Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Liberales y fascistas

En resumen, Sr. Sánchez, que el mundo actual ya no comulga con los partidos políticos y sólo permite el mapa fascista moteado aquí y allá por los restos de un maltratado liberalismo que conserva las esencias de la libertad.

Sr. Sánchez: lo que sigue es la carta de un liberal que le recrimina por su fascismo. Que le recrimina constitucionalmente, no vaya a ser que estimule usted al juez Llarena y den al traste con mi «dolce far niente» justo cuando voy a cumplir un siglo.

Como nota adicional y antes de seguir adelante: no deja de sorprenderme la dureza del magistrado contra el «procés» catalán, pues había afirmado previamente, tal vez en el año 2012: «Lo que no se puede pretender es que toda la cuestión relativa a atribuir un espacio significativo a la individualidad catalana y toda esta cuestión relativa a la integración de Cataluña en España se vaya a resolver judicialmente, porque no tiene que ser así. Tiene que ser la política. Los jueces no tienen ninguna capacidad ni ningún instrumento de solución» ¡Oh, tempora! ¡Oh, mores!, dijo Cicerón ante las maniobras de Catilina. Creo que fue mi amigo Raimon el que cantaba, claro, en catalán aquello tan expresivo: «¡Tiras la piedra! ¿a dónde irá?».

Vuelvo al inicio. La carta que le envío, Sr. Sánchez, es correo de un exiliado dentro de su propio país, que sufre, como piedra en el zapato, la dictadura actual, pues dictadura es la carrera de sacos o de votes inconexos, en día de fiesta mayor, en que se ha convertido la política española y de otros muchos otros países tenidos por infinitamente más serios que España.

Dictadura donde el pueblo contempla en el ágora, y desde una fatigada lejanía, los gestos dramáticos de un tirano –académicamente hablando– que vive de su propio acabamiento. En usted, Sr. Sánchez, resucita la Hélade decadente, aunque con un mal verso y una arruinada exhibición del gesto.

Ante todo, y dado el espectáculo de un pueblo con «los pies y las manos presos» –como cantaba Miguel Hernández, aquel inmenso republicano asesinado por la cárcel franquista– debo aclarar por qué le he llamado a usted fascista. No se trata de un insulto –que le quitaría a usted aún más su frágil sueño– sino de una definición. El mundo actual ha clausurado la democracia, devorada por el Leviatán alzado verticalmente sobre un paisaje mudo que contempla una multitud enajenada. Fascismo es, Sr. Sánchez, la cárcel como razón, el engaño como sabiduría, el pasmo fingido ante la palabra del otro, el sacrificio alegado desde la sede ocupada (Sede, asiento del pontífice)…

En lo descrito por mí, ¿se reconoce usted, Sr. Sánchez? Si no es así dedíqueme usted una vela ungida con el óleo del perdón.

Frente a la fanfarria de los pífanos del vencedor inconcuso y sus fasces de autoridad (SPQR) yo no soy sino un liberal que todas las noches reza con una pregunta simple: «¿En qué me habré equivocado hoy?

Pero, ¿qué es un liberal, Sr. Sánchez? Un liberal es una persona con la razón en cabestrillo, pues se la rompe cada día y ha de proceder a escayolarla. Un liberal es un caballero que cuando entra en la discusión da preferencia a su oponente con la fórmula tradicional: «Por favor, usted primero». Un liberal es un contable que al contar su cuenta repite la operación porque le sale de más. Por ejemplo, en el recuento electoral se pasma de que cierto diputado aparezca en su lista. Entonces aparta ese diputado con el sencillo comentario de que «Este diputado no es mío». Un liberal es un señor que cuando alguien dice «Yo soy una nación» no le golpea la cabeza con el enrollado texto constitucional sino que le invita a comprobar si su afirmación es cierta mediante un sencillo referéndum. Un liberal es alguien que se entrega al debate con la tranquilidad de que puede perderlo y no acude a un juez para que le de candela al adversario.

En fin, un liberal es una persona que cierra con siete llaves el sepulcro del Cid, como quería hacer Joaquín Costa tras el desastre del 98 –«Escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid»–, pero añadiendo a tan luminosa clausura el 155, que no es un autobús sino una pala de enterrador conservada con mimo en la constitución de 1976, en previsión de que se produjera un calentón libertario como ha sucedido en mi Catalunya. Porque Catalunya es una culta nación libertaria moderada por la Verge de Montserrat, que es conocida como Morena de la Serra.

En resumen, Sr. Sánchez, que el mundo actual ya no comulga con los partidos políticos y sólo permite el mapa fascista moteado aquí y allá por los restos de un maltratado liberalismo que conserva las esencias de la libertad.

Ante esta realidad uno se pregunta por el futuro que nos espera. Yo siento, en los recovecos en que todos velamos nuestro culto a la profecía, que el milenio que abrió Carlomagno en Aquisgrán y que sirvió de primera piedra a lo que llamamos cultura occidental está a punto de hincar el pico. Así lo afirman ciertos historiadores que hablan, calculadora en mano, del milenarismo de las culturas. Sobre el papel este milenarismo en el contaje civilizatorio parece muy aceptable, pero no resulta adecuado jugar con tales creencias o esperanzas pues, tal como rueda lo real, hay que velar tales consideraciones como lo hizo Don Quitote con sus armas: en el patio trasero de la casa.

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