René Behoteguy Chávez

La crisis de la socialdemocracia y el rol de la izquierda

La rendición incondicional del PSOE a los pies de Mariano Rajoy, que nos condena a una nueva legislatura en mano de la derecha más corrupta y lesiva a la vida de las clases trabajadoras, es solamente un capítulo más y, con suerte, uno de los último de una larga lista de traiciones históricas de la socialdemocracia española que incluye los GAL, el referéndum de la OTAN, la reconversión industrial, reformas laborales, privatizaciones, el artículo 135 de la constitución y un larguísimo etc. de incoherencias y claudicaciones a favor de la patronal y que han ido desdibujando a un partido que a esta altura, como dice el “Cuervo Ingenuo” de Javier Krahe, poco tiene de socialista y nada de obrero.

Pero esta crisis del PSOE no es más que un síntoma de algo más global, como es el desmoronamiento de la socialdemocracia como proyecto político a nivel mundial y su modelo reformista de «estado del bienestar» que, en la etapa actual de desarrollo del sistema capitalista y, ante la caída del llamado «socialismo real» y ante la debilidad del movimiento obrero en los países desarrollados, ha dejado de ser funcional a los intereses del sistema y es así que, quienes detentan el poder económico están procediendo a desmantelar progresivamente, de la misma manera que los feriantes desmantelan los kioscos y aparatos de una feria de pueblo, una vez que ha cumplido ya su objetivo de adormecer, distraer y abstraer a las masas del análisis de su realidad cotidiana.

Porque históricamente ese fue el rol de la socialdemocracia a partir de la segunda mitad del siglo XX, en que la mayor parte de los países de la Europa Occidental pasaron por etapas de gobiernos socialdemócratas que, lejos de debilitar, fortalecieron al capitalismo. Porque ese era su rol, más aun en momentos en que en el mundo, la derrota del fascismo había tenido a la Unión Soviética como actor protagónico y que, las ideas marxistas se extendían e influían en gran parte de la humanidad. Todo ello sumado a la existencia de organizaciones obreras muy fuertes en los países capitalistas europeos y los resabios de una guerra devastadora, hicieron que el gran capital, prefiera ceder a los trabajadores y trabajadoras europeos y norteamericanos ciertas condiciones de educación, sanidad y consumo que eviten en ellos la tentación de desafiar la propiedad de los medios de producción como habían hecho sus vecinos más allá de la cortina de hierro. Pero no lo hicieron de buena gana, sino porque entendieron que las tesis keynesianas de los socialdemócratas eran un «mal menor» para ellos ante una posible radicalización de las clases trabajadoras, además la transnacionalización del capital y, por tanto, la explotación creciente de los obreros de los países empobrecidos de Asia, África y América Latina permitían altas tasas de ganancia que compensen la bajada en las utilidades aparejada a la instauración del «estado del bienestar».

Sin embargo, estas políticas económicas keynesianas y de ampliación de derechos laborales aplicadas en EEUU con el New Deal de Roosevelt y en Europa por los partidos «socialistas y laboristas», fueron entendidas desde el poder económico como concesiones temporales necesarias para el doble objetivo de: deslegitimar los procesos socialistas de Europa del este e ir, poco a poco asimilando a los partidos y organizaciones sindicales a la estructura el sistema, limando sus aristas y debilitando su capacidad de organización y convocatoria hasta que, debilitados ambos frentes, pueda volver a implantarse un capitalismo en su versión más cruda y descarnada, en lo que llamamos hoy neoliberalismo y que, experimentado primero en el Chile de Pinochet, fue extendido por el mundo de la mano de Reagan y Thacher además de la creciente complicidad de los partidos socialdemócratas, que lejos de oponer resistencia han sido claves, tanto en la caída del socialismo real como en la implementación progresiva del neoliberalismo y el desmontaje del cacareado «estado del bienestar».

Es así que cuando nos enfrentamos a partir de 2008 a una crisis económica solamente comparable con la de 1929, los poderes económicos al no tener en frente ni poderosas organizaciones obreras en Europa occidental, ni un bloque consistente de países socialistas en frente, optan por pisar el acelerador neoliberal cargando la factura de la crisis a las clases subalternas y profundizando el desmantelamiento de lo que queda de conquistas y derechos sociales. Total, sin existir en frente un enemigo de peso, no necesitan esta vez ceder ni un ápice de sus privilegios de clase, en cambio deciden dar una vuelta de tuerca más para incrementarlos. De esta manera dejan en evidencia dos cosas fundamentales:

La primera es que la socialdemocracia y sus políticas nunca fueron una «tercera vía», sino un mero instrumento del poder capitalista y la segunda y más importante es que, al no serle en la fase actual de acumulación capitalista necesaria, la salida reformista socialdemócrata ha entrado en un punto muerto y sin futuro, lo cual se evidencia en la crisis profunda de sus organizaciones políticas y en el hecho de que sin importar quien gobierne en la Europa actual, pasando por los partidos conservadores como el PP en el estado español, o socialdemócratas como en Francia, o en coalición de unos y otros como en Alemania, o incluso partidos supuestamente a la izquierda de estos como Syriza en Grecia, los poderes económicos a través de sus instrumentos políticos como la Unión Europea imponen el mismo tipo de política de ajuste neoliberal a todos sin aceptar el más mínimo matiz desde su evidente posición de fuerza.

