Gipuzkoa, provincia traidora
El estilo de Sodupe y de González de Txabarri fue estímulo para la nueva generación. Los regalos originales de Balenziaga, luego afeados por la prensa,
fueron una especie de pecata minuta. No es de extrañar que Markel Olano estuviera sorprendido del revuelo causado por una cena con angulas con los banqueros que iban a quitar a Gipuzkoa 300.000 euros mensuales en intereses
Franco instauró aquello de «provincias traidoras» al poco de ser conquistadas las vascas. Durante la la dictadura, la consentida parecía Navarra, saqueada luego desde la transición bajo los argumentos de la razón de Estado, hasta llegar a los extremos actuales. Su soledad era un espejismo interesado, un proyecto generado entre cloacas y servicios secretos para evitar la vertebración vasca.
Desde que hace unos días el Juzgado de Instrucción número 3 de Iruñea ha decidido investigar a doce consejeros de la antigua CAN, nos hemos enterado que una pieza clave en el engranaje navarro era precisamente Ricardo Martí Fluxá, secretario de Estado para la Seguridad en tiempos de Aznar, interlocutor del Gobierno español con ETA en las conversaciones de Zurich, y miembro precisamente de ese consejo ahora bajo sospecha más que razonada. Tenedor de la Orden de Isabel la Católica y Guardia Civil Honorífico.
A su lado, al lado geográfico del Viejo Reyno secularmente convertido en razón de Estado, desde aquella antigua muga de malhechores hacia el Cantábrico, Gipuzkoa, la traidora. Dos tercios de sus vecinos se habían decantado por la República, repudiando a los sublevados franquistas. Miles de muertos, exiliados, presos... la sospecha eterna.
En 1944, la Liga Guipuzcoana de Productores elevaba un informe detallado sobre la economía y las condiciones del territorio del que se hacía asociación. Fue, probablemente, el primer trabajo que, con seriedad, criticaba al franquismo desde la patronal: «Los verdaderos industriales han de esperar a que pase la tormenta, mientras se aprovechan de ella los especuladores de toda laya, que obtienen cupos, autorizaciones y demás privilegios en las complicadas tramitaciones del papel sellado y la declaración jurada».
En 1975 falleció el dictador. Al frente del gobierno de, la en términos territoriales españoles, llamada provincia (Gipuzkoa), se encontraba uno de sus más activos seguidores, Juan María Araluce, que murió en atentado de ETA al año siguiente. El hijo de su vicepresidente Zabala andaría pegando tiros en nombre del BVE y de la AAA en los años 80 entre Andoain y Hernani. La familia.
La transición devolvió la foralidad al territorio de Gipuzkoa, al menos en términos formales. Desde 1979 y hasta 2011, la gobernabilidad provincial estuvo en manos del PNV, con la excepción del escindido Imanol Murua, que siendo diputado general se decantó por EA. Gentes de peso, González de Txabarri, Sodupe, Galdós, Ardanza... hasta que Markel Olano perdió su puesto en 2011. La debacle.
La Liga Guipuzcoana de Productores se transformó en Asociación de Empresarios de Gipuzkoa (Adegi), en 1977. Cada uno en su sitio. Las relaciones entre clases nunca han sido afables. Episodios para todos los gustos y disgustos. En mayo de 2012, Pello Guibelalde fue elegido presidente de Adegi.
En 2011, la situación de Gipuzkoa había cambiado radicalmente. Aquellos herederos de los sectores más combativos del franquismo y de la transición, habían llegado a la alcaldía de la mayoría de poblaciones guipuzcoanas, incluida la capital Donostia, y se habían asentado como equipo de Gobierno en la Diputación Foral. Junto a quienes, precisamente, habían abandonado el PNV.
Tan radicalmente cambió el escenario que en 2013, Adegi, los herederos de aquella atrevida Liga Patronal, ponía el grito en el cielo. Las líneas de crédito del banco vasco por excelencia, el natural, Kutxabank (PNV-PP), habían desaparecido en Gipuzkoa. Empresas guipuzcoanas, con pedidos en marcha, habían visto rechazadas sus peticiones habituales de crédito. Algunas cerraban, otras se tambaleaban. Gipuzkoa sufría y cada mes que pasaba registraba un nuevo récord de parados. Lo sorprendente de la denuncia es que llegaba desde una asociación afín históricamente al PNV.
