Aster Navas

Instrucciones para romperse un brazo

Asusta pensar en las variantes que se han ido registrando de ese rastreo en Yandex o en Google Trends: «¿Cómo romperse un brazo fácilmente?», «¿Cómo romperte un pie tú mismo?», «¿Cómo romperse un brazo sin dolor?», «¿Cómo y dónde conseguir una radiografía de un brazo roto?», etc.

No he vuelto a ver a Ciriza; tampoco a Paste. Pastelero, Ciriza y yo estuvimos muy unidos durante octavo de EGB por una suerte de solidaridad o de empatía: a los tres nos provocaban el mismo pánico aquellos aparatos –potro, caballo y plinto– con los que allá por la década de los setenta se impartía Educación Física en los colegios. Los tres, tras una desenfrenada carrera, nos quedábamos una y otra vez clavados junto al obstáculo o, peor aún, sentados ridículamente sobre él. Sí, como actividad para nuestro desarrollo físico y emocional era mejorable.

El caso es que una mañana de marzo, cuando ya nadie esperaba nada de nosotros, Pastelero llegó a impulsarse, con una decisión hasta ese momento desconocida, sobre el potro y consiguió elevarse con cierta corrección en el aire. Todo parecía indicar que iba a superarlo, pero, lamentablemente, sus piernas, que no llegaron a alcanzar la altura necesaria, se habían quedado al otro lado y Paste cayó de bruces. Tuvo al parecer tiempo de poner las manos y solo se hizo polvo la muñeca. No era tan serio como fracturarse el brazo pero, aun así, todos acabamos poniendo nuestros nombres y alguna frase en aquella escayola. Un brazo eran palabras mayores. También una pierna. Un brazo escayolado o unas muletas te daban, si ponías cara de malote, cierto empaque. Eran «heridas de guerra» que te podían incluso eximir de obligaciones e incluso dejarte en casa.

Por lo que vemos en las noticias de estos días, el mundo académico y el castrense siguen en esto directrices similares. Por lo que vemos también en las noticias un día eres moderadamente feliz y al siguiente te sorprendes preguntándole a Internet cómo romperte un brazo. Asusta que el número de búsquedas en un navegador se haya convertido en el índice más fiable de un análisis sociológico y asusta aún más el grado de intromisión en la vida privada que eso refleja. ¿Qué publicidad –yeso, seguros privados, prótesis– les ofrecerá a los rusos ese algoritmo que están generando? ¿Cómo será ese retrato digital, ese avatar perturbado que van conformando en el metaverso al aceptar una y otra vez las cookies de los resultados? Asusta pensar en las variantes que se han ido registrando de ese rastreo en Yandex o en Google Trends: «¿Cómo romperse un brazo fácilmente?», «¿Cómo romperte un pie tú mismo?», «¿Cómo romperse un brazo sin dolor?», «¿Cómo y dónde conseguir una radiografía de un brazo roto?», «¿Cómo romperse un brazo rápidamente?», «Instrucciones para romperse un brazo». Lo que más impone, sin embargo, es que haya ciudadanos dispuestos y puestos a ello en estos momentos; que se multipliquen los vídeos, especialmente en los medios más sensacionalistas, en los que se puede ver a gente agrediéndose a sí misma o a personas muy queridas para evitar ir o que los envíen al frente; ver gente que, para librarse definitivamente, ha ido más allá del brazo, gente a la que se le ha ido la mano y la cabeza. Asusta pensar que todo eso pueda ser mentira. Asusta que pueda ser verdad; sobre todo porque nos confirmaría ese miedo cerval que presumimos instalado en una sociedad atenazada y a la que no le quedaría otro margen de maniobra que autolesionarse, que reaccionar individualmente.

El caso es que la avería le eximió a Paste de seguir enfrentándose a aquel suplicio: anduvo con el brazo en cabestrillo hasta finales de junio y seguía las clases sentado junto a unas viejas espalderas desde donde nos sonreía con una mezcla de conmiseración y alivio. A Ciriza y a mí nos llegó a despertar una inevitable envidia y, sobre todo, la sospecha compartida de que Pastelero lo tenía todo planeado; la intuición de que a veces bastan unos segundos de arrojo, de temeridad para librarnos de algunas pesadillas.

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