Guadalajara en un llano
El verdadero origen de la «Campaña Azpeitia» era tapar nuevamente una espantada del Gobierno de Urkullu, y por extensión de su consejera Tapia.
El culebrón del equipo de comunicación jeltzale y letra de Arantxa Tapia a cuenta de una supuesta reapertura de Corrugados en el centro de Azpeitia ha sido una maniobra más a estudiar en las escuelas del ramo. Alguna empresa gestionada por algún estómago bien agradecido puso en marcha la patraña con la colaboración de diferentes actores, radiotelevisión pública vasca y medios de comunicación aliados. Tiene toda la pinta de que Ortuzar dio la orden, la Tapia soltó los exabruptos y la bola comenzó a rodar.
En contra de lo que pueda parecer, Azpeitia no era sino un peón secundario en la crónica intoxicadora. En esta ocasión, el proverbio oriental era de lectura inversa. Tapia señaló a la Luna, la supuesta intención del Grupo Industrial CL y, en realidad, había que quedarse con el dedo. No malinterpreten y se incrusten en la literalidad. Se trata de una metáfora.
Como hacían Vox y PP con sus anunciadas presencias en Orereta o Altsasu, ni Ortuzar ni Tapia tenían intención de convencer a los vecinos de Azpeitia de una reapertura inesperada. Su pretensión era enfrentar a la corporación municipal (EH Bildu), sindicatos (ELA y LAB) y pequeños empresarios siderúrgicos y talleres afectados por el cierre de Gallardo en 2013 con el Gobierno de Gasteiz para lograr reforzar su posición en otros territorios. Hemos visto que en los últimos tiempos ultras y conservadores crean espacios de ficción para zurrar a su oposición y así obtener réditos electorales. Trump fue el maestro.
Vox, PP y Ciudadanos no fueron a Altsasu para «enfrentarse a los proetarras», sino para que su actitud repudiada en la localidad navarra sirviera para sumar votos en Madrid o en Andalucía. Ortuzar y Tapia no focalizaron Azpeitia y a sus «bochornosos y nuevos ricos» ediles para mejorar sus posiciones minoritarias en la población guipuzcoana, sino para mantener aquellos votos que ha ido robando al PP en Bilbao, Gasteiz o Donostia.
El PNV observa con inquietud la deriva ultraespañolista porque sabe que, en los últimos años, ha tomado prestados de la derecha española al menos cien mil votos que, con la tendencia marcada, pudieran retornar a esos caladeros, poniendo en entredicho la posición hegemónica electoral jeltzale en la CAV. Ortuzar y su equipo quieren demostrar a votantes históricamente conservadores que su partido es capaz de gestionar y enfrentar a los rojos, a los antisistema, incluso a los independentistas, con la misma mano dura que lo harían Casado o Abascal. Y así evitar esa fuga de los votos prestados.
Ese ha sido el primero de los objetivos. Pero el segundo, tan o más importante, ha sido el de desviar la atención de la fuga de empresas más o menos estratégicas, cuya responsabilidad recaía precisamente en la consejería de «Desarrollo Económico». Es lamentable que no haya una reflexión institucional sobre el desmantelamiento empresarial e industrial en la CAV y que la deriva conlleve a un modelo cada vez más español de desarrollo.
Porque, como ya habrán observado, cada vez que se produce un crack o una marcha de industrias, su espacio físico es ocupado rápidamente por un proyecto urbanístico gestionado en muchas de las ocasiones por subcontratas humanas o societarias de Sabin Etxea. El negocio del ladrillo como eje estratégico de la cohesión económica de «Euskadi». Obras faraónicas, como la elongación del topo donostiarra, el tren de alta velocidad, se añaden a las locales. El modelo importado es el que ha llevado a aberraciones del estilo de construir aeropuertos fantasmas como el de Ciudad Real. Otras de ellas las estamos sufriendo ya en nuestro territorio.
La deslocalización de empresas estratégicas se vino a sumar al castigo económico impuesto por el Gobierno de Madrid, hace ya varias décadas. La lectura es sencilla. Cuantos menos mimbres económicos y más dependencia, las posibilidades de un escenario independentista se reducen. En línea con una filosofía neoliberal, la tragedia llegó con la sintonía entre las dos tendencias. Así como no hay una clara voluntad de surgir organismos propios en lo político, cultural o social, tampoco en lo económico. Fuente primera para un proyecto soberano.
Hay, también, una devaluación evidente de nuestro patrimonio y una nefasta gestión del mismo. El último ejemplo, la venta del solar de La Naval a un fondo buitre belga, VGP. Por un valor similar al que pagó el Athletic a la Real por el fichaje de uno de sus defensas. Calderilla.
Por otro lado, la cascada de huidas es relevante y no precisamente por las migajas de un impuesto revolucionario que ni existe, sino por una gestión autonómica que prima lo partidario a lo colectivo. Los ejemplos han sido numerosos. Gamesa y su adquisición por Siemens y la venta de Iberdrola de sus acciones en la nueva Siemens-Gamesa no fue relevante para Arantxa Tapia, que mostraba confianza en los alemanes. Una postura similar con el inicio del desmantelamiento vasco de Euskaltel, cuando Kutxabank se deshizo de su mayoría para pagar los desastres empresariales de BBK en CajaSur o los inmobiliarios de Kutxa en Murcia. Tapia también apeló a una confianza que parece se desmoronó cuando fue traspasada a unos fondos buitres con el consiguiente pelotazo para los directivos vascos.
El verdadero origen de la «Campaña Azpeitia», sin embargo, era tapar nuevamente una espantada del Gobierno de Urkullu, y por extensión de su consejera Tapia, con la fuga a Guadalajara del «proyecto estrella de la economía vasca para los próximos años, tras el fracaso de las negociaciones con el Gobierno vasco» ("El Correo"). Iberdrola, la niña de los ojos del PNV y su brazo largo Kutxabank, se va con la planta de electrolizadores a Guadalajara por negligencia o venta de humo.
Un naufragio que ha recordado aquella otra población mexicana de Jalisco cuya canción cantaba Jorge Negrete. En casa, acostumbrados a adaptarnos a tonalidades y músicas foráneas, ya hemos revisado el original y compuesto un nuevo ajuste «Guadalajara en un llano… el PNV en una ciénaga».