Hegel dijo que todos los grandes acontecimientos, e incluso los personajes de la historia, se reproducen dos veces. Marx añadió, como crítica aún aceptando la afirmación del filósofo de Stuttgart, que la primera vez el hecho toma el cuerpo de tragedia y la segunda el de una farsa. No recuerdo si fue Marcuse el que ahondó en el argumento para decir que la farsa, la repetición, puede ser más trágica que la primera.
Gipuzkoa había sido gobernada durante más de 30 años, con la excepción indicada, por el PNV. Casi el mismo tiempo que la sombra del franquismo. Más de tres décadas crearon unas redes de clientelismo, de corrupción (el caso de José María Bravo es un ejemplo), del fomento del negocio privado a partir de la políticas públicas... que el territorio está hoy hipotecado como una persona más. Camino de ser desertizado como Navarra, a cuenta del castigo y del despojo de quienes han sido sus jauntxos.
El estilo de Sodupe y de González de Txabarri fue estímulo para una nueva generación. Los regalos de originales de Balenziaga, luego afeados por la prensa, fueron una especie de pecata minuta. No es de extrañar que Markel Olano estuviera sorprendido del revuelo causado por una cena de angulas con los banqueros que iban a quitar a Gipuzkoa 300.000 euros mensuales en intereses.
Kutxa, y anteriormente las cajas de ahorros municipal y provincial, fueron el instrumento de estos modernos gestores. Su Consejo de Administración, desde 1990 en que ambas se fusionaron, siempre ha estado escorado al PNV. En la última década, Kutxa se lanzó a una alocada carrera, no solo con el ladrillo y la especulación (más de medio centenar de inmobiliarias, de ellas las más sonadas en el Mediterráneo), sino también mostrando músculo, con la ruinosa compra del Banco de Madrid.
La estrategia empresarial de Kutxa despojó a los guipuzcoanos de cientos de millones de euros, que ha sido su perdida patrimonial en los años anteriores a la integración en Kutxabank. Algún día se conocerán los datos exactos del default y quien sabe si algún juez, como en Iruñea, pedirá cuentas.
Cuando el cambio se percibía, el sprint de 2011 se hizo espectacular. No sólo en Kutxa. Fue el de un perdedor que prefirió abocar al desastre a todo un territorio antes que ceder sus preferencias. Semanas antes de las elecciones forales y locales, Markel Olano (del lobby banderizo de Beasain junto a Jon Jauregi, Aitor Arrigain, Asier Arrese...) endeudaba a Bidegi en 400 millones de euros, elevando la obligación hasta 900.
El Complejo de la Incineradora (473 millones de coste sin IVA, cerca de mil millones en financiación), liderado aparentemente por un ex diputado de Medio Ambiente, Carlos Ormazabal, contiene muchos elementos también de última hora. Un negocio redondo para Caixabank, Banesto y... Cuatrecasas, el bufete personificado en Gipuzkoa por un clásico, Joanes Labayen, hijo del ex alcalde donostiarra. Un bufete cliente de Kutxa, FCC, el puerto exterior de Pasaia...
Gipuzkoa fue el escenario, durante décadas, de millonarias obras públicas. Construcciones Amenabar cocía el cemento en territorio jeltzale e incluso intercambiaba terrenos con Diputación. Bruesa no se quedaba atrás en los municipios socialistas (Zumarraga, Irun, Errenteria, Lasarte...). El dinero público al servicio de lo privado, hasta el punto de despreciar el patrimonio histórico de manera vergonzosa, como en Praileaitz. El capital supera cualquier ideología.
Un centenar, al menos, de dirigentes jeltzales guipuzcoanos de la época del despilfarro y del saqueo se han reubicado en empresas públicas bajo la premisa fundamental, que lo público financie sus nóminas: Herrasti, Ormazabal, Barandiaran, Agirretxea, Bildarraitz, Ardanza, el propio Jauregi y su homónimo Borja, Goia...
La historia se repite. Una provincia traidora. Pero la farsa se puede convertir en una tragedia mayor que la original. Que lo anuncie Adegi es un síntoma de la magnitud de la venganza. Víctor Bravo, director de la Hacienda guipuzcoana y hermano del susodicho, fue avalado cuando ingresó en el PNV, como lo mandan los estatutos, por dos afiliados, Joseba Egibar y el inmobiliario Ignacio Iturzaeta. Clásicos, también.
Al menos, nadie engaña, es cierto me dirán. Egibar lo dijo cuando el PNV perdió la mayoría de Gipuzkoa, al respecto de los nuevos gobernantes políticos: «se les va a hacer muy largo». Visto el recorrido y las previas electorales, no se trataba de una intuición o de una interpretación. Sino de una amenaza.