La invención de la historia
¿Podemos considerar como «la mejor historia de España» las sangrientas represiones del señor Fraga? ¿Podemos considerar la «mejor historia de España» la prisión de políticos vascos o catalanes por considerar rebelión su lucha política por la libertad de sus pueblos?
Quizá no estemos, en muchos casos, ante una alabanza falsaria o transfiguradora cuando se habla de las glorias españolas, que no dejan de ser, pese a todo, tantas como dudosas. En este aspecto España está presa, más que del pecado, de un delirio permanente o espíritu paranoico que afecta incluso a personas tan bondadosas y eruditas como Menéndez Pelayo, que cita a España como brazo de Dios. Incluso nadie de tan heroico como el alcalde de Móstoles, que llamó a guerra contra los cultos franceses para entregarnos a Fernando VII. Pero frente a esos santos inocentes España está muy cumplida de cazadores heroicos que buscan pan de trastrigo y hacen de lo español un glorioso y rentable sueño. De ahí el hidalgo que paseaba por Valladolid libre de todo trabajo mientras se sacudía de migas la barba porque se viese que había comido. Lo que escribo seguidamente habla de los héroes con bolsa y mirada hacia la Corte, ordeñadores de vaca ajena.
He hecho esta larga introducción para abordar, con afán de entendimiento, un editorial publicado en un sobresaliente periódico español sobre la personalidad del que fue rey de España, don Juan Carlos de Borbón. Este editorial me pone, una vez más, ante una mentida realidad del personaje, que dada la preeminencia del mismo, proyecta sombra sobre la vida de todos los españoles. No me es grato proceder a una crítica «ad personam», pero a su sombra hube de vivir muchos años, como también muchos españoles. De los autores del editorial no he de afirmar si han mentido conscientemente o se han deslizado sobre un tobogán más clínica que de enjuiciamiento.
Entremos, pues, en materia y procedamos frase por frase a deshuesar el artículo “Tributo debido”. Dice el mismo: «Puestos en la Constitución de 1978 Don Juan Carlos (de Borbón) pasa a ser desde esta fecha un poco más parte de la historia de España. De la mejor historias de España».
Dejando aparte ese ambiguo «un poco más parte», ¿es lícito qué se diga que el rey emérito ha presidido la mejor historia de España? No tengo espacio para repasar los gobiernos del señor González (con sus antecedentes de Suresnes y sus deslealtades posteriores a los trabajadores españoles; su famosa frase ante el comportamiento de los paramilitares: «el Estado también tiene sus desagües», frase que destruye toda la moral pública; con su intervención personal para vender la República española refugiada en Méjico…). ¿Cabe afirmar como la mejor historia de España la gobernación llevada a cabo por el señor Rajoy, que condenó al Parlamento español a la más dictatorial consunción? ¿Podemos considerar como «la mejor historia de España» las sangrientas represiones del señor Fraga, entre ellas el ametrallamiento de obreros en Vitoria cuando se hallaban reunidos en asamblea laboral…? ¿Podemos considerar la «mejor historia de España» la prisión de políticos vascos o catalanes por considerar rebelión su lucha política por la libertad de sus pueblos, cosa que quiere resolver Madrid volcando sobre Catalunya un dispositivo escandaloso de fuerza pública y consintiendo a los tribunales la dirección de facto de la política española…Algún día se escribirán historias y más historias, con luz y taquígrafos, acerca de este periodo negro de la España negra…
Pero sigamos con el editorial al que hoy este comentarista dedica un papel sincero y honesto. Y dice el editorial, que trasuda desmayo y fatiga: «En contra de lo que se ha repetido recurriendo a una media verdad, el origen de su reinado no es el franquismo (como dicen los catalanes, embolica que fa fort). No fue este el que reinstauró la continuidad dinástica (ahora resulta que los de mi generación no habíamos nacido, aunque estemos casi todos muertos) en la que se inserta el reinado de don Juan Carlos, ni tampoco el que la rescató de la vía muerta en la que la había colocado la República al asociar la monarquía con un golpe militar cometido por Alfonso XIII. La maniobra del general Franco para perpetuar su régimen fue más aviesa: violentó la línea dinástica a fin de cubrir bajo una frágil apariencia de continuidad histórica una decisión que sólo era una arbitrariedad autoritaria» (este último párrafo lo consulté con una señora de mi edad, que lo leyó varias veces y concluyó: «Ay, pobre; a estos Borbones los engaña cualquiera»). Recordé entonces la frase preciosista de Lope de Vega en "La Gatomaquia": «En una de fregar cayó caldera». Cuesta ser monárquico en España.
Finalizo con el texto del editorial que trato de entender: «El origen de la monarquía parlamentaria –la española de hoy– se encuentra en la voluntaria renuncia de don Juan Carlos a los poderes dictatoriales que el franquismo puso en sus manos y la decisión de facilitar un proceso constituyente. No es, pues, el designio de ningún dictador el que funda el régimen político de 1978, sino la convicción de quien, como don Juan Carlos, dio la palabra al sujeto político silenciado a sangre y fuego: el pueblo español».
Pues muchas gracias. Como escribió Lope de Vega: «Creyendo que de mí no. Amor se acuerda/ temerario, levántase, deseo,/ de ver a quien me por desdenes, pierde».