Iñaki Egaña
Historiador

La leyenda negra

España es trending topic en las bibliotecas europeas por su guerra fraticida de 1936, por detrás de la colosal tragedia que produjo la Segunda Guerra Mundial.

Si dejásemos a un lado aquella contienda para zambullirnos en la historia más lejana, acabaríamos varados en su leyenda negra, o lo que es lo mismo en los desmanes que cometieron sus funcionarios, laicos o clericales, a partir del genocidio americano y la implosión de la Inquisición.

No tengo la posibilidad científica, y creo difícil alcanzarla, de determinar si fueron más los textos que denunciaron los excesos españoles que los que los justificaron o tacharon de exagerados. Tengo la impresión, sin embargo, que los últimos, es decir los apologetas del atropello, superaron por una mayoría descomunal a quienes los delataron.

España, y cuando lo hago no me refiero a sus vecinos en general sino a la idea de patria que subyace en su naturaleza política, está atravesada por una continua idea de incomprensión para explicar las brutalidades cometidas. Tenemos el ejemplo cercano de la utilización sistémica de la tortura, validada con el fin que justifica los medios, «torturar para salvar vidas» como señaló el condenado por malversación y estafa Luis Roldán, también exdirector de la Guardia Civil.
La leyenda negra que se asoció a España no terminó, sin embargo, con la desaparición de la Inquisición o la muerte del dictador Franco, ya en la última parte del siglo XX. La leyenda negra se agranda cada día que pasa, más por méritos propios que por una sostenida fiscalización de lo que sucede en la Corte madrileña.

La última hazaña a sumar a esta lista la ha presidido el ministro hispano de exteriores García-Margallo que en dos ocasiones, con apenas 15 días de diferencia entre ellas, ha vuelto a prevaricar delante de Naciones Unidas. La primera en su Asamblea General, la segunda en su Consejo de Seguridad. En ambas, con varios temas, pero especialmente con la muerte de Begoña Urroz en 1960, fallecida en una atentado reivindicado por el DRIL en Donostia. Atentado que fue inducido por un infiltrado policial que luego propició la detención de sus autores.

La muerte de Begoña Urroz es recurrente. Covite y otras diversas asociaciones de víctimas del terrorismo y el Ministerio del Interior español no la imputan a ETA, tal y como consta en los archivos del DRIL (Archivo de la Emigración gallega, Santiago) y en los policiales (Archivo Histórico Nacional, Madrid). La Guardia Civil, en su reciente informe sobre las detenciones de Baigorri, bautizó a las mismas como «Operación Pardines», el «primer muerto por ETA» (1968).

La falsedad de García-Margallo entra dentro de la técnica de Joseph Goebbels, el ministro de Ilustración Pública y Propaganda de la Alemania nazi: «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad». Y tiene como objeto, al igual que con las difamaciones a la leyenda negra, evitar la constatación de que fue antes el huevo que la gallina. O lo que es lo mismo, conceder que la primera víctima mortal del contencioso inacabado fue Javier Batarrita, que su acompañante Martín Ballesteros quedó paralítico de por vida. Y reconocer que ambos fueron confundidos con militantes de ETA. Y que todavía estábamos en 1961. Entonces, “El Correo” escribió: «Es humano errar aunque los yerros tengan a veces tan dolorosas consecuencias». Una decena de policías, inspectores y guardia civiles fueron juzgados por esos hechos y absueltos. Con impunidad se construye el edificio de la ficción.

El relato, el único permitido, impone falsedad. Como la segunda de García-Margallo ante la Asamblea de Naciones Unidas, hace ahora tres semanas. El ministro reivindicaba a España como parte de los firmantes de la Carta de San Francisco (1945, inicio de Naciones Unidas), «su Carta fue la de la Humanidad», redondeaba. Nueva mentira. España entró en la ONU en 1955, diez años después de su creación. Coincidiendo con la promulgación universal de la Carta de Derechos Humanos (1948) y en un acto simbólico, el Gobierno franquista ejecutó a dos vascos en Barcelona, Félix Pérez de Lazarraga (Gasteiz) y Andrés Mellado (Portugalete). ¿A ellos se refería García-Margallo? ¿Inhumanidad?

¿Por qué reivindica García-Margallo la paternidad en la creación de Naciones Unidas, cuando un repaso breve a la historia demuestra la falsedad? Porque ese es el estilo habitual, lanzar piedras. España lleva un retraso democrático considerable. Firmó la Carta contra el Racismo en 1968, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos en 1977, la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer en 1984 y la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes en 1987. ¿Las cumple a pesar del retraso?

El relato de la muerte del concejal Miguel Ángel Blanco a manos de ETA (1997), esta vez García-Margallo ante el Consejo de Seguridad, frivoliza la tragedia y pone en boca del entonces director general de la Policía (Juan Cotino, imputado en 2014 en una pieza del caso Gurtel), la confidencia de la inminencia del desenlace del concejal del PP: «Porque los amigos de los terroristas ya han comenzado a descorchar las botellas de champán en sus tabernas».

Falsedad redonda, con conocimiento de ella. No hubo descorches. Quien recuerde aquellas fechas y acceda al contexto recordará los cuatro suicidios de presos políticos vascos, la muerte jamás aclarada de un militante de ETA, la de dos refugiados vascos, la detención de la Mesa Nacional de Herri Batasuna y el asalto a decenas de sedes abertzales. Ese sería el relato completo.

Pero no sólo ha sido en 2015 cuando Naciones Unidas ha recibido ese relato trampeado de España. El 11 de marzo de 2004, el mismo Consejo de Seguridad de Naciones Unidas señalaba a ETA como autora de los atentados producidos en Madrid ese mismo día por yihadistas, que causaron 190 victimas mortales. Era una gran mentira y el ridículo ad eternum del Consejo de Seguridad, que creyó los embustes de Aznar y a no olvidar que también de Jacques Chirac (la propuesta aceptada fue presentada conjuntamente por España y Francia). Una más para la leyenda negra.

En Estrasburgo, también Madrid mintió. Hace un par de años, cuando un tribunal debatía la 197/2006 («Doctrina Parot»). El discurso en este caso fue del ministro del Interior, Fernández Díaz, quien afirmó que un miembro de los GAL, de negarse la retroactividad de la 197/2006, quedaría en libertad. Se trataba de Ismael Miquel Gutiérrez, un mercenario de los GAL, supuestamente el último preso parapolicial recluido en prisión.

Miquel había sido encarcelado y condenado a 40 años en Tailandia por tráfico de heroína e imputado en España por el asesinato por los GAL de Robert Caplane en Biarritz, en 1985. Tras 11 años en Tailandia fue extraditado e indultado en 1997 por el Gobierno español de la condena por narcotráfico. En 2002 salió de prisión en tercer grado. Cuando Interior afirmó que Miquel saldría a la calle en aplicación de la sentencia de Estrasburgo, el mercenario ya llevaba más de 10 años en libertad.

Las mentiras se fabrican para matar, para conquistar, para colonizar... para doblegar al contrario. Con ellas se agranda esa leyenda negra. Dice Wikipedia que la leyenda negra «convirtió a España en el símbolo de todas las fuerzas de represión, brutalidad, intolerancia religiosa y política y atraso intelectual y artístico durante los siguientes siglos». Un alumno al que exigieron un trabajo en la escuela sobre el tema, copió la cita anterior y escribió que frente a la leyenda negra, «España creó la leyenda rosa». A pesar de la inocencia de su respuesta, no andaba muy descaminado.

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