Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

La independencia es el futuro

Si de algo hemos podido sentirnos orgullosos los vascos generación tras generación a lo largo de los siglos, es de haber tenido nuestras raíces siempre bien profundas en la Madre Tierra de Euskal Herria. En nuestra humildad, desde nuestra pequeñez frente a culturas gigantes o ejércitos presuntamente invencibles, hemos permanecido vivos en la Historia mientras quienes marcaban su huella indeleble en el tiempo iban desapareciendo devorándose unos a otros.

Nuestros antepasados eran gentes sencillas y sin pretensiones expansionistas, que fueron poco a poco, con dignidad y bravura, compactando el núcleo de una nación que ha llegado a nuestros días y que tenemos la responsabilidad de entregarla resplandeciente y fuerte a la siguiente generación. Porque la nación no es un legado para pasar a nuestras hijas e hijos sino un préstamo que les debemos.

La nación es el testigo simbólico de nuestras raíces milenarias, que va en cada uno de nosotros y que condensa lo que hemos sido, lo que somos y el porvenir hacia el que avanzamos. Por eso nación es soberanía; derecho inalienable a organizar el presente, a diseñar el futuro, a ser uno mismo sin pedir permiso a nadie o caminar por el mundo bajo banderas ajenas.

Euskal Herria ha hecho algo insólito, cual es que cinco siglos después de haber sido arrebatada su soberanía con la conquista del Reino de Navarra la nación sigue viva, manteniendo el idioma, la identidad y aún en pie por sus derechos. Haber llegado hasta aquí nos dignifica como pueblo y nos coloca a una altura con la que otros no pueden ni soñar, por mucho que hoy en día sean un Estado constituido.

Desposeídos de la soberanía y con la integridad territorial rota, hemos mantenido incandescente el magma de la nación sobre toda circunstancia. ¿Se puede ostentar mayor honor que ser miembro de este pueblo?

A pesar de la evidencia, más veces de las debidas nos creemos en la obligación de dar explicaciones sobre nuestra identidad o el derecho a ser dueños de nuestra propia voluntad, como si padeciéramos algún complejo endémico.

La nación vasca, desde la centralidad política de Navarra, detentaba ya una soberanía internacionalmente reconocida mucho antes de que España o Francia lo fueran. Así pues, ¿por qué tenemos que argumentar sobre nuestra identidad o historia mientras que ellos no solamente no lo hacen sino que nos niegan como nación?

Ya va siendo hora de quemar los complejos, que no hacen sino poner más peso a las cadenas. No tenemos que dar explicaciones de lo que somos a nadie precisamente porque lo somos. Porque somos un pueblo consolidado en los siglos, con identidad definida, un idioma, una cultura propia, un territorio ya precisado en los anales de la Historia y sus convenios y cartografías… y lo que es más importante aún en pleno siglo XXI: Una ciudadanía mayoritariamente consciente de su singularidad y que reclama la soberanía para su futuro.

Así pues, ¿ante quién tenemos que presentar alegaciones para ser reconocidos y ejercer nuestro derecho a decidir? ¡Ante nadie! Y es que la soberanía no es algo que pueda dar nadie, y mucho menos quien la usurpa y ocupa el Territorio. La soberanía no es un privilegio que alguien conceda. La soberanía es una responsabilidad que llevamos en las entrañas de la nación, algo intrínseco a nuestra identidad inveterada que se proyecta hacia un porvenir de ciudadanos libres para una patria libre.

Eso es precisamente lo que queremos construir: una Euskal Herria libre, dueña de su futuro y arquitecta de un porvenir más justo, más solidario, con un mayor bienestar para su sociedad. Y para ello no hay otro camino que ejercer la soberanía desde la independencia, construir un país siguiendo la voluntad de los ciudadanos vascos.

La independencia no es solamente un derecho que nos corresponde como nación, sino que hoy en día se ha convertido en una necesidad imperiosa para poder desarrollarnos como país y como personas. España es un lastre que nos impide alcanzar los niveles de desarrollo y bienestar a los que podríamos acceder; perjudica la proyección exterior al ir bajo un paraguas casposo, desprestigiado y obsoleto; castra las iniciativas; eclipsa la cultura propia; nos embarca en proyectos que no nos benefician; nos mete en organismos inconvenientes para los vascos... y por si no fuera bastante, encima hay que subvencionarles con un «cupo».

Tiene su lógica el que sean tan celosos de su «unidad de España», pues para las naciones que no queremos formar parte de ese Estado no son más que un germen oportunista y parasitario.

Por eso nada vendrá de allá. Que nadie piense que España vaya a replantearse su concepto de Estado, porque no lo hará, a no ser para perpetrar otro fraude estatutario o de falsas soberanías. No hay más camino que ejercer nuestra voluntad soberana e irnos. Agrupar democráticamente a una mayoría inapelable de la ciudadanía vasca y tomar por derecho propio nuestro camino.

En unos momentos en los que las contradicciones de Europa bullen en sus naciones antiguas, tenemos todas las condiciones oportunas para reconstruir nuestra gran nación vasca, para echar los cimientos del futuro Estado independiente que desde la cuna de la antigua soberanía navarra se proyecte a un mañana de libertad, justicia social y solidaridad.

La independencia es el único proyecto estratégico viable para el desarrollo óptimo y satisfactorio de la sociedad vasca. Es lo único que nos garantiza el porvenir que nos merecemos quienes ahora estamos sobre esta tierra vasca y quienes vendrán luego.

Precisamente por eso, tenemos que presentar un recorrido y un proyecto político y social diáfanos para ese futuro. No es tiempo ni de ambigüedades ni de titubeos. Es la ocasión de poner las cosas claras para dar a la apuesta una solidez inquebrantable que no se pueda ver envilecida por ningún apaño pseudo nacionalista o tercera vía con tufo español.
El proyecto para el horizonte independentista debe ser meridiano. Solo así resultará inmune a pérdidas de tiempo, fatuas comisiones parlamentarias, nuevos estatus o a los narcóticos político-mediáticos.

Quitémonos de la cabeza el concepto de independencia como ensoñación, porque esa es una idea nefasta que emana de un complejo de inferioridad inoculado por quienes usurpan nuestra soberanía. Con orgullo de nación y un proyecto para la independencia, tenemos que extender la claridad del mensaje por toda la sociedad para ampliar el soberanismo hasta una mayoría inapelable.

Visualizar la estrategia a seguir y difundir, no el deseo de independencia, sino el acto de independencia para levantar una galerna social de liberación.

No nos lo van a regalar; y ya estamos viendo cómo gestionan la amenaza y el miedo. Hay que luchar por la independencia. Si somos capaces de que la ciudadanía vasca interiorice que el proyecto independentista es lo mejor para su desarrollo como persona y como sociedad, el éxito estará garantizado y reconstruiremos un Estado vasco plenamente reconocido en el concierto internacional de las naciones.

La independencia es el futuro. Vamos a por ella con un proyecto, sin titubeos y con la dignidad y el orgullo de lo que somos, de la patria que tenemos.

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