El rol de la izquierda en el escenario actual, las tres batallas
La respuesta a la crisis económica dada por la Unión Europea basada en la radicalización del neoliberalismo y el ajuste económico basado en el recorte de derechos sociales y laborales, sumados al hecho ya mencionado de que independientemente de quien gobierne, se imponen las mismas políticas, ha redundado en un creciente malestar en la población que suma a la crisis económica y el empobrecimiento de las clases medias provocado por los ajustes, una crisis de representatividad democrática de los partidos del orden tradicional que, parecen representar cada vez menos el sentir y pensar de las mayorías. Ante este escenario, las clases populares y obreras decepcionadas por la progresiva traición de los partidos socialdemócratas y, ante la inexistencia de una izquierda revolucionaria capaz de leer, interpretar y devolver en forma de propuestas verdaderamente transformadoras y anticapitalistas la insatisfacción creciente, están engrosando cada vez más las filas de una peligrosa y creciente extrema derecha racista y xenófoba que ha hecho de los inmigrantes los «cristianos propicios» para culpar de todos los males y sacrificar en el gran circo romano europeo del siglo XXI.

No obstante hará que preguntarse por qué las clases obreras, en los mismos barrios que antes apoyaban masivamente al Partido Comunista Francés o que resistían valientemente desde los sindicatos los ajustes del Thacherismo, hoy apoyan a alguien como Marine Le Pen o a Nigel Farage. Entiendo yo que la respuesta está en que, mientras la izquierda europea adolece de un discurso acomplejado que parece estar pidiendo perdón todo el tiempo de sus orígenes, que solamente mantiene el discurso revolucionario en las banderas y actos de nostalgia y que, en la práctica está cada vez más domesticada con mas despachos que calle y que se mimetiza cada vez más en los programas de la socialdemocracia a la que critica para luego apoyarla que gobierne, los neofascistas, hablan claro y sin concesiones, con brutalidad y simpleza, mucho más cerca en el discurso y en la capacidad de empatía con las clases trabajadoras depauperadas por la crisis y la gestión de la misma por las élites.

En el caso del estado español, el hecho de que no haya aflorado una organización nueva de extrema derecha, tiene que ver con la capacidad que ha tenido históricamente el Partido Popular, heredero del franquismo sociológico de aunar en si tanto a los sectores de la derecha más extrema y nostálgica de la dictadura, como a la derecha ultraliberal en una convivencia de conveniencias que le ha permitido, por ejemplo, ganar unas elecciones después de haber realizado el gobierno más nefasto para las clases populares y además comprobadamente más corrupto de la historia reciente.

Ante ello y la debacle con posterior rendición incondicional del PSOE, la fuerza emergente que ha capitalizado en mayor medida el descontento de la población ha sido sin duda PODEMOS, un instrumento político que ha sabido dar interpretación y voz institucional al ciclo de movilización iniciado por el 15M e intensificado con las huelgas generales del 2012, las mareas contra los recortes en la educación y sanidad o las marchas de la dignidad.

No obstante la enorme indefinición ideológica de PODEMOS, sus propuestas electorales cada vez más edulcoradas y que lejos de superar agudizan los complejos y miedo a plantear un cambio real presentes en las izquierdas europeas y finalmente su clara apuesta por entrar en las instituciones y tocar espacios de poder a como dé lugar, la sitúan cada vez más lejos de ser una alternativa verdaderamente transformadora y más como un intento de convertirse en una nueva socialdemocracia y ocupar el espacio que va perdiendo el PSOE a medida que sus compromisos con el poder económico lo sitúan más lejos de sus planteamientos históricos. A esta altura y por lo expuesto anteriormente, queda clara mi opinión que este intento de refundar la socialdemocracia será completamente vano, como ya la experiencia griega ha demostrado, dada la inflexibilidad ante cualquier atisbo de reforma progresista planteada por los capitalistas europeos y su instrumento principal, la Unión Europea.

Ante ello, y en previsión de una nueva etapa de duros recortes sociales y laborales, las organizaciones y personas que nos situamos a la izquierda y que creemos sinceramente que el capitalismo no es ya reformable de ninguna manera, nos toca tratar de plantar tres importantes batallas: La primera y fundamental deberá ser la de organizarnos para generar una nueva ola de movilización popular que, desde los barrios, pueblos y centros de trabajo, conteste en las calles con contundencia la nueva ola de agresiones e intento de regresión de derechos que intentaran imponer los poderes económicos europeos. La segunda por inaugurar un proceso constituyente que, de una vez por todas ponga en cuestión la monarquía y el régimen que, en torno a ella se ha construido a partir de los Pactos de la Moncloa, esto incluye como no podía ser de otra manera reconocer el derecho a decidir su futuro democráticamente a las Naciones sin Estado como Euskal Herria, Cataluña, Canarias o Galicia. Finalmente una tercera batalla fundamental debe darse al interior de los sectores populares y las clases oprimidas, esta última debe ser una batalla pedagógica y de ideas que permita convencer a las grandes mayorías de la futilidad de las tesis socialdemócratas reformistas y la necesidad de generar una hegemonía cultural en las clases populares de un horizonte transformador, de ruptura con la OTAN y la Unión Europea y abiertamente anticapitalista.

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