Aitor Montes Lasarte
Médico de Familia

La sanidad y la pervivencia de las lenguas

Los métodos empleados para la elaboración de una identidad común y uniforme, de imponer una referencia nacional, son y han sido muy variados a lo largo de la historia. El genocidio, la limpieza étnica, el etnocidio o lingüicido, han sido instrumentos utilizados de forma habitual para asimilar a los pueblos conquistados.

Del mismo modo, desde una posición de fuerza ha sido frecuente permitir un cierto grado de autonomía, un andamiaje de instituciones y tradiciones propias para mejorar la autoestima de los sometidos, pero aceptando siempre la subordinación a la cultura dominante.

Desde la creación del estado nacional, la imposición de una lengua común ha sido una herramienta indispensable para conseguir la cohesión social, territorial y simbólica. La enseñanza ha jugado un papel fundamental en el proceso de promoción de la lengua estatal y la desaparición de las lenguas periféricas potencialmente peligrosas, así como en la elaboración de sentimientos y referencias comunes, con la indispensable colaboración de los medios de comunicación.

Sin embargo, ha pasado desapercibido un aspecto que no ha sido estudiado; la implicación del sistema sanitario, en la desaparición de las culturas periféricas. Se ha estudiado la utilización de la atención sanitaria en los genocidios y en los procesos de limpieza étnica (Kurdistan, Tibet, Palestina), fundamentalmente a través de la negación de la salud a minorías étnicas o colectivos con el fin de facilitar su desaparición. Pero no existen, o al menos lo desconozco, estudios sobre el papel que puede desempeñar el sistema sanitario en la desaparición de las lenguas, y en nuestro caso, en la normalización y generalización de una lengua extraña como es el castellano. Sí existen numerosos estudios sobre las barreras lingüísticas en la salud, y la importancia del idioma en la calidad de la asistencia, pero más desde el punto de vista técnico que atendiendo a los derechos lingüísticos individuales o colectivos.

La sanidad actualmente ocupa un lugar central en las sociedades del primer mundo, y más en Euskal Herria. Casi toda la ciudadanía utiliza personalmente los servicios médicos al menos una vez al año, y la mayoría se muestran muy o bastante satisfechos según los datos de las encuestas, aunque no exista la atención sanitaria en euskara. Puede decirse que el servicio de salud es un reflejo de la sociedad vasca actual. Nuestro país está dividido en dos estados con modelos diferentes y al menos 3 comunidades autónomas. Respecto a la situación del euskara en el ámbito sanitario, es inexistente en Iparralde, completamente marginado y excluído en Navarra, y en la CAV limitado por la paz social del falso bilingüismo armónico. Baste constatar que hay menos trabajadores euskaldunes en Osakidetza, apróximadamente el 25%, que en la población en general, cuando debería ser al contrario, por ser un servicio público de atención al ciudadano. No existe atención sanitaria en euskara, no es lengua de servicio ni de trabajo, y cualquier intento de promoverlo se enfrenta a un muro infranqueable. Es evidente que existe una voluntad política de asimilación del pueblo vasco en dos realidades estatales, francesa y española. En Francia ya casi se ha conseguido, y la diversidad cultural está al borde de la extinción. En el sur de Euskal Herria uno de los elementos para la normalización de la lengua castellana, de su generalización a todos los ámbitos de la esfera pública y privada, es la sanidad. Hoy en día la atención sanitaria es en castellano, a todos los niveles, sea en la zona de habla castellana o en zonas vascófonas. El sistema sanitario impide vivir en euskara, y hace nuestro el castellano e cualquier rincón del país, en los aspectos más íntimos de nuestro proceso vital.

A diferencia del uso de los medios de comunicación o la enseñanza, no se puede hablar de una responsabilidad política en el sentido de una utilización premeditada y programada de la sanidad como instrumento de homogenización. Más que un fin, es una consecuencia del proceso de desaparición del euskara. La sanidad no es en origen una herramienta para el lingüicidio o el etnocidio, en el sentido de que no se ha diseñado para eso; pero desgraciadamente sí se está convirtiendo en eso.

Cuando hablamos de normalización del euskara dejamos con frecuencia la sanidad al margen, asumiendo de forma colectiva la cultura impuesta. Algunos reclamamos la normalización del euskara en Osakidetza o en Osasunbidea, limitándolo al derecho a ser atendidos en nuestra lengua. Evidentemente, la atención sanitaria en euskara es un derecho inalienable, y de hecho no puede ser de calidad si no es en euskara. Pero no nos damos cuenta de lo que está en juego, del papel del sistema sanitario en la pervivencia de las lenguas minoritarias o en su desaparición.

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