Antxon Lafont Mendizabal
Peatón y empresario

Iparralde, tierra de misión

Leemos, escribimos, escuchamos e incluso oímos cuentos y ensayos sobre ciencia política, pero vivimos su práctica. El caso de Iparralde representa un modelo imposible de tratar por analogía su componente identitaria, estrellándose contra el muro que representa «La Republique», no «une republique», insisto: «La Republique» y «française», además.

El electo y el protestón ciudadanos franceses, de la extrema derecha a la extrema izquierda, saben que están protegidos dentro de su bastión por la institución estatal con estatuto virtual y poder real, que representa el cuerpo de funcionarios verdaderos atlantes de «La Republique». Colectivo inteligente e intransigente, tiene la exclusiva misión de trazar la línea legal que no hay que franquear y que habitualmente consigue hacerla reconocer como legítima. ¡Terrorífico!

La Escuela Nacional de Administración, ENA, es una incubadora de altos funcionarios, enarcas, que en muchos casos llegan a ser ministros y en algunos presidentes de «La Republique française».


La ENA ha conseguido parir criaturas de síntesis que representan lo que fue la organización del Antiguo Régimen fundamentado sobre los tres colegios representativos, la Nobleza, el Clero y el Tercio Estado o pueblo. La nobleza republicanizándose obtuvo que su condición antaño prestigiosa fuera labelizada si adquiría niveles elitistas de cultura y de recursos. El clero se desacralizó y los laicos resultantes abrazaron, ungidos, la religión del culto de «La Republique» colaborando a la ordenación funcional del territorio. El Tercio Estado se vio impulsado por la Revolución de 1789 que generó la clase media, conservadora en su mayoría, satisfecha por las invitaciones que recibía a sentarse en mesas de gobernanza, poco más tarde recibía en su mesa a los burgueses locales nostálgicos de tiempos pasados que le facilitarían los beneficios de la meritocracia digital hasta entonces reservada al derecho heredado y al derecho divino. Desde la noche del 4 de agosto de 1789, fin de los privilegios, sin interrupción, Francia ha conseguido convencer al mundo de su capacidad de diversidad.

En realidad, el Estado francés es la monolítica «Republique» cuya pretendida diversidad política da el pego y genera modelos de gobernanza que dos siglos después se reproducen en el mundo occidental. Es así como la derecha es extrema y la izquierda sin rumbo fijo disimula con dificultad su irresistible querencia centrista social demócrata. Los votantes y los electos de derecha son consecuentes, de derechas inamovibles y punto. La izquierda quiere gustar y a menudo se contenta con las migas que Job recogía mientras se apagaban las velas del banquete. El elector se queja, pero la ausencia de política progresista se debe exclusivamente a su indolencia.

Repasando episodios más o menos recientes de la expresión identitaria de Iparralde, conocemos el recorrido de la ideología de «La Republique» que desde hace más de dos siglos ha conseguido su credibilidad afirmando que en ella brotan y se desarrollan la libertad, la igualdad y la fraternidad. Pero ay de ti si, creyéndote libre e igual a los demás, te distingues fraternalmente en la vecindad del frío reglamento en vigor de «La Republique».

La guillotina política sigue afilada. En Francia el político sabe que el vigilante y guía es el funcionario que consigue que las modificaciones de artículos constitucionales, propuestos por el Congreso, diputados y senadores, solo conozcan cambios à l’identique.


Nuestro ingenuo hermano de la orilla derecha del Bidasoa se deja embaucar y cae periódicamente en el mismo garito. D. J. Garat, diputado vasco, presentó en 1811 a Napoleón el proyecto (remake) de la creación de un estado entre Francia y España de manera que andorranizara el territorio que cubría, aproximadamente el de Euskal Herria. Ese nuevo estado, Nueva Fenicia, estaría compuesto por la Nueva Tiro y la Nueva Sidon unidas por el Bidasoa. Además de la intención identitaria, Garat exponía la idea de un logro en materia de dominio marítimo franco español frente al inglés. Poco más tarde, la Cámara de Comercio de Baiona, creada en 1726, propuso la del Departamento de Bajos Pirineos (antigua apelación) en dos, un departamento vasco y otro bearnés. Resultado, nada, a pesar de la frecuente repetición de su reivindicación. Al comienzo de los años 90 del pasado siglo, los electos de la mayoría departamental, debidamente autorizados, como procede, por el prefecto residente en Pau, lanzaron la operación Pays Basque 2010. De entrada, el líder político de la reunión, muy demócrata cristiano y hoy también presente en las diferentes «movidillas» territoriales, afirmó que las eventuales conclusiones tenían que respetar el statu quo territorial e identitario. Dos miembros con cargos importantes en organizaciones socioeconómicas vascas, ante esa intención de onanismo político, abandonaron la reunión.

