Kepa Ibarra
Director de Gaitzerdi Teatro

La sonrisa etrusca

Cuando coinciden todas las estrellas para decirnos que el universo que hemos conocido está cambiando de eje gravitatorio, o que los tiempos del poder plenipotenciario se estancan, o que incluso el nuevo universo que se ha formado cada vez cuenta más contigo, entonces abusamos de algo que Brecht dejó marcado para la historia: Qué tiempos son éstos que tenemos que defender lo obvio.

No hace falta ser jinete apocalíptico, ni llevarse las manos a la cabeza, y menos sacar una sonrisa forzada para constatar que algo ocurre con nuestros principios cuando te quedas sin habla, intentas justificar las grandezas de lo obvio y te acuerdas de las palabras del ínclito Nikita Jrushchov (Kruschev para la generalidad) cuando decía que «los políticos hacen siempre lo mismo; prometen construir un puente, aunque no haya río».

Con dos referencias históricas y de calado haciendo de ariete explicativo, el siguiente paso no puede tener un segundo mensaje, ni siquiera un desiderátum. No hay posibilidad de revertir la situación porque un nuevo ciclo llama a la puerta y no hay cancerbero posible que pueda defenderla.

Te obstinas en difundir que alguna de las nuestras fieles se queda en casa, que otro va cambiando de chaqueta al estilo modo palliati, modo togati y encima parece que se va para no volver (o quizá sí). Nunca ocurre nada fuera de lo explicable porque lo inexplicable se lo dejamos a quienes son incapaces de explicarse para convencer.

La política te permite establecer normas de conducta no escritas. Y si además llevas años-añísimos lanzando proclamas con sello de identidad incuestionable, se llega a cierto corporativismo que lo inunda todo: aquí-allí, aparición-desaparición, juventud y deporte, hasta llegar a lo sublime. Maquetación pública. Política de altura versus caída libre hasta el mismísimo infierno. Y aquí aparece el perro de tres cabezas. Nunca se sabe.

Un día a la semana hay cónclave bajo método. Y la gente se pregunta, ¿de qué hablarán? ¿Alguien levantará la voz para cuestionar la labor desarrollada? ¿Cómo presentarnos ante el auditorio? ¿Sonrisa amplia o forzada? Nunca lo sabremos.

Metáfora. Cuestión de terrenos. Miras al vecino o a la vecina y te das cuenta de que se le multiplican los tomates, los pimientos, y tú todavía conservas la huerta divinizada del mundo a tu pies, donde come todo el personal, hasta que un día te das cuenta que la vecina, paso a paso, ha creado una huerta decente, surtida y hasta ecológica.

¿Qué hacer? ¿Qué decir? La solución tiene su punto táctico: al menos los terrenos te dan para un par de ensaladas y una alubiada. Vítores, aplausos, misión cumplida y a esperar la próxima cosecha. Mientras tanto, el vecino todavía te pregunta si es posible alguna cosecha en común. La respuesta, en el próximo capítulo. Telenovela interminable.

Estamos viviendo unos tiempos donde todo se cataloga como histórico, único, bajo un aire retórico, pero el maquillaje sigue siendo a la vieja usanza, rancio y de andar por casa, con el adversario cercano demonizado, mientras los tangenciales que representan al poder económico, a las sociedades de inversión, a las corporaciones del bienestar bajo dividendo, campan a un antojo desmedido.

No es muy complicado fijar en el detalle la solución a los problemas reales de la sociedad. Hace falta más voluntad que gesto contrariado adornado de sonrisa caduca. Como decía Bertolt, «me parezco al que llevaba el ladrillo para mostrar al mundo cómo era su casa». Sencillo, muy sencillo.

Search