Iñaki Urdanibia

Israel ante el boicot

No es mi pretensión en estas breves líneas entrar a fondo en la historia del Estado de Israel ni en sus sucesivas, y constantes, ampliaciones; a lo más dar algunas pinceladas para encarar el tema del boicot a tal Estado.

De entrada, no creo que sea pasarse de ninguna de las maneras afirmar que el caso de Israel es un ejemplo paradigmático de «espaciocidio»: desde la fundación de tal Estado, quienes iban llegando, tras la masacre puesta en acto por los nacionalsocialistas, se apoderaron de amplias extensiones de tierras , ya antes se habían ido asentando en distintas oleadas, expulsando a quienes allá habitaban –pues allá vivía gente a pesar de las historias sionistas que vendían que allá no había nadie–; a lo largo de los años han seguido anexionando nuevos territorios en busca del «espacio vital», por medio de incursiones guerreras y la ilegal instauración de colonias, sometiendo aquella tierra a una empresa organizada de leopardización con lo que se persigue, y consigue, un doble objetivo: desterritorializar el espacio de un posible estado palestino, además de privar a estos de las tierras más ricas, en agua…por ejemplo. El nuevo estado se proclamó desde sus inicios como el estado «judío» con lo que ya se delimitaba una exclusión de quienes no lo fuesen y , muy en especial, de los árabes/palestinos, que desde luego no profesan el judaísmo.

Las discriminadoras leyes de tal Estado hacen que los palestinos sean expulsados lisa y llanamente o bien que permaneciendo dentro de los límites de tal estado sean tratados con menos derechos que los judíos de pura cepa. Un ejemplo significativo de los difíciles equilibrios que allá imperan entre nacionalidad y ciudadanía (dejo de lado la cuestión religiosa aunque da por pensar que es esencial en el asunto) lo suministra el caso de un militante judío israelí, de nombre Tamarin, quien, en 1973, pidió que fuese redefinida su «nacionalidad judía» en «nacionalidad israelita», siéndole negada su solicitud ya que según la Corte suprema «no existe la nación israelita distinta del pueblo judío» ¿ y los palestinos? ¿y los otros árabes? ¿ y los beduinos?…¿y…?

Así en la medida en que el Estado de Israel, desde su fundación se declarase como el Estado-nación del pueblo judío, y no haya variado en su definición, supone que quienes no son judíos quedan fuera de juego (forma más o menos atenuada de apartheid). Dejo de lado la peliaguda cuestión de qué es ser judío: cosa de religión, de etnia, de cultura, o…de pura invención que reclama, en base a supuestos derechos sagrados y bíblicos, una pertenencia que lo mismo vale para un ser educado en la cultura francesa que en la rusa alemana o magrebí (para quien pueda estar interesado en profundizar en el paradójico asunto hay un par de libros del historiador israelí, profesor en Tel Aviv, Shlomo Sand dignos de mención: «Comment le peuple juif fut inventé. De la Bible au sionisme». Fayard, 2008; y «Comment la terre d´Israël fut inventée. De la Terre sainte à la mère patrie». Flammarion, 2012).

Todo ello, desde al menos la guerra de los seis días, se realiza desoyendo los mandatos de la ONU, con el beneplácito de los USA y con la mirada hacia otro lado de los organismos internacionales europeos. Entre ellos destacable resulta una resolución de la ONU tomada en 1973 y que duró hasta entrada la década de los noventa que identificaba el sionismo con una forma descarada de racismo. Respecto a estas últimas decisiones de los organismos internacionales no hace falta ni decir que los gobernantes del estado de Israel parecen contar con una permanente patente de corso para hacer lo que les da la real gana…vara de medir que no se emplea, desde luego, con otros estados y países. Sin entrar en mayores, reitero, me conformaré citando a Gilles Deleuze cuyas opiniones sobre los «indios de Palestina» (‘Deux régimes de fous’, Éditions de Minuit, 1983) arrojan meridiana luz sobre el tema : «Israel no ha ocultado nunca su fin, desde el principio: crear el vacío en el territorio palestino. Y mejor todavía, hacer como si el territorio palestino estuviera vacío, destinado desde siempre para los sionistas. Se trataba claramente de colonización, pero no en el sentido europeo del siglo XIX : no se explotaría a los habitantes del país, se les haría partir. A los que quedasen, no se les convertiría en mano de obra dependiente del territorio, sino más bien en una mano de obra volante y despegada, como si fueran emigrantes encerrados en un gueto. Desde el principio, se dio la compra de tierras con la condición de que quedasen vaciadas de habitantes, o que se pudiesen vaciar. Es un genocidio, pero en el que el exterminio físico queda subordinado a la evacuación geográfica; siendo todos árabes en general, los supervivientes palestinos debiéndose ir a fundirse con los otros árabes. El exterminio físico, que sea confiado o no a mercenarios, está perfectamente presente. Pero no es un genocidio, se dice, ya que no es el ‘objetivo final’: en efecto, es un medio entre otros».