Después de encuentros incoloros, inodoros e insípidos de esperanzas-trampa destiladas por «La Republique», los debates «buñuelo» se multiplicaron. Hoy, quizás por cercanía de elecciones municipales (2014), el tema despierta a la clase política y las fotos de las citas se multiplican con los mismos protagonistas, algunos de ellos conocidos por la esterilidad voluntaria de sus actuaciones a favor de la identidad de Iparralde.

Las disensiones sobre la necesidad de la creación de una Colectividad Territorial del País Vasco («francés», claro está) generaron, en estos primeros años del siglo XXI, un consenso de la sociedad política y la sociedad civil. Algunos actores de la vida universitaria de Hegoalde y de Iparralde que seguían el tema de cerca afirmaban que esta vez se obtendría algo serio. Los aguafiestas avisaban de que la reivindicación era menos que soft y se llenaría de vacío si no se expresaba con más vehemencia. «Es que en Iparralde somos respetuosos de la autoridad», alegaban algunos abertzales que pensaban que esta vez sería la buena.

La alarma que sacudió a los crédulos saltó cuando, 48 horas después de la manifestación de Baiona del 4 de junio pasado a favor de la creación de una Colectividad Territorial de Iparralde, se supo que una senadora del PS, que encabezó la marcha, había presentado días antes, el 24 de mayo, en el Senado francés una alternativa que descafeinaba la reivindicación consensuada. La puntilla la dio el 19 de julio pasado la ministra de la Descentralización que confirmó que no habría Colectividad Territorial de Iparralde después de que un voto de la Asamblea Estatal decidiera su oposición a la solicitud, por unanimidad. Conviene precisar que ningún electo de Iparralde participó en el voto. ¡Otra cornada!


La pasividad de nuestro hermano de Iparralde es por lo menos sorprendente. Hoy con la puerta herméticamente cerrada por «La Republique», los actores políticos del sainete siguen interpretándolo, lamentándose como plañideras, desgarrándose las vestiduras y llorando consolados por los cocodrilos.
El titular del Ducado hereditario de Baiona, inaugurando un edificio más del Parque Tecnológico de Iparralde, afirmó que ese acto de inauguración era más importante que la obsesión por una reforma administrativa territorial. Esa reacción resume la opinión o más bien la no opinión mayoritaria en Iparralde sobre territorialidad representada por electos sin visión a medio o largo plazo.

En los pueblos de Iparralde, junto a los monumentos –emblema de La Republique, que figuran en todos los municipios del Estado francés y en particular en Iparralde, en honor de los caídos en las guerras mundiales del s. XX–, aparecerán monolitos virtuales conmemorativos de la marchita identidad vasca que serán cubiertos de flores cada comienzo del verano en presencia de turistas antropólogos que vendrán a curiosear y quizás a enaltecer el incombustible vasquismo folklórico de consumo festivo. Un electo depositará un ramo de flores más azul, blanco y rojo que rojo, blanco y verde.

No podemos aceptar en Hegoalde que una parte de nuestro territorio se aísle. Contemos con nuestros hermanos en nuestras acciones con espíritu de país en el fondo, y en la forma cesemos de llamarles gabachos despectivamente. La creación de un Consejo Económico y Social de Euskal Herria, de hecho, iría en ese sentido. La Republique es muy práctica, sabe medir rápidamente la relación de fuerzas, y solo se inclina del lado de la balanza más cargada de realidades. La Republique, aunque se inspire más en Descartes que en Voltaire, sabe, como Foucault, que la verdad no es un valor lógico ni una acción psicológica, sino un efecto político, un efecto de la acción de poder. Hèlas!

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