Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

¿Iluso?

Conviene dudar del saber de políticos que contestan a todo tipo de preguntas, de periodistas o no, sin otorgarse cinco segundos de reflexión antes de disparar sus respuestas de diseño. ¿Es humanamente imaginable conocer todo sobre todo?

En los períodos pre-electorales o bien escarbamos en nuestra ética de manera a intentar la optimización de la calidad de la gestión pública o pasamos creyendo que no podremos cambiar lo que nos parece inalterable en la esfera política. Coincidimos, seguramente la mayoría de los peatones, en desear que «esto tiene que cambiar». Muchos de entre nosotros nos hemos indignado y sabemos que no basta con la indignación silenciosa, discreta e incluso muda. Desearíamos, seguramente, acercarnos a objetivos de convivencia que aunque parezcan realizables se nos presentan, cada vez, más inalcanzables. Que ese conformismo no nos impida enumerar consideraciones ingenuas e incluso triviales; quizá algunas de ellas nos ayuden a escoger el boletín de voto que, sin prejuicio alguno, permita la elección del colectivo cuya manera de proceder se acerque realmente a criterios como los aquí indicados.

Creo, sinceramente, que un día los partidos políticos, conscientes de la diferencia existente entre los epítetos enemigo o adversario, sean capaces de respetar al oponente y condenen los insultos proferidos en público cuando argumentos serios llegan a escasear. Se avanzaría en una mejor comunicación entre el electo y el elector si se instaurara una sencilla cultura de repulsa de la intolerancia, tara que conduce inevitablemente al «delenda est».

La premisa citada llevará consigo el deber de respetar, por parte de los políticos y de sus partidos, las promesas y la dignidad de saber retirarse si no pueden cumplir con lo prometido. Todavía observamos con estupor la vigencia del «si no le convienen mis principios no se preocupe, tengo otros» (Marx, pero Groucho). El engaño al dios laico, que es el elector, debe ser juzgado por lo penal, con el debido respeto a todas las víctimas.

La política exige sacrificios para el que la ejerce buscando el bien común. Esa consideración elimina los políticos carreristas, es decir, los que dedican más de la mitad de su vida activa a la política, autoatribuyéndose el título desconcertante de «políticos», como si se tratara de una profesión. Antiguos trabajadores, dirigentes o no, hoy inactivos, serían excelentes consejeros por sus vivencias y convicciones profesionales y aceptarían este servicio rehusando el tipo de proposiciones que seducen a voceros subcontratados más por lealtad codiciosa que por competencia.

Los proyectos políticos de relieve brillan por su ausencia en los programas anunciados por algunas personas y partidos que presentan sus candidaturas. La creación de empleo, la mejor justicia social, la seguridad, la prioridad a la salud y a la formación, la igualdad de derechos de la mujer, la «mejor gestión de las basuras», y bla, bla, bla… son objetivos que todos preconizan con razón. Algunos hasta pretenden la libertad y posibilidad de escoger la mejor estructura política posible de su Territorio. En esta categoría de colectivos los hay que citan ese objetivo con una opacidad reveladora de su ausencia de convicción. Se invoca la deficiente calidad del suelo ético del adversario cuando cuenta más la del subsuelo ético ajeno a imposiciones morales superficiales.

¿Quién no espera un proyecto político de envergadura que priorice la solidaridad y que reconozca disposiciones prácticas tales como el acceso gratuito a la salud y la educación que comprenda un desarrollo cultural plural?

El peatón merece que se le consulte más frecuentemente sobre temas concretos y sobre su opinión acerca de la calidad de su representación política pudiendo llegar dicho parecer a la revocación del electo que no cumpla con la manera de realizar su muy noble misión.

El tratamiento pertinente de los temas citados, y de otros, exige una competencia que refuerce la opinión que refleja el candidato. Conviene dudar del saber de políticos que contestan a todo tipo de preguntas, de periodistas o no, sin otorgarse cinco segundos de reflexión antes de disparar sus respuestas de diseño. ¿Es humanamente imaginable conocer todo sobre todo? Parece ser que sí porque en cuanto se anuncian los resultados oficiales de las elecciones los electos votados viven una iluminación pentecostiana que les permite conocerlo todo. La diferencia con el Pentecostés sobre el que algo hemos oído es que constatamos que, en general, esos neo-ilustrados no hablan en lenguas. La complejidad de lo humano nos obliga a obrar con modestia, es decir, a dudar. No puedo dejar de citar puntos cuyo contenido conozco deficientemente o desconozco totalmente. Aunque así sea, quisiera no poder ignorar sujetos como la inmigración y como el respeto al medio ambiente o la calificación de actitudes, talantes y maneras de proceder de personas, profesionales o no, cuya misión es de informar, tarea que algunas cumplen con valentía y respeto tanto de su propia persona como de los demás.

Aunque el problema de la inmigración solo nos roce por ahora, ¿qué preparación nos debemos para tratar los casos que en materia de inmigración vamos a vivir pronto? Nos anuncian que en la CAV el 17,8% de la población que está comprendida entre 0 y 4 años es de origen extranjero. ¿Llegaremos a la aberración de tener que escoger las culturas que hay que proteger y las que no, aunque vivamos con unas y con otras? No estamos lejos de enfrentarnos a situaciones reales sobre este tema. Los criterios que podrían definir el concepto «cultura» son universales.

El respeto al medio ambiente se ha convertido en un mantra, repetición neurótica utilizada tanto por los «políticos de la izquierda» como por los políticos de la derecha. El concepto merece ser tratado de manera a no dejarlo descarriarse en debates y declaraciones poco fiables que corresponden a dictados de colectivos interesados. El próximo Foro de París previsto para finales de este año, ¿conocerá determinaciones, en materia medioambiental, de Estados acostumbrados a no hacer nada sobre los problemas vitales de nuestro entorno?

Mención aparte correspondería a la conducta de los medios de comunicación en el tratamiento de información y de opiniones de carácter político. En este período pre-electoral asistimos a un desmarque chocante de líneas editoriales habituales. Los responsables políticos de un Territorio Foral cuyos resultados económicos, mediocres en esta crisis pero mejores que en otros Territorios, se ven criticados ciegamente por correveidiles a los que se abren las puertas y ventanas de acceso a esos medios. La exageración constatada en la crítica convergente solo puede corresponder a encargos bien precisos. Que conste que en la esfera empresarial ni los aciertos, ni los fracasos, pueden ser imputables a la sociedad política. La riqueza la generan el capital y el trabajo, la clase política debiendo limitarse al intento de creación de condiciones favorables al crecimiento. Sobran las fotografías constantemente publicadas de «políticos» que discurren sobre la empresa, en la que a menudo nunca han estado, sin que en su vida hayan arriesgado su patrimonio, ni total ni parcialmente, en operaciones creadoras de empleo.

Por ahora asistimos al prólogo de un ballet político cuya coreografía, ya trazada, de pactos silenciados demuestra el poco respeto que se atribuye al voto popular. Con la ayuda de reflejos de carácter cultural quizá conozcamos una clase política que deje de practicar respuestas autistas y sugiera a algunos de sus dirigentes abandonar tanto su soberbia como el tono inaceptable revelador del temor a perder su puesto si no es capaz de enderezar un voto adverso. Tomás Moro nos recuerda que «la soberbia bestia, cabeza y madre de todas las pestes mide la prosperidad no solo por sus propias ventajas sino por las desventajas ajenas».

No pierdo la esperanza de alcanzar una mejor convivencia de la sociedad política con la sociedad civil, su representada, a la que debe deferencia.

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