha y el que, a buen seguro, se va a impulsar en las próximas semanas y que va a aumentar a corto plazo de forma significativa el alcance de la respuesta a este genocidio, poniendo especial énfasis en que sea lo más transversal y unitaria posible.

Es en los momentos difíciles y tan cruciales como este cuando hay que cambiar el guion de lo que por inercia se viene haciendo. Así que solo me queda sugerir dos acciones, una de menor escala y otra más grande, para acompañar a todo lo que hasta ahora se está haciendo y que pienso no se corresponde con la terrible agresión que sufre el pueblo palestino.

La primera es la de combinar concentraciones en las grandes ciudades y poblaciones con más habitantes, con otras fórmulas que den mucha más visibilidad a esta tragedia que invade corazones y mentes. Es decir, que más allá de concentrarnos, por ejemplo, ante el Arriaga o frente al Ayuntamiento de Bilbao, o sus correspondientes en otros herrialdes de Euskal Herria, pensemos en probar otras opciones hasta ahora no utilizadas.

Se me ocurre que una posibilidad podría ser dos días a la semana a elegir (por ejemplo, martes y viernes), durante una hora, a partir de las siete de la tarde, los ciudadanos y ciudadanas de este país bajemos con una silla frente al portal de nuestra vivienda o en la acera de nuestra calle, acompañados de una bandera palestina con un lema muy claro («No es una guerra, es un genocidio») y que permanezcamos durante diez minutos de pie y en silencio para significar nuestro rechazo a esta masacre. A continuación, otro intervalo de diez minutos sentados para expresar en alto ante nuestros convecinos y transeúntes que no podemos permanecer inmóviles ante esta cruel agresión contra el pueblo palestino.

El efecto de esta dispersión puede conseguir que otras muchas personas que no pasan por el Teatro Arriaga ni por el Ayuntamiento de Bilbao, pueda ver que esta denuncia también llega hasta su propio barrio aunque sea con menos gente, porque de lo que trata esta medida es ampliar el radio de visibilidad de la denuncia. Ya sé que esto cuesta más que concentrarse en un solo grupo, pero solo las cosas que cuestan, y mucho, son las que revelan más efectividad. ¿O no cuesta cambiar el mundo? ¿Queremos cambiarlo?

Claro está que lo más conveniente, para organizarlo todo mejor, sería que fueran las propias organizaciones que ya están trabajando con la solidaridad hacia el pueblo palestino las que pudieran darle una forma consensuada a esta u otras propuestas diferentes que estoy seguro van a surgir y en las que hay que implicar, de forma más decidida, a partidos, sindicatos, sociedad civil, colectivos vecinales, movimiento ecologista, etc.

Y por último, el gran reto sería conseguir que en un plazo cuanto más breve posible este país se levante y pare su actividad con la convocatoria de una huelga general a todos los niveles. Incluso aunque no se den las «condiciones objetivas» para ello que, por otra parte, ni se las espera ni se conocen. No veo otra mejor causa para que la izquierda recupere su autoestima, crea en lo que hace y comience a reinventarse que falte le hace o, por el contrario, siga mostrándose tímida cuando no claudicante.

Así que, ¿bajamos a la calle con una silla o hacemos alguna otra cosa que, al menos, nos saque de esta dinámica indignante? «No te quedes sentado. Muévete. Es un genocidio».

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