Mario Zubiaga
Profesor de la UPV/EHU

La zorra y las uvas

Si de lo que estamos hablando es de acordar una fórmula viable para el ejercicio efectivo del derecho de autodeterminación, en este momento, la interlocución estatal no puede ofrecer lo que la catalana no puede dejar de pedir.

Félix de Samaniego, fabulista alavés del XVIII, narraba la historia de una zorra que mientras paseaba por el monte descubrió un racimo de uvas colgando a cierta altura de un parral. Saltó y brincó la zorra intentando alcanzar el manjar y viendo que le era imposible, se convenció de que las uvas estaban verdes y abandonó el empeño. Despreciar aquello que deseamos, pero no podemos lograr, es un mecanismo psicológico de defensa que aminora el sentimiento de frustración.

Esta conocida fábula es la que inspira uno de los mecanismos típicos en los procesos de negociación política. Con la finalidad de evitar la sensación de fracaso, las partes envueltas en una negociación van adaptando sus demandas a aquello que consideran plausible lograr, de modo que otro de los mecanismos esenciales en toda negociación –la definición de las líneas rojas que acotan lo asumible para cada parte–, va variando a lo largo del proceso negociador, en función de las expectativas que razonablemente se alientan en cada momento. Este mecanismo se activa preferentemente en la parte negociadora más débil, la que puede sufrir en mayor medida las consecuencias del fracaso.

En este sentido, a la vista de la experiencia de los procesos negociadores recientes –desde Argel a Loiola–, podemos deducir razonablemente que un hipotético fracaso de la mesa negociadora recién formada entre el Gobierno español y la Generalitat perjudicaría en mayor medida a las fuerzas soberanistas catalanas. En este supuesto, es lógico pensar que el mecanismo de «la zorra y las uvas» podría activarse más fácilmente en este lado de la mesa, y no en el español. Es claro que, en determinadas condiciones, una resolución consensuada del conflicto puede ser beneficiosa para el sistema político español –sus uvas son las de la paz y la unidad–, y es indudable que el futuro del gobierno PSOE-Podemos está ligado indisolublemente a esa solución. Sin embargo, la parte estatal todavía puede pagar un precio más alto en términos de bloqueo y represión a cambio de mantener el statu quo: la propia inercia sistémica, la debilidad de la coalición gubernamental, la cerrazón de los instrumentos punitivos del «estado profundo» y la existencia de una mayoría relativa en España que no haría ascos a una exacerbación represiva –un renovado «a por ellos»–, en el caso de que el soberanismo catalán no aceptara la «generosa» oferta del Estado, nos hacen pensar que las uvas de la autodeterminación quizás puedan parecer verdes a los ojos de Cataluña.

Pero, estén verdes o maduras… ¿Cuáles son esas uvas? ¿Cómo se define el objeto sobre el que versa esta negociación política?

Cuando McGrath analiza los procesos de mediación, atiende a las relaciones existentes entre los interlocutores en la mesa negociadora y sus respectivos sistemas de referencia, es decir, los ámbitos sociales a los que supuestamente cada parte negociadora está representando. Según su modelo teórico, en primer lugar, la definición de la materia negociable no depende tanto de la voluntad de los interlocutores como de lo que demandan sus respectivos sistemas de referencia. Y, en segundo lugar, para el éxito del proceso es imprescindible que exista cierta coherencia entre ambos ámbitos, entre lo que se defiende en la mesa y lo que reivindica el espacio sociopolítico al que se representa.

La plataforma reivindicativa de los interlocutores catalanes está clara grosso modo –amnistía y autodeterminación–, y su sistema de referencia –el conjunto del soberanismo catalán–, comparte tales demandas. La incoherencia entre los propios interlocutores catalanes, y entre éstos y su espacio social de referencia, se refleja más en la variedad de proclamas –independentista, decisionista, autodeterminista, antirrepresiva o meramente procedimental (#sitandtalk)–, y en la gestión táctica de los medios para lograr los objetivos compartidos: ampliar la base y dar una oportunidad al diálogo, frente a acentuar el proceso de polarización. Por ahora han acordado sentarse, esperar y ver.

En el lado español, aunque la propuesta del interlocutor gubernamental hoy, al menos, existe –la «agenda para el reencuentro» de Sánchez–, es difícil precisar si tal agenda, incluso siendo muy limitada, está asumida por su sistema de referencia, que no es otro que el propio Estado y la mayoría de la opinión pública española. Es más, habida cuenta que el gobierno de coalición español solo ha podido constituirse y, por tanto, sentarse en la mesa porque el soberanismo lo ha permitido, no es aventurado afirmar que su sistema de referencia ni siquiera asume la apertura del proceso negociador. En resumen, lo que pueda acordar este gobierno español no obliga al Estado español. No digamos si se trata de poner en cuestión uno de los pilares del régimen del 78: el rechazo del derecho de autodeterminación.

La reconducción de la situación de las personas condenadas y de los sumarios pendientes, puede resultar relativamente sencilla. Ahora bien, si de lo que estamos hablando es de acordar una fórmula viable para el ejercicio efectivo del derecho de autodeterminación, en este momento, la interlocución estatal no puede ofrecer lo que la catalana no puede dejar de pedir.

A medio plazo, la cuestión estriba en saber hasta cuándo podrá mantenerse viva la mesa gracias a la dependencia mutua entre las partes, y en determinar qué parte estará dispuesta a asumir el mayor esfuerzo pedagógico respecto de su sistema de referencia: la parte catalana, para convencer al soberanismo de que las uvas no están maduras y hay que aproximarse a la agenda que plantea el gobierno español; o la parte española, para convencer a su opinión pública de que para asegurar la viabilidad pacífica del sistema político es necesario preguntar a la ciudadanía catalana si desea o no formar parte del mismo. Lo ideal sería que el esfuerzo fuera parejo, pero, en este momento, no parece que la pedagogía en el lado español vaya a ser ni poderosa, ni eficaz. Resulta más verosímil la activación del mecanismo de «la zorra y las uvas» en la parte catalana.

No obstante, si la mayoría de la sociedad catalana todavía aspira a alcanzar las uvas que llegó a acariciar en el 2017, será mejor prepararse para una nueva fase de confrontación democrática tras el probable fracaso del proceso negociador. Una nueva fase cuyo éxito dependerá, entre otras cuestiones, de la asunción de los costes de una movilización civil más radical y constante que agite la agenda europea, de la unidad de acción en Cataluña y de la puesta en marcha de una «unilateralidad multilateral» a escala estatal. Es decir, una sólida articulación entre las fuerzas soberanistas de las naciones peninsulares. Un «galeusca» renovado que plantee al Estado el único escenario razonable y plausible, al menos a medio plazo, el de la plurinacionalidad confederal y el derecho a decidir. Como recomendaba la inolvidable Lolo Rico en "La Bola de Cristal": solo no puedes, con amigos, sí. A lo mejor.

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