La fijación al suelo
Sé de qué hablo por cuanto estuve a punto de ser clasificado como paranoico por una magnífica psiquiatra que al fin me rebajó mi condena a parkinsoniano, con lo que ahora dedico mi existencia a ser imparablemente viejo, sin mayores consecuencias para el país.
La crónica política española es errática, incomprensible. El comportamiento de los partidos políticos españoles es errático, incomprensible. El funcionamiento de la estructura institucional española es errático, incompresible. España está puesta sobre el suelo sin un solo anclaje. Basta un viento ligeramente revuelto para que todo vuele en completo desorden; incluso los ciudadanos. Lo único que posee cimientos en España son los viejos monasterios, pero se han quedado vacíos. El país es una inmensa tamborrada donde cada cual bate el parche a su manera.
Si algún español cree que este diagnóstico peca de derrotismo tiene la obligación de entregar sus planos para consolidar el edificio. Si no lo hace debería ser juzgado como reo de alta traición por el primer juez que se haya establecido por su cuenta y esté aplicado a inventar la ley para la salvación del orden y el derecho, como dicen los institucionalistas franceses del Sr. Hauriou, fieles seguidores del alemán Kelsen, creador del perro hitleriano, del que hubo de huir para que no le mordiese el culo.
España sufre un desorden paranoico, agresivo y bipolar que, por la pobreza del país, no ha podido comprarse las víctimas necesarias para fijar su angustia agresiva, como han hecho Estados Unidos y algunas otras potencias. Adquirir un buen enemigo es hoy la primera regla psicológica para mantener el orden interno. Pero ese remedio no está al alcance de los españoles.
Sé de qué hablo por cuanto estuve a punto de ser clasificado como paranoico por una magnífica psiquiatra –¡pero Alah es más fuerte!– que al fin me rebajó mi condena a parkinsoniano, con lo que ahora dedico mi existencia a ser imparablemente viejo, sin mayores consecuencias para el país.
En resumen; llevo unas semanas persiguiendo diputados que van de un partido a otro para dar algún sentido político al voto que les entregaron en las urnas. Unos electores que desoyeron para su mal la advertencia del anarquista Bakunin: «Si votas eliges amo».
Yo me pregunto si en vez de construir corbetas para Arabia Saudí y otras monarquías por el estilo no sería mucho mejor dedicar nuestros avezados y agónicos astilleros a poner en la grada la quilla de útiles pateras, debidamente acondicionadas, para trasladarnos al pacífico sol del septentrión. «Non placet Hispania», dijo el sensato Erasmo pocos años antes de que Felipe II decidiera levantar el monasterio de El Escorial para morir tranquilo tras la carnicería de San Quintín. Recuerdo el día en que Mihura y Herreros expresaron en la lengua indígena su admiración ante aquel bloque de granito: «¡Menuda casa; debe pertenecer a alguna familia muy rica!»
España anda en agonías que no mide en sus justos términos porque está muerta. Sus gentes han perdido el hilo de pescar y ha de conformarse con los tres peces y los dos panes evangélicos. Y es mejor no mirar a lo alto para solicitar ayuda porque podríamos sufrir lo ocurrido a Job cuando levantó los ojos al sol en demanda de ayuda: que una golondrina defecó en su ojo sano y le dejó maltuerto. Nos lo advirtió don Miguel de Cervantes con aquellos renglones inolvidables, escurridos en la segunda parte de la vida del Caballero: «Señores, vámonos poco a poco, pues en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño». ¡Ay, don Miguel, que si vuestra merced viviere ahora mucho tendría que decir, y de distinta manera, de nidos y de pájaros!
Ando de día en día y de luz a luz a la caza de alguna palabra que me oriente en lo que puedo hacer con mi soberanía a cuestas, que pesa como un fardo. Pero veo pasar como cohetes personas que ahora no son lo que eran o vuelven a ser de nuevo. Personas huecas de palabra que nos dejan maltuertos cuando reclamamos los intereses que nos corresponden por haber adquirido su programa. Y de eso no me hablan jamás ni jueces ni fiscales, tan claros de ideas para encarcelar esas libertades con que una serie de ciudadanos tratan de ser «alguien», como decía con su media lengua infantil, un precoz primo mío harto de la papilla cotidiana. Ser alguien como pueblo, como persona en edad de soberanía, como sujeto que debe ser consultado cada vez que su alma se lo requiera seriamente. Aquella revista que santa gloria haya, por título “La Codorniz”, tenía una sección denominada “La cárcel de papel”. Pues hoy ha vuelto a abrir sus puertas; ahora constitucionales. Dicen los reticentes de lengua retorcida que el papel es el material que más soporta. Y es cierto. En el caso de España solamente los puentes de origen romano permiten, con garantía de pervivencia, el tránsito español, sobre todo si es tránsito político.
Algunas personas nobles de alma me han avisado acerca del rencor de puedo ser objeto. No me importa, Es más, confío en esta copla repleta de victoria: «De que usté a mí no me quiera/se me da tres caracoles./ Más arriba y más abajo/me están queriendo a montones». Gracias, Sr. Rodríguez Marín, desde el más acá. Cuando llegue se servirá usted presentarme a don Miguel de Cervantes, del que tengo excelentes referencias.