Iñaki Egaña
Historiador

La referencia moral

Son estos hechos los que agrandan la idea de que el Gobierno Vasco gestiona la comunidad autónoma como si fuera un batzoki.

Iñigo Urkullu, presidente de la CAV, y Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, han protagonizado dos encuentros en los últimos años, ambos en la sede católica romana. En el primero, el lehendakari autonómico le sugirió al estado mayor de la institución religiosa cómo debería gestionar los temas de derechos humanos relativos a Euskal Herria, en un viaje que realizó semanas antes del desarme de ETA. Al parecer no estaba muy cómodo en el papel secundario que jugaba en el desarme, incluso con los movimientos de los delegados católicos en el mismo.

En esta segunda ocasión, la visita ha tenido un carácter más sosegado, pegado exclusivamente a una indicación de sus asesores antes del inicio de un complicado curso político. El tema de los migrantes ha sido la excusa para que, tras las reglamentarias vacaciones, Urkullu adquiera protagonismo con un tema en el que, en realidad, no tiene interés alguno. Igual que hizo Macron con el supuesto incendio de la jungla amazónica. Puras actividades de marketing.

La visita vaticana y la foto del Urkullu dándole la mano a Jorge Mario Bergoglio, objetivo principal del viaje, han contado con el aval de un argumento que me produce vergüenza ajena. Al lehendakari, los técnicos del equipo de su delegada de Acción Exterior, Miren Elorza, le preparan sus viajes, como el reciente a Nueva York donde se sacó la espina del anterior. Recordarán, un problema de protocolo con el presidente de la Euskal etxea, Aitzol Azurtza, enfadó al lehendakari que, a su vuelta, promovió la filtración de una información repugnante, la actividad sexual de Azurtza (gay) y laboral (actor porno). El director de la Euskal Etxea dimitió y Urkullu, junto a Elorza, volvieron a Nueva York esta vez con todos los cabos atados. El protocolo jeltzale volvió a funcionar como deseaban sus promotores.

Sabemos, porque este país es muy pequeño, que el lehendakari es un hombre de gran convicción católica, que guarda regular y firmemente sus reglas y que recita sus liturgias. No es sorprendente, al menos en un medio como el peninsular, donde lo religioso sigue teniendo gran poder de seducción. Y Urkullu está apegado a las tradiciones vasco-españolas. Se jacta de ello.

Lo que no entra en la ecuación es la conversión de sentimientos particulares, la confianza del lehendakari en una secta esenia, en universales. Vivimos teóricamente en una sociedad laica y convertir las creencias personales en asuntos de Estado, aunque sean secundarios como los de un territorio autonómico, no es de recibo. Son estos hechos los que agrandan la idea de que el Gobierno Vasco gestiona la comunidad autónoma como si fuera un batzoki. Con el añadido de que en estos tiempos que corren, tengo la impresión de que los batzokis son más laicos que Lakua.

¿Cuál es la premisa que me produce vergüenza ajena? La reciente visita al Vaticano ha sido avalada por dos argumentos publicitados por el propio Gobierno Vasco. El estado mayor de la Iglesia católica es, dice la vocera de Urkullu, «actor político de primer orden» y también «referencia moral». La primera de las afirmaciones es discutible. La segunda es una aberración política que únicamente puede provenir de una naturaleza fanática. Se podrán anunciar, avalar, respaldar posiciones religiosas, pero en otra dirección.

El argumento de la «referencia moral» desliza un tufo a naftalina que nos retrae a los tiempos del «Jaungoikoa eta lege zarra». En estos momentos en los que nuestra sociedad, al igual que la del planeta, está más condicionada que nunca por los avances científicos, apuntalar lo religioso es un retroceso evidente. Las religiones abrahámicas (islamistas, cristianos y hebreos) se han convertido en el patrocinio de las mayores violaciones de derechos humanos. En el desasosiego vital, cada cual puede buscar el refugio en el lugar que le plazca. Pero no puede ni debe hacerlo, desde un punto de vista democrático, desde posiciones institucionales como lo ha hecho Urkullu, por muy fiel y practicante que sea. En su capilla particular, lo que quiera. En nombre del pueblo vasco, lo justo.

Por eso, convertir a la Iglesia en una «referencia moral» en estos momentos es un grave error. Lo puedo entender políticamente si los católicos como Urkullu hubieran entrado en competencia con evangelistas, metodistas, budistas o islamistas (por cierto, ¿a cuento de qué aquella petición del Ejecutivo de Gasteiz de que el idioma de las mezquitas vascas sea el castellano?). Pero no es el caso. La competencia de los católicos somos los ateos-agnósticos, por cierto también, en Nafarroa y en la CAV, según el CIS, mayoría.

No puede ser referencia moral una institución que ha causado decenas de millones de muertos en conflictos generados para imponer una religión exclusiva. No puede ser referencia moral un grupo de clérigos que en todos los rincones del mundo han repetido durante generaciones una tendencia nauseabunda: el abuso y violación de niñas y niños. No puede ser referencia moral una Iglesia que condena a la mitad de la humanidad, por cuestión de género, a ser subalterna y tener como único objetivo la maternidad.

No puede ser referencia moral una corporación que nos ha robado miles de propiedades comunales y municipales en las últimas décadas, que las ha inmatriculado con la condescendencia de maleantes profesionales, que está exenta de fiscalidad. No puede ser referencia moral un consorcio que se ha constituido en forma de empresa, convirtiéndose en la primera potencia mundial en expolio artístico y en reservas de oro.

La visita de Urkullu en los términos que la ha planteado (referencia moral) es un insulto a los hombres y mujeres que compartimos este país. Es evidente que no le voté, pero no puede manchar nuestro nombre con iniciativas de semejante calado. Si al menos hubiera viajado al Vaticano con los promotores del rioja-alavesa, habría tenido parte de mi comprensión (El Vaticano es el mayor consumidor mundial per cápita de vino). Pero no lo hizo.

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