Según los datos de la ONU, confirmados por solventes historiadores, en mayo de 1948, más de 400.000 palestinos habían sido expulsados de su tierra. Entre 1947 y 1949, 531 pueblos habían sido vaciados de su población, recurriendo a verdaderas masacres en alrededor de 70 aldeas… en total unos 800.000 palestinos se hallaron expulsados y refugiados fundamentalmente en Cisjordania, en Gaza y en países limítrofes (datos tomados del libro del historiador israelí Illan Pappe, ‘Le Nettoyage ethnique de la Palestine’. Fayard, 2008 (creo que hay traducción al castellano, en Crítica). Así pues, cifras cantan y hechos también.

Antes tales hechos 172 asociaciones y organizaciones palestinas decidieron en 2005 promover, y mantener, una campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones ( BDS) contra Israel, hasta que tal estado no aceptase : « 1) el fin de su ocupación y su colonización de todas las tierras árabes incluyendo el desmantelamiento del muro; 2) el reconocimiento de los derechos fundamentales de los ciudadanos árabe-palestinos de Israel, en absoluta igualdad; y 3) respetar, proteger y favorecer los derechos de los refugiados palestinos a volver a sus casas y propiedades como estipula en la resolución 194 de la ONU».

Estos son los más que sobrados motivos que impulsaron tal campaña y que la siguen manteniendo, y no ninguna «historia de buenos y malos» que aduce la siempre oportuna, ocurrente y tramposa, «chica para todo», Pilar Rahola quien el miércoles pasado, en ‘La Vanguardia’ (5 de febrero), predicaba a favor de la gente guapa (me refiero a que se refería a cómo se había afeado la conducta de la bella Scarlett Johansonn por haber realizado un anuncio de una empresa judía con ocasión de la Super Bowl) mostrando un inequívoco maniqueísmo que combatía –según su sagaz mirada– el supuesto maniqueísmo de quienes llaman al boicot.

La campaña de la que hablo que pudiera antojarse como algo meramente testimonial, da la impresión de que está tomando cierta relevancia, ya que algunos países europeos muestran su disposición a apoyar, a su modo, la campaña ante la cerrazón de las autoridades israelitas. Tal postura ha hecho que se hayan disparado las alarmas y que las posturas se estén enconando en el país de la estrella de David: unos, mostrándose dispuestos a cesar en sus políticas anexionistas y proponiendo entablar ciertos lazos sinceros con los palestinos como única salida al impasse que se puede avecinar; otros, encerrándose en sus fosilizadas posturas, mantienen que no se ha de variar el rumbo ya que con la ayuda de Yavé, que obviamente está de su lado, nada se ha de temer…ni de los palestinos, ni de los europeos, ni…de cristo bendito (el señor es mi patrón nada me puede faltar, que dicen).

Así entre los primeros pueden nombrarse al ministro de finanzas, Yaïr Lapid quien recientemente afirmaba que «si las negociaciones fracasan y los europeos desencadenan un boicot, nuestra economía experimentará un gran retroceso, nuestro nivel de vida disminuirá…». Una opinión parecida mantiene la ministra de Justicia, Tzipi Livni para quien «cada construcción en las colonias constituye una piedra suplementaria en el muro de nuestro aislamiento», opinión que es compartida por alguno de los más importantes empresarios del país que creen que los negocios irían de mal en peor si no se da un golpe de timón a la política de Israel.

Frente a ellos, los sectores religiosos más recalcitrantes son de la opinión de que no se pueden echar por la borda «tres mil años de historia bíblica por pequeñeces de índole comercial que pudieran producir el supuesto boicot»; añadiendo para dar más fuerza a su cerrazón que es una campaña orquestada por el «anti-sionismo y el anti-semitismo mundiales» ( mezclándolo todo y recurriendo a la tan manida «teoría del complot» para enredar más las cosas) que lo único que pretende es acabar con el Estado de Israel.

Pues bien, concluyo recurriendo a las palabras de Mustafá Barghouthi: «si el Gobierno israelí prosigue a su política actual, si el movimiento internacional no logra convencerle de que abandone la totalidad de los territorios ocupados, si persiste en su idea de convertir el ‘Estado palestino’ bantustanes, empezado por Gaza y siguiendo con Cisjordania, si deja el maldito muro donde está, entonces no hay ninguna posibilidad física de que exista un Estado verdadero»; y lo dice, uno de los que contemplan –al igual que los Said o Warchawski– como horizonte deseable la existencia de «un solo Estado donde todos los ciudadanos serían iguales: una cabeza, un voto» que integre tanto a judíos como a palestinos (no juzgo adecuado poner ‘musulmanes’ que sería una etiqueta religiosa a la par que ‘judío’….pero lo dejo, pues el asunto, que desde luego no es baladí, nos llevaría muy lejos en la relación entre designaciones culturales, geográficas y religiosas